En los próximos dos años habrá elecciones presidenciales en los cuatro países con las economías más grandes de América Latina: Argentina, Brasil, Chile y México. A raíz de ello, algunos dirigentes que encabezan las fuerzas políticas de centro- izquierda de estas naciones están intercambiando ideas encaminadas a la definición de programas económicos de gobierno viables para ser propuestos en las campañas.
Esta es una de las prioridades más relevantes para la centro- izquierda mexicana, que sólo con un planteamiento coherente podrá enfrentar el mito de que no existe ninguna alternativa a las líneas de política económica que el país ha seguido durante más de 15 años. Los resultados de estas transformaciones son conocidos: crecimiento económico lento y muy inestable, la agudización del problema de la falta de empleos dignos, lo que ha agravado la difusión de la pobreza, y la creciente polarización de la sociedad entre ricos y pobres.
Un nuevo programa económico debe tener como sus ejes el crecimiento, el empleo, la reducción de la pobreza y la estabilidad. Estas son las mismas prioridades expresadas por los últimos gobiernos, pero han sido los hechos los que se han encargado de mostrar que los programas de reformas estructurales que el país ha conocido durante los años no conducen a la economía hacia estos objetivos.
Un programa económico factible exige considerar el contexto en el cual se está desenvolviendo el mundo y las experiencias buenas y malas de la evolución económica del país. Una tendencia mundial es la mayor apertura de las economías, y México no puede volver la espalda a este proceso que además está institucionalizado por su adhesión a la Organización Mundial de Comercio, al Tratado de Libre Comercio y a otros acuerdos comerciales con diversos países. El desafío para la economía nacional consiste en transformar la liberalización comercial en un factor dinámico de crecimiento.
Sin embargo, dada la magnitud del mercado interno, éste no debe ser de ninguna manera despreciado como factor impulsor del crecimiento, por lo que el país no tiene que caer en el estilo de crecimiento liderado únicamente por las exportaciones. En virtud del tamaño de la economía nacional, el mercado interno no representa un límite tan drástico al crecimiento como el que enfrentan países de mercados reducidos por contar con una población poco numerosa. Mientras el crecimiento de la economía chilena, por ejemplo, se enfrenta a esta limitación, lo que la obliga a volcarse mucho hacia el exterior en búsqueda de mercados, en la economía mexicana la demanda interna puede y debe desempeñar un papel relevante como elemento impulsor del crecimiento.
En segundo término, el Estado empresario, que ejerció un papel decisivo en la fundación de la base industrial del país ante la necesidad de emprender grandes proyectos de inversión con largos períodos de maduración que estaban fuera de las capacidades del capital privado, debe concentrarse en los sectores estratégicos, definidos como aquéllos que son decisivos para el dinamismo futuro de la economía y en los cuales los empresarios privados no están interesados por ser de baja rentabilidad en los años que siguen. En ningún caso debe volverse a configurar un sector estatal amplio y heterogéneo que, como es sabido, en gran parte se fue constituyendo cuando los empresarios privados no consideraban rentable una cierta actividad, por lo cual ellos eran los que las traspasaban a manos estatales. Se debe evitar que no se pueda salir de la trampa de que cuando las empresas son rentables, son privadas, pero cuando obtienen pérdidas, pasan a ser estatales.
En tercer término, es ampliamente valorado por la población el tener una inflación baja. Por otra parte, el configurar un cuadro económico estable estimula la inversión productiva al dar mayor certeza a las decisiones económicas, mientras que la inflación elevada hace más rentable la especulación.