Con la llegada de Andrés Pastrana al palacio presidencial y el alejamiento de su anterior ocupante, Ernesto Samper, en Colombia se abren simultáneamente dos caminos hacia la tan largamente ansiada tranquilidad. Uno es la normalización de las relaciones con Estados Unidos, emprendida por el mandatario colombiano en su reciente entrevista con Bill Clinton, y el otro, aún más importante, es la posibilidad de alcanzar un acuerdo, mediante el inicio del proceso de negociación ofrecido por Pastrana durante su campaña electoral, con la guerrilla más potente y antigua del mundo.
La reciente ofensiva de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), que en los últimos días provocó más de 200 muertos e incrementó el número de militares en manos de los guerrilleros a 203, podría interpretarse como una ``despedida'' a Samper, a fin de negociar con el nuevo gobierno desde posiciones de fuerza y con suficientes rehenes castrenses, quienes serían intercambiados por guerrilleros presos. Al mismo tiempo, las declaraciones de Pastrana sobre la urgencia de la paz; la decisión de desmilitarizar, como pedían los guerrilleros, cinco departamentos que tienen varias veces la extensión de la República de El Salvador; el intento de incorporar a las negociaciones de paz con las FARC al otro movimiento guerrillero, el Ejército de Liberación Nacional (ELN), y a los grupos paramilitares; y el relevo de importantes mandos castrenses, son muestras de la decisión gubernamental de acelerar la marcha hacia la paz.
Con todo, si se tiene en cuenta la magnitud de las pérdidas de vidas humanas (calculadas en alrededor de 200 mil) acaecidas durante el largo periodo de violencia en Colombia, y los problemas logísticos y políticos que plantea desmilitarizar una parte importante del país y reincorporar a la vida civil y a la acción política legal a más de 20 mil guerrilleros --formados sólo en la lucha armada--, resulta evidente que la paz no podrá ser inmediata y que en Colombia se abre un proceso largo y tortuoso, lleno de tensiones y desconfianzas, donde todos deberán tratar de construir puentes dentro de su propio campo y hacia los adversarios.
En lo inmediato, aún están sin respuesta varias incógnitas de una importancia crucial para el proceso de paz, entre ellas, cuál será la posición y la participación del gobierno y el Ejército estadunidense en las labores de combate al narcotráfico, cuál la actitud y las acciones de importantes sectores castrenses colombianos que han sostenido y armado a los grupos paramilitares; y cómo se comportarán, en un posible entorno de distensión militar, los cárteles de la droga que aprovechaban la actividad guerrillera para operar en vastas zonas fuera de todo control oficial.
Pero lo importante, lo que hay que saludar y apoyar, es el cambio cualitativo resultante de una actitud gubernamental realista y comprometida con la paz, que contrasta con lo que sucedió en el pasado con otros grupos guerrilleros cuyos militantes que retornaron a la vida legal fueron acosados, e incluso asesinados, de modo sistemático. Es de esperar que el camino de negociación que se ha abierto en Colombia se amplíe a fin de terminar con un círculo infernal en el que, por un lado, la guerra interna impide el desarrollo político y social y, por el otro, la miseria y la desocupación crecientes alimentan a su vez la violencia y la guerrilla.
Como en otros países donde existen conflictos entre el Estado y movimientos guerrilleros, en Colombia, sólo con la aplicación de un vasto programa a favor de la paz y la reconciliación social será posible curar las hondas heridas producto de largos años de enfrentamientos armados, y construir un nuevo contexto democrático en el que todas las opiniones y tendencias puedan tener participación y cabida. La población colombiana se encuentra ansiosa de paz, y el gobierno de Pastrana deberá realizar esfuerzos considerables con el objetivo de sentar las bases tanto para el desarme y la reincorporación a la sociedad de los numerosos contingentes guerrilleros, como para emprender un amplio programa de asistencia y apoyo a los miles de colombianos que han visto desaparecer, a causa de la guerra, sus medios de subsistencia y han tenido que sobrevivir en un medio ambiente violento y hostil.