La Jornada Semanal, 9 de agosto de 1998


Ana Ivonne Díaz

crónicas del postboom


Entrevista con Hernán Rivera Letelier


El autor de Cuentos breves y cuentos de brevas y La reina Isabel cantaba rancheras, recientemente publicada en Planeta, es una de las nuevas y más originales voces de la narrativa latinoamericana reciente, según Mario Vargas Llosa. Aquí nos habla de sus lecturas y del proceso literario en Chile en la última década.

El sueño de la relectura

Irrumpió con pico y pala en el panorama literario de Chile hace poco más de tres años, a raíz de su primera novela La reina Isabel cantaba rancheras, la imagen del escritor ante la página en blanco: ``cuando alguien se sienta a escribir es porque algo tiene que decir, es como cuando te sientas a comer, generalmente lo haces porque tienes hambre''. Sus primeras letras fueron plasmadas, en primera instancia, en las minas de sal en Atacama, cerca de Antofagasta, la pampa salitrera donde se desempeñó como minero. Entre dos blancos -páginas y sal- Rivera Letelier habla su oficio: la escritura.

Escribir

Entre tantas toneladas de sal, ¿cómo es que nace en ti el oficio de escribir?

-Vengo del desierto de Atacama y tuve la conciencia de la escritura justo en el año de 1973. Escribía para mí, pareciera que no es verdad pero sí, no tuve ningún amigo al que le gustara la escritura o al cual mostrarle mis cosas; en el desierto lo único que se hace es trabajar y chupar; de hecho, la poesía por ejemplo, para muchos de mis compañeros es cosa de maricones. Entonces, escribí para mí. Escribía y guardaba, pero siempre con una necesidad de crear.

-Hay muchos escritores que llevan por el mundo, como discurso monotemático, eso de que si no escriben se mueren, y un sinnúmero de frases hechas...

-¿Hasta qué punto es necesidad o pose de escribir todo esto que digo? Tal vez físicamente no me muera, pero espiritualmente sí. Trabajé en el desierto más cabrón del mundo y tengo que decir que de no haber sido por la poesía, me liquido, nadie me hubiera salvado, hubiera caído como tantos otros; sin la escritura la opción era el alcohol y la nulidad. Mi necesidad de escribir fue casi fisiológica. Escribí durante 16 años en total hermetismo, sin pensar en la fama. Con los años y después de lo que significó para mí publicar, me di cuenta de lo peligroso que es el oficio, ¿sabes?, por dos cosas: una porque la fama se te puede ir a la cabeza, y también porque sé que cualquier hijo de vecino puede escribir... Aunque es muy rico sentirte en el Olimpo, sé que cuando estoy en casa, después de todas estas cosas de la promoción, tengo que pararme temprano y comprar el pan. ¿Lo que hago? me paro frente al espejo y me digo: ``No tienes más que dos opciones: o sigues escribiendo novelas del tipo de La reina... o haces abstracción de la fama, los viajes y las entrevistas y te pones a escribir, hacer lo tuyo, sentado en pelotas como el primer día.''

No soy de los escritores que trabajan por encargo. Probablemente haya un escritor que cree que los lectores son tontos, y no, ellos saben cuando algo es creado por convicción y lo distinguen de un producto del mercado; además yo soy un lector, un lector inteligente y para escribir tengo que satisfacerme con lo que he escrito, así tengo la certeza de lo bien hecho. Si yo me aburro con lo que escribo, ¡imagínate el lector!

Los escritores

-Sí, hay autores que no se releen para no darse cuenta de que se aburrieron al momento de escribir sus libros, pero también hay otros que comparten sus días alrededor de la literatura...

-Lo más serio para mí es la literatura. Es casi una religión, con eso digo todo. Cuando trabajé en la mina, llegaba muy cansado a casa y hasta dejé de lado a mi familia y leía... no quería ser un artista de fin de semana, entonces, te podrás dar cuenta de lo en serio que tomo la literatura; ¿como autor?..., no, no me gusta tomarme en serio. No quiero tener la imagen de mí mismo como la que tienen aquellos autores -son muchos y es muy triste- que casi se ponen un cartel en el pecho que dice ``intelectual'', buscan una foto, una reseña, la fama. Tampoco me veo en las francachelas con los colegas, vivo tan lejos que estoy fuera de los corrillos; es más, me aburren tremendamente sus conversaciones, lo que puedan decirme lo encuentro en los libros. ¿Nuevamente pose? Bueno, sé que puede sonar así, eso de que me interesa más lo que pueda decirme la señora de la esquina, pero en realidad es un asunto de pudor. No puedo, ni podré, compartir lo que hago con otros.

