Ugo Pipitone
¿Recesión a la puerta?
Esta es la pregunta inevitable después de conocerse los datos que revelan el débil crecimiento de la economía de Estados Unidos en el segundo trimestre del año. Durante el primer trimestre el crecimiento del PIB había sido de 5.4 por ciento, en el segundo se contrajo a 1.4 por ciento