La Jornada sábado 15 de agosto de 1998

Orlando Delgado
Los secretos bancarios

En las escaramuzas verbales ocurridas entre la Secretaría de Hacienda y los grupos legislativos de PAN y PRD, en torno al espinoso asunto de los créditos que compró Fobaproa, las autoridades han esgrimido, como razón para evadir el reclamo opositor sobre la información detallada que revele los clientes que hoy son deudores de este fondo, el famoso asunto del secreto bancario.

Según ellos, este secreto impide que los legisladores conozcan el detalle requerido; pero además también señalaron que no se compraron los créditos, sino sólo los flujos que se deriven de ellos. Es evidente que estos argumentos han servido muy poco para convencer a las bancadas opositoras de retirar su exigencia, pero han servido mucho para evidenciar su forma de entender el problema y, sobre todo, la muy burda maniobra que se intentó aplicar.

Los funcionarios de Hacienda creen que los únicos que entienden la manera en que funcionan los bancos son, obviamente, los propios empleados bancarios y ellos, que lo leyeran en el manual correspondiente del MIT.

Nadie en la opinión pública fue engañado, pues se conoce la mecánica operativa para el otorgamiento de un crédito: además de la información que el solicitante entrega al banco, relativa a la situación financiera de la empresa y patrimonial de los socios principales, las propios instituciones cuentan con un sistema de información sobre cada uno de los créditos vigentes y vencidos, el Servicio Nacional de Información sobre Créditos Bancarios (Senicreb), que está abierto a todos los bancos.

Gracias a este servicio esas instituciones conocen la situación de sus posibles acreditados, de modo que si un cliente tiene problemas con cualquier banco, el resto se entera prácticamente de inmediato; así todos comparten sus secretos, lo que evidentemente muestra que no son tales. Pero no sólo los comparten entre ellos, también lo hacen con tiendas departamentales, agencias automotrices y toda empresa que otorgue crédito. Así las cosas, la información crediticia resulta ampliamente compartida, lo que es absolutamente necesario para que todo empréstito pueda funcionar adecuadamente...

Lo que en verdad se mantiene en secreto es el depósito bancario; cada banco sólo conoce, y por supuesto no comparte, el monto de los depósitos de su propia clientela. Puede darse información sobre el manejo de las cuentas pero no sobre los saldos ni los plazos ni tasas establecidas. Este aspecto, efectivamente, está protegido legalmente.

En consecuencia, los secretos que se busca guardar no tienen que ver con el detalle de quiénes, con cuánto y desde cuándo, tienen cartera vencida; la cuestión tiene que ver con quiénes y con cuánto se beneficiaron. Por supuesto, lo hicieron los accionistas de los bancos, que por la aportación de un nuevo peso adicional para capital vendieron dos o tres pesos de cartera vencida al gobierno; pero también los propios acreditados, que han podido comprar su deuda con descuentos del orden de 50 por ciento.

Sin embargo, hay que reconocer que no todos los acreditados cuya cartera efectivamente fue comprada --y no sólo sus flujos-- por el fondo, pudieran desconocerlo; es cierto, también, que el sólo hecho de ser beneficiario de uno de estos créditos no es muestra de ilegalidad. Lo que es sin duda inaceptable es tener créditos en Fobaproa y mantener empresas rentables y que cotizan en la bolsa, pretendiendo que esos préstamos sean consolidados como deuda pública. Mantener este secreto es inmoral.

Los secretos bancarios no los guardan los banqueros, sino sus beneficiadores en el gobierno, porque a estas alturas del debate ni los diputados y senadores del PRI lo harían.