Es más, cuando siento el picor de mostrarÊa alguien lo que escribo, es casi siempre porque algo falta, porque no estoy seguro, porque no está bien...

Los contemporáneos

-¿Cómo te va con tus colegas, los lees?

-Sí, leo a todos mis contemporáneos; de Gonzalo Contreras, por ejemplo, tengo todos sus libros; Azócar, Allende, Fouquet, Serrano, Lafourcade... ¡aunque es el primero en echarme carilla! Pero en Chile, desde los noventa, se está dando un fenómeno ciertamente interesante. Hasta esta última década, mi país era un amasijo de poetas. A raíz del derrocamiento de la dictadura, se dio un boom de la prosa. Novelistas, cuentistas, en un número increíble, gente vieja y joven, aquellos que no habían podido publicar, empezaron a hacerlo. Todo lo que se gestó subterráneamente con la dictadura, explotó. Hay algunos que escriben muy bien, sobre todo los jóvenes; a mí me hubiera gustado escribir como ellos a su edad, en mis tiempos juveniles a mamá no le ponía acento (ríe), pero también veo en ellos demasiada influencia de la literatura norteamericana, y no sólo en la forma en la que escriben, sino hasta en el tipo de vida, en cómo se conducen, en lo que leen, hasta en cómo hablan. Sus escritos son casi copias.

¿En mi caso? Leo a autores como Onetti, Rulfo, es más, a éste último no sólo lo leo, lo estudio; pero una cosa es la influencia y otra es querer parecerse. Ellos -los jóvenes- escriben cosas de norteamericanos; ese es un detalle, el otro, netamente literario, es que escriben una literatura desechable. Lees uno de sus libros, lo terminas y acabas por tirarlo porque nunca más vas a releerlo. Creo que tanto la novela como el cuento se logran a partir de que el lector acude a una segunda lectura, el sueño de todo escritor se realiza en la medida en que sus obras son releídas.

Los libros y los otros

-¿Y si la función del escritor se cumple en la relectura, a quiénes relees?

-Mira, antes que nada quiero decirte que me llena de orgullo que la gente se me acerque y diga: ``oiga, he leído sus libros varias veces'', y hasta hacen listas con las palabras que no entienden, eso es muy rico. Lo que todo escritor debe pretender es dar a la prosa la magia de la poesía; si tú lo logras, tienes el cielo ganado.

¿Qué busco en la literatura? El valor estético. Por eso leo a Rulfo tres, cuatro veces; me sucede también con Leopoldo Marichal, por ejemplo. ¿Latinoamericanismo? He leído a los clásicos europeos: Lorca, Alberti, Unamuno, Kafka; en la biblioteca del pueblo donde vivo no llegan más libros, así me encontré con los norteamericanos como Hemingway; de los demás, tal vez mi intelecto no alcance para tanto, pero me aburren mortalmente igual que los museos, hay que decirlo. He estado en España y otros lugares, y cada vez que me dicen: ¡vamos a un museo!, yo me arranco para otro lugar: un prostíbulo, un mercado, la calle misma, porque yo soy eso.

¿Cómo hacerme de libros? Bueno, uno se da sus mañas. Justifico en todo a quien se los roba, sobre todo cuando lo hace por hambre. Mira, es igual que una manzana. Una manzana se roba por hambre, lo mismo pasa con los libros. En mis ratos de ocio escribí un texto sobre cómo robarse los libros. ¿Una copia? No, porque cada uno tiene su sistema. ¿Tú no tienes el tuyo?

El regreso

-¿Qué pasa por tu cabeza cuando vuelves a Chile?

-¡Imagínate! de los hijos de puta con los que trabajaba y que se sienten orgullosos de mí porque me consideran uno de ellos, a la firma de libros... ¿Sabes lo que me deja todo esto?... un terrible vacío.

Sólo espero seguir escribiendo con un diccionario a un lado, amar las palabras, levantar irreverente sus enaguas, lavarles la cara, y si ya son viejas, presentarlas nuevamente en sociedad... pero lo más importante de todo esto, es no perder nunca mi capacidad de asombro.