``Conoces el nombre que te dieron no conoces el nombre que tienes''
José Saramago conserva la más pura, más cerrada, más hermética austera tradición de escribir a la vidamuerte, autenticamente, recreando el sueño inefable de la poesía de producir la ausencia, lo inasible de la tristeza y el recogimiento en la mente en suave melodía interior, mágica prolongación inacabable que atraviesa toda su obra y prosigue en su último libro Todos los nombres, llamado a ser un clásico.
El lenguaje de Saramago, a más de encantar, adquiere la fascinadora, matizada, delicadísima espiritualidad lusitana que permite leerlo con música lejana de fados en la voz melancólica de Amalia Rodríguez, con esa exaltación de carácter fatalista que de pronto levanta al ser inmovilizado (en el acta de muerte del registro civil) que agita su espíritu desmayado y canta con el genio de su magia.
Hechizado y dominador del lenguaje, Saramago se levanta sobre la cultura lusitana, que le da esa profundísima sugestión indecible en la cual nada atrae, ni absorbe tan imperativamente y al mismo tiempo tan dulcemente como sus contrastes; el miedo a la muerte y a lo imprevisto de sus magias, el secreto de su encantamiento y la escueta y concentrada elegancia de su escritura.
Peregrinando en la extraña locura de los registros civiles, penetra en su luz velada, de sombras transparentes y teje una historia de amor fluida, que recoge el espíritu y dispone al lector al condensado y hondo goce del sentir, al reflejar una palpitación exquisita, ansia viva, angustiosa de belleza. La vida muerte evocadora del ensueño esplendoroso del amor siempre trágico -sin filosofía, ni psicología- sólo poesía desgarradora que agita y permite al escritor crear una fulgurante hechicería.
Cada palabra, cada frase, cada renglón, cada párrafo poseen un aroma distinto que despierta infinitas sucesiones de imágenes, perturbadoras sensaciones e indecibles vértigos de sexualidad-muerte, la sexualidad inalcan- zable, sin principio, ni final; más allá del yo, de las reglas, lo bien hecho, lo perfecto, y está al margen, en los márgenes de la vida muerte.
En el libro de Saramago, en el que apenas se oye el paso de las hojas de los expedientes del registro civil, semejantes al rumor lento y opaco de las alas de los pájaros, surge repentinamente la conjura del escritor portugués en la aparición de un tal ``Don José'' -sin nombre-, aunque el suyo sea el único que figura en la historia. Un inocente empleado municipal que colecciona noticias sobre personas famosas y para otorgarles fiabilidad decide completarlas con documentos del registro civil donde trabaja, cometiendo infracciones al reglamento.
Todos los nombres tiene un misterioso encanto que deja en el espíritu una huella inolvidable, una atracción ambigua y penetrante, dulce y aniquiladora en su escrito condenatorio. Subversión individual contra la ``opresión de las autoridades catalogadoras por el desorden de la vida contra el desorden de la muerte''.
Saramago José, Todos los nombres. Ed. Alfaguara (Santillana), España, 1998. Trad. Pilar del Río.