Carlos Bonfil
La mujer del Titanic

Retrato del impostor como figura romántica. En 1912, Horty (Olivier Martínez), obrero metalúrgico del norte de Francia, gana una competencia y su premio consiste en viajar a Southampton para ver zarpar allí al Titanic. Su misterioso encuentro con una recamarera del navío, Marie (Aitana Sánchez-Gijón), y el desencuentro sexual que marca el inicio de una extraña fantasía romántica son el pretexto y punto de partida de una inesperada reflexión del director español Bigas Lunas sobre los entrecruzamientos de la ficción y la realidad en la experiencia de Horty, en las secuelas, casi clínicas, que padece este personaje alucinado.

En La mujer del Titanic (La femme de chambre du Titanic), Bigas Luna toma distancia de la sonora retórica sensualista que caracterizaba sus películas más conocidas en México, Jamón jamón, Las edades de Lulú y Huevos de oro, con esa plusvalía de lo ``cachondo'' que tanto lo paralizaba en el tono de la comedia italiana de los años setenta. Sus mejores admiradores recordaban sus aciertos contraculturales de la década de los setenta: Caniche, Tatuaje, Bilbao, obras menos llamativas y menos fatuas que lo que vino después.

En La mujer del Titanic, el director sorprende a todo el mundo con el tipo de historia y realización que podría seducir a algún realizador poético-realista del cine francés, a un René Allio o a Jacques Rozier, por ejemplo. Bigas Luna toma el riesgo de abordar, en plena efervescencia de discursos modernistas, una historia de amor, sin duda extravagante y pintoresca, pero a final de cuentas harto convencional. Elige un reparto ideal para cautivar a espectadores de todas las latitudes, una actriz y un actor de físicos notables, identificable la primera por su trabajo en Un paseo por las nubes, de Alfonso Arau, y el segundo, por Un jinete en los tejados, de Jean Paul Rappeneau. Aparece también en el papel de Zoé, la esposa de Horty, Romane Bohringer, quien interpreta a la esposa del poeta Paul Verlaine en Eclipse en el corazón, de Agniezska Holland, y Las noches salvajes, de Cyril Collard.

La historia, basada en una novela de Didier Decoin, agota rápidamente su interés anecdótico, y Bigas Luna se demora más, con brío e intensidad, en una segunda parte cuyo tema central es la mentira, las múltiples posibilidades de la impostura, los espacios escénicos donde pueden relatarse, una y otra vez, las ficciones del enamoramiento y la separación, como un delirio que comparte el narrador con sus espectadores.

Horty cuenta en la taberna sus infortunios amorosos, luego lo hace en un espectáculo itinerante, hasta llenar a toda la comarca con sus divagaciones y su melancolía. Relato de la insatisfacción sentimental y del desencuentro carnal como materia de exaltación poética, La mujer del Titanic presenta un nuevo tipo de héroe en la galería de personajes masculinos de Bigas Luna: el hombre vulnerable, debilitado, menos como consecuencia de su fanfarronería, que como efecto de una rara inocencia, desconcertante para todos los que lo rodean. El director español elige contar una historia de época, y eso al parecer le permite explorar, con mayor complejidad y sutileza, el tema del impulso sexual frustrado, el juego de apariencias y simulaciones que es afirmación personal y social, y que aquí sugiere un horizonte más amplio y estimulante, el de la representación teatral, el ilusionismo escénico.

Como en El último metro, de Franois Truffaut, lo que vemos en la cinta de Bigas Luna bien puede ser un sueño, una ``ilusión cómica'' (Corneille) que mantiene sometidos y anhelantes tanto a intérpretes como a espectadores. El colmo del escepticismo en materia amorosa es construir fantasías de este tipo, donde la ficción sentimental se estrelle contra una ficción todavía más grande, la de un individuo con una identidad dividida que cuenta su historia de amor con una persona probablemente inexistente.

Un cuento de Maupassant, una historia de Edgar Allan Poe, un irónico juego de tiempos y espacios alterados en Robbe-Grillet o en Raúl Ruiz tendrían que combinarse para dar la dimensión justa de lo que parece buscar Bigas Luna en esta película: la descripción realista de una fantasía absoluta y la parábola de una inocencia que naufraga en el delirio. Tal vez no sea La mujer del Titanic la mejor película de Bigas Luna, y quizás ésta siga todavía pendiente; sin embargo, el director español muestra aquí un talento similar al de Horty: cuenta mentiras tan cercanas a la verdad, y muestra cosas atractivas tan evidentemente falsas, que el público sale satisfecho, o por lo menos felizmente engañado.