Las mentiras completas o las verdades a medias, a fuerza de repetirse terminan por presentarse como verdades absolutas, cuando no se llega a la profundidad de las realidades sociales. Respecto a Chiapas, algunos parecieran apostarle a este recurso, cuando afirman una y otra vez que la miseria por sí sola engendró el conflicto y que la solución llegará con un discurso mesiánico y excluyente.
De ahí la importancia de voces como la del doctor Arturo Warman, que llaman a evitar diagnósticos apresurados y juicios sumarios. Voces que elevan la calidad del debate sobre los antecedentes, el presente y el futuro de la llamada ``rebelión de las Cañadas''.
El secretario de la Reforma Agraria, en la entrevista del sábado 1o. de agosto, en Excélsior, se sitúa sobre el maniqueísmo que hace de Chiapas un teatro con dos actores: gobierno y EZLN y una sociedad expectante, con grandes pasivos sociales en espera de que se cubran.
Nosotros coincidimos con el doctor Warman en que el levantamiento del 1o. de enero de 1994 tuvo ciertamente un componente económico y social, la ausencia de desarrollo económico y la justicia postergada por siglos, pero también tiene un factor político tanto o más importante que aquél: no tenemos instituciones consolidadas para canalizar los inevitables conflictos en una sociedad tan plural como la chiapaneca, en lo social, en lo cultural, en lo religioso.
Chiapas es una sociedad que ya arriba al siglo XXI, con instituciones del siglo XVI, como la disputa de la toma de decisiones públicas a la autoridad por corporaciones privadas, la confusión en algunas comunidades entre el ámbito civil y el religioso, y la pretensión de cotos privados donde no se aplique la legislación nacional.
En suma, son vacíos políticos ancestrales, alimentados ahora por protagonismos que rebasan los propios intereses de los chiapanecos. Algunas voces pretenden incluso hacer de Chiapas un ``problema internacional'', cuando de lo que se trata es de reivindicar a la política como el único instrumento capaz de reconciliar a los chiapanecos.
Chiapas es ciertamente un capítulo pendiente en materia de crecimiento económico y justicia social, mucho más complejo que la estrechez de miras de la derecha que confunde los negocios privados con los asuntos públicos, pero Chiapas es sobre todo un reto a la inteligencia política, la buena fe y la ética de los actores involucrados.
En Chiapas deben deponerse las actitudes fundamentalistas, las que parten de verdades incuestionables, las posturas inamovibles, las que no ceden por principio, y debe abrirse paso a la tolerancia y a un diálogo donde todos ganen. Es decir, donde gane Chiapas.
Y ese diálogo tiene que darse tanto entre el gobierno y el EZLN, como entre las fuerzas políticas nacionales, en el Congreso.
El diálogo de San Andrés no cubrió toda la agenda. Quedan varios puntos por debatirse entre las partes, con ese o con otro formato. Las políticas para reactivar el desarrollo, las fórmulas para la distensión y la reconciliación plena de las comunidades, la política cultural, el papel de las mujeres chiapanecas, entre otros.
Sin diálogo no podrán hallarse los caminos para que la paz en Chiapas sea mucho más que un salto al pasado, la simple ausencia de conflicto y de violencia y se constituya en un salto al futuro: una nueva convivencia civilizada fincada en la ley, el desarrollo y la justicia.
Y en ese proceso, el consenso para una nueva relación entre el Estado nacional, la sociedad mexicana y las comunidades indígenas ocupa un lugar central. Es decir, la promulgación de una ley en materia de derechos y cultura indígenas.
Y aquí el debate tiene que darse en el máximo foro democrático: el Congreso de la Unión.
Son las fuerzas políticas nacionales las que tienen que considerar y hallar la convergencia de todos los puntos de vista que ya se han vertido: la propuesta de la Cocopa, las iniciativas del Ejecutivo federal y del PAN, y las propuestas planteadas en los foros en materia de derechos indígenas, que se han realizado a propuesta del Senado de la República, el gobierno federal y el Congreso Nacional Indigenista.
La nación no puede subordinarse a visiones y concepciones unilaterales. La nación es plural. Si la doctrina del pensamiento único no vale en economía, en política menos.
Es ciertamente la hora del debate de altura, con razones y argumentos, no la hora de las ideologías irreductibles. Es la hora del Congreso.
* Senador de la República.