Arnaldo Córdova
El redimensionamiento del PRI

Tengo la impresión de que los priístas nunca han acabado de entender lo que la reforma política ha significado para su partido. Ellos controlaron desde el principio (1977) los ritmos y los grados de avance del proceso, tratando siempre de que los favoreciera, ante todo, a ellos. La reforma fue ideada por don Jesús Reyes Heroles con el objetivo preciso de hacer entrar en un marco político institucional a todas las fuerzas políticas que habían estado fuera porque desde el gobierno no se les reconocía como tales y, naturalmente, tendían a la ilegalidad, la clandestinidad y, lo peor de todo, a la lucha armada.

Pero el mismo Reyes Heroles no pensaba que a corto plazo el poder priísta pudiera ponerse en peligro. En una de las veces en que pude platicar con él, me soltó un concepto que de inmediato le rebatí: ``Un régimen democrático con partido dominante''. Le hice notar que los términos eran antitéticos. ¿Cómo podía pensarse en un régimen democrático con un partido que se llevaba en cada elección arriba de 70 por ciento de los votos? Le recordé la experiencia de los países democráticos de Europa y América, donde los partidos que ganan por lo general no pueden superar 50 por ciento de las votaciones. El no creyó que tuviera razón.

Igual pensaron los priístas durante muchos años, por lo menos hasta las elecciones de 1994. Hasta entonces, ellos pudieron imponer cuantas limitaciones les pasaron por la cabeza al proceso democratizador. En muchos puntos la reforma de 1986 fue un retroceso frente a la de 1977. La experiencia electoral de 1988 los traumatizó de verdad, no obstante que, según las cifras oficiales habían logrado más de 50 por ciento de los votos. Para un partido que estaba acostumbrado a ganar con ``carros completos'' y con votaciones que, a veces, como en Chiapas, eran de 90 por ciento, ciertamente, aquello significó un gran descalabro. Pero en 1994, con el mismo porcentaje de 1988, aunque con muchos más votos, el triunfo de Zedillo fue celebrado como una victoria aplastante y contundente.

Como no podía ser de otra manera, la oposición ha venido avanzando a costa del PRI. Las elecciones de 1991 dieron la impresión, sobre todo a los priístas, de que el dominio oficialista era simplemente invencible. Se habló incluso de la ``recuperación'' del PRI. En 1994 todavía quedó la imagen de un partido oficial cuya fuerza seguía siendo indesafiable. Pero en las elecciones locales de 1996 y en las federales y locales de 1997, las cosas comenzaron a cambiar definitivamente. La imagen fue la de un PRI en plena bancarrota y en una crisis que pareció definitiva.

Se ha hablado mucho de la ``crisis de los partidos'' y en el mundo, en efecto y por lo que puede verse, los partidos están cada día en crisis, porque cada día son más ineptos e insuficientes para dar cauce a la representación ciudadana. Pero hablar en México de la ``crisis de los partidos'' es, sencillamente, temerario. ¿Cómo pueden estar en crisis partidos que están, todos incluido el PRI, en una prolongada maduración y, en cierto sentido, en su juventud? El PRI nunca fue un verdadero partido. Ahora está comenzando a serlo. El PAN es el más viejo pero tampoco pudo ser un verdadero partido en el régimen autoritario en el que debía competir y el PRD tiene apenas nueve años de vida.

Se dice que el PRI está en crisis, porque está perdiendo los espacios que los partidos de oposición están ocupando. No me parece que el PRI esté en crisis. Está en problemas, lo que es diferente. Está enfrentando un proceso de democratización que lo está redimensionando como partido. El poder presidencial todavía lo domina, pero comienza ya a ser un partido, que lucha y que pierde y, también, que gana. Aún dispone impunemente del dinero del erario. Pero ya no como antes. Ahora cada elección es un verdadero desafío. Su nivel de votación ya casi no supera 50 por ciento. Anda de 38 o 40 para arriba, pero ya no es la maquinaria invencible de hace apenas siete años.

Que la oposición diga que el PRI está en crisis se comprende; que los priístas piensen o sientan que su partido está en crisis es absurdo. Deberían pensar que la pluralización de la sociedad lo está convirtiendo en un partido real y lo está acoplando a lo que el progreso de la democracia necesita en este país: una alternancia sana y pacífica en el poder y una opción política para los ciudadanos, entre otras que no pueden por más de avanzar en la pluralidad social y política. Ese redimensionamiento del PRI, como verdadero partido, es una necesidad para el progreso democrático de México. No está en crisis. Todavía está ganando elecciones y, como cualquier otro partido, también las está perdiendo. Es algo que ya debería entrarles en la cabeza a nuestros priístas.