Angeles González Gamio
Nace una obra de arte

No cabe duda que la arquitectura hecha con talento, originalidad y amor puede constituir una obra de arte. Esto es lo que ha logrado el padre Julián Pablo Fernández, en la sacristía del soberbio templo de Santo Domingo, ubicado en la plaza majestuosa que lleva su nombre.

Ese espacio estaba sumamente dañado, al igual que parte de las instalaciones convetuales, entre otras causas por haberse construido sobre el antiguo convento del siglo XVI. Así, pues, para salvarla se requirió de una cirugía mayor, situación que aprovechó el padre Julián Pablo, hombre de fina sensibilidad, quien promovió y dirigió hace unos años la restauración del coro del templo y su portentosa sillería, así como del impresionante altar mayor, obra de Manuel Tolsá que estaba pintado cual carnicería.

La recién restaurada sacristía es muy importante entre otras cosas, porque aloja el excepcional cuadro La lactación de Santo Domingo, enorme y bellísimo óleo que era pieza principal en la exposición de Cristóbal de Villapando --el célebre pintor virreinal, que se efectuó en el Palacio de Iturbide hace unos meses. En el aparece el santo dominico rodeado de las tres virtudes teologales: la esperanza, la fe y la caridad, representadas por hermosas mujeres vestidas respectivamente de rojo, blanco y verde, seguidas por sus potencias, que son ejércitos de féminas vestidas lujosamente en los mismos colores, todas rodeando al santo, quien recibe en los labios un delgado chorrito de leche del pecho de la virgen; la escena es observada por angelitos regordetes, cómodamente sentados en pachonas nubes.

Esta maravilla de maravillas, se encuentra ahora en un bello salón, precedido por un vestíbulo de mármol negro y espejo, con un sobrio y moderno pedestal bruñido de oro, que sostiene una sagrada familia de mármol del siglo XVI. De allí, por unas rejas estofadas de diseño contemporáneo, sostenidas por una pilastra de vidrio y hojas de oro, se ingresa a la sacristía, que además de la obra maestra de Villalpando, tiene un vitral de gruesos bloques de vidrio de carretones de enorme belleza, esculpido a cincel por el doctor Felipe Galindo, una auténtica innovación en esa añeja técnica.

El piso no se queda atrás, de madera de encino en dos tonos, combinado con mármol blanco; la decoración la complementan una imponente cómoda taraceada del siglo XVII, dos grandes espejos, un Cristo virreinal, un cuadro de López de Herra y una exquisita virgen en lámina, también de Villalpando. El remate: un techo casetonado de moderno diseño.

Resulta increíble que en estos tiempos aún se hagan trabajos de esta elegancia y buen gusto, que conllevan el esfuerzo conjunto de apoyos privados y gubernamentales, que finalmente preservan construcciones que son patrimonio de todos los mexicanos, que nos alegran, enriquecen y llenan de orgullo. Agradezcamos a esos benefactores y a los dominicos, especialmente al padre Julián Pablo, su perseverancia y amor que lo llevan a lograr conjuntar el utilitarismo con la belleza; desde luego hay que darse una vuelta.

El remate perfecto de esta visita es una comida o cena en el restaurante Cicero-Centenario en la calle de Cuba 76, cuya decoración decimonónica, con buenas antigüedades, nos permite continuar en el mismo espíritu, mientras se degusta uno de los mejores chiles en nogada de la ciudad, (hay una sana competencia en esta temporada) acompañado por las voces de un buen trío, que aunque no quiera lo pone romántico, así es que mejor lleve pareja.