Ser artista, en una lejana provincia como Yucatán a mediados del siglo pasado, no ofrecía más que endebles perspectivas para un joven lleno de ardor creativo. Sólo el entusiasmo de la ilusa juventud y el momentáneo desprecio por los bienes terrenales podían orientar una impaciente vocación por una senda tan pedregosa y sin esperanza como es el arte. Pero, ¿qué sería del hombre si fuera un ser racional?
Hijo de un malogrado liberal español refugiado en la península y de una yucateca sin fortuna, el joven Gabriel Gahona no parecía muy atraído por la instrucción que impartían entonces los colegios, todos de orientación religiosa, y si no fuera por su mala costumbre de dejar garabatos a su paso, hubiera sido uno de tantos don nadie que producen las sociedades.
Dos décadas después de haber sido proclamada la independencia nacional, Yucatán parecía una olla donde hervían múltiples ingredientes inestables: liberalesÊy rutineros, ricos y poderosos, pobres y olvidados, católicos y masones, criollos e indios, mulatos y mestizos, gobernadores, ex gobernadores y muchos aspirantes a gobernadores... La imprenta, existente desde 1813, exhibía multitud de opiniones patrióticas, escritos anónimos, versos perversos y literatura incipiente cuyos autores darían un día a Yucatán el renombre de culto que hasta el presente le persigue.
Mientras soplaban los huracanes de la política, un pequeño grupo de hombres trataba de aportar, a su mundo casi insular, los atributos que dejarían en el olvido los tiempos pasados y darían una razón de ser a la independencia. El magistrado Gregorio Cantón, a su costa y en su domicilio, abrió la primera escuela de dibujo que existió en Mérida. El éxito fue inmediato aunque poco duradero, pero no pudo dejar de percibirse la glabra y delgada figura del desaliñado Gahona quien, con breves trazos de su lápiz, desafiaba a maestros y compañeros.
Ese ``algo'' que emanaba del indisciplinado joven de 16 años no podía quedar en una simple vocación que, sin técnica, no sería más que una curiosa manía. Gregorio Cantón usó su influencia para que, a fines de 1845, se autorizara por decreto el otorgamiento de una beca para que el joven Gahona viajara a Italia para ilustrarse en la capital mundial del arte. Nada puede describir la intensa emoción que debió sentir Gahona al ser propuesto para tal aventura: pronto; muy pronto, sentiría en ese lejano santuario el influjo de los espíritus de Miguel çngel, de Rafael, de Leonardo...
Mientras se preparaba para tal odisea, los vientos de la discordia habían derrumbado las buenas intenciones financieras del gobierno; la nueva administración, menos admiradora del arte del adolescente, no parece haber cumplido el esperanzador decreto. Creemos que el largo viaje al Viejo Mundo se redujo y no llegó más allá de La Habana, donde, en el Taller de Litografía de la Real Sociedad Económica de Cuba, al amparo del maestro Francisco Costa, Gahona descubrió y practicó el arte del grabado. Pocos meses después, a fines de 1846, deambulaba de nuevo por las calles de Mérida.
Los jóvenes intelectuales y artistas, que se reunían en casa de Gregorio Cantón, no podían permanecer indiferentes ante los sucesivos cambios políticos que conducían a Yucatán a su ruina, muy particularmente cuando una facción, apoyada en la fuerza de las armas, declaraba la neutralidad del estado en la guerra que México sostenía contra los Estados Unidos.
Varios escritores jóvenes como José Antonio Cisneros, Pedro I. Pérez Ferrer, José García Morales, José María O'Horán y otros, bajo la dirección de Fabián Carrillo Suaste, se unieron para fundar D. Bullebulle, una revista burlesca y satírica que daría fama y gloria a Gabriel Gahona, su ilustrador. Duros golpes asestaba D. Bullebulle a los medrosos políticos, a los hipócritas moralistas, a las pretéritas y caducas costumbres locales, en fin, a todo y todos aquellos que coadyuvaban a perpetuar un estado de cosas insostenible ya en una sociedad que quería abrir los ojos al mundo y participar en su desarrollo. El impacto fue terrible: ``metió ruido hasta en la plazuela de verduras este periódico tan original, todo salpicado de sátira y de burlas, con la novedad y el realce de sus grabados en madera: primera publicación que aparecía en el país con estas condiciones'', comentaba años más tarde Carrillo Suaste.
El primer tomo, compuesto de 16 números hebdomadarios, contenía 33 grabados de Gahona que ya firmaba con el apodo ``Picheta''. Fue entonces, el 30 de julio de 1847, cuando estalló la terrible guerra de castas, producto en gran medida de los errores políticos y sociales que con tanto empeño denunciaban los redactores de D. Bullebulle.
La toma de Tepich por los sublevados y el inicio del avance de los mayas sobre Mérida, dio pretexto para actos represivos y ``el espíritu de persecución llegó a tal grado en nuestro perjuicio, que los palaciegos de entonces consiguieron, un día, que Gahona marchase por algunas leguas rumbo para la campaña''. Pero la sociedad meridana se encontraba muy dividida y, contra la arbitrariedad de ciertas autoridades, se contaba con la complicidad de otras y ``gracias a ciertas evoluciones de intriga, obtuvimos su vuelta, no sin hacer él su rostro y apariencia de querer seguir adelante, en el camino de la gloria militar''.
Sin interrupción y bajo el cuidado de Picheta, se inició el segundo tomo de D. Bullebulle, que consta de 17 números y un total de 51 grabados. La entrega 16 salió a fines de noviembre de 1847 y la 17, con forro e índice, por el 22 de diciembre. En total, Picheta, que contaba con 19 años de edad, produjo para esta revista 86 grabados.
Pero uno de los hechos más admirables de Picheta es que, a pesar de haber observado a otros grabadores trabajar la madera, él nunca estudió el oficio, y cuando después del cierre de D. Bullebulle buscó sostenerse económicamente enseñando su arte, publicó un anuncio diciendo: ``En el arte de grabar no ofrezco enseñar mucho, pues bien sabe el público que sin maestros y sólo a costa de infatigables esfuerzos y desvelos, pude lograr algún conocimiento. Mi mayor gusto sería estudiar y aprender como discípulo... ''
A principios de 1848, Picheta abrió su academia de arte donde enseñó dibujo y grabado, pero ante las dificultades económicas, cerró su establecimiento para impartir clases en la escuela establecida por la Academia de Ciencias y Literatura. En 1849, ejecutó todavía dos grabados para ilustrar la novela El banquero de cera, de calidad muy dudosa por cierto, los últimos que se le conocen.
En 1850, como último recurso, adquirió un daguerrotipo con la intención de establecer un taller litográfico. Fotografió la fachada de la catedral de Mérida, así como la escultura conocida como el Cristo de las Ampollas y litografió la magnífica estampa de este Cristo tan venerado. Sin embargo, la litografía tampoco le fue gratificante, como lo revela el anuncio publicado el 30 de diciembre de 1850 en El Siglo XIX: ``El que suscribe ofrece sacar retratos de cadáveres, por la suma de diez y seis pesos, llamándosele tan pronto como haya fallecido la persona.''
Si bien Gahona gozó siempre de fama y respeto en la sociedad meridana, el arte gráfico no logró tener arraigo y penetración. Después de 1850, Picheta abandonó la creación artística y se dedicó a actividades más lucrativas para poder sostener a su esposa y a sus cuatro hijos. Hasta llegó a desempeñar algunos puestos políticos y ser el primer director de la Oficina de Obras Públicas del municipio de Mérida, pero nunca volvió a tomar el lápiz para expresar su genial vocación.
Su alumno del único curso de grabado que impartió, Roberto Sánchez, lejos de mostrar el inquieto intelecto de su maestro, heredó sin embargo los encargos que se hacían a Picheta. Carrillo Suaste editó La linterna, una revista parecida a D. Bullebulle, para la que solicitó, entre 1850 y 1852, la colaboración de Picheta. Este se disculpó discretamente y recomendó a Sánchez, quien dejó algunas ilustraciones en diversas publicaciones e ilustró, en 1869, una edición incompleta del Viaje a Yucatán de John L. Stephens.
El viejo artista falleció en Mérida en 1899, a los setenta y un años de edad, rodeado de amigos fieles, de antiguos alumnos y de mitos que perduran hasta ahora. La nota necrológica publicada en el Eco del Comercio el 4 de marzo de ese año, reza: ``...Fue el Sr. Gahona un entendido profesor de dibujo y de pintura. En su juventud permaneció durante varios años en Europa, en Italia especialmente, dedicado con asiduidad y entusiasmo al estudio del difícil arte de Miguel çngel y de Leonardo da Vinci...''
Jaime Orosa Díaz escribió más tarde: ``Con él desapareció quien había sido una de las figuras yucatecas más interesantes de esa centuria y -sin saberlo, ni habérselo imaginado nunca-, uno de los mejores grabadores, si no el mejor, que México aportó en el siglo pasado.''