En los días que corren, las relaciones laborales en México han cambiado considerablemente a partir de las modificaciones introducidas por los procesos de globalización. No son cambios legales, sino cambios de hecho o sustentados apenas en unos convenios generales en que los patrones tienen todo el poder de la contratación y el desempleo, mientras que los trabajadores, o la mayoría de ellos, han agravado sus condiciones de indefensión.
Se ha abierto el debate, con la intención de que en el próximo periodo de sesiones de la Cámara de Diputados, que se abrirá en septiembre, se apruebe la reforma de la Ley Federal del Trabajo. De hecho, es el segundo debate sobre el tema que se da en los nuevos tiempos. El primero data de hace unos diez años. A mediados de l989, la Confederación Patronal de la República Mexicana (Coparmex) presentó unas propuestas con principios generales de derecho que debían recogerse en la nueva ley laboral, muy a tono con la política de privatización de empresas paraestatales, la apertura al mercado internacional y el arribo de capital extranjero.
Meses después llegaría a la presidencia del país el hoy autoexiliado en Dublín, de modo que las propuestas de la Coparmex parecían caer en terreno blando. Pero Fidel Velázquez optó por la negativa, el Sindicato Mexicano de Electricistas también, esperando que con el tiempo la correlación de fuerzas favoreciera a los trabajadores, y el Frente Auténtico del Trabajo hizo lo mismo y algo más: aportó cuatro puntos con cuya adopción la legislación laboral habría mejorado mucho desde la óptica obrera. Francisco Hernández Juárez, el hombre del nuevo sindicalismo, dijo que tal vez: buscaba una ley sin retrocesos ``para la producción y la restructuración, pero también para el desarrollo y la distribución del ingreso''.
Finalmente, en l992 se renunció a la reforma después de entender que entre la restructuración del Estado y la evolución política tiene que haber concordancia, como se vio con el choque de la CTM y la Comisión Nacional de Salarios Mínimos. Además, los cambios patronales podían darse en la práctica, sin demasiados papeles de por medio, porque las circunstancias determinantes no serían ya el apego a la ley sino el simple mantenimiento o la búsqueda de empleo.
Ahora las cosas pueden ser diferentes. En julio de l995, el PAN presentó al Senado un proyecto de reforma integral de la Ley Federal del Trabajo, elaborado desde luego bajo su propia responsabilidad pero con la intervención de Néstor de Buen y su hijo Carlos de Buen, dos prominentes laboralistas comprometidos abiertamente con el cardenismo. Por su lado, el PRD tiene un proyecto propio, que sería importante unificar en una sola sala del Congreso. El PRI, respetando sus antiguas servidumbres, seguramente espera la iniciativa presidencial.
Pero hablamos de partidos políticos, ciertamente con discrepancias no del todo insalvables y en un momento en que, juntos, pueden hacer una legislación laboral moderna que no abandone los principios fundamentales del sindicalismo y que sirva para promover el empleo en tiempos del horror económico que tan bien pinta Viviane Forrester.
Desde luego, están también el PRI y sus aparatos organizativos tradicionales. Pero este partido se ha convertido en una sociedad de recreo validadora de jugadas tan rudas como las que se desprenden de los incidentes millonarios del Fobaproa, tiene una CTM que dice no de la misma manera que Fidel Velázquez, aunque carezca de su capacidad negociadora, y una vieja CROM de su lado. Y tiene, asimismo, una UNT cuyo líder colegiado quiere una reforma a fondo, si bien sigue en alianza ``con el diablo'', según su propio dicho. Además, por la negativa rotunda se van también el Sindicato Mexicano de Electricistas y la Coordinadora Intersindical Primero de Mayo: que todo siga como está, aunque acabe por no cumplirse ningún artículo de la legislación laboral.
En fin, nuestro honorable Congreso transitivo tiene que prepararse (en el supuesto de que no lo haya hecho) para recorrer los desolados caminos del trabajo, sin abandonar en absoluto los asuntos de Chiapas y el Fobaproa, en los que cada vez se ve más claro el camino a pesar de los baños de inmundicia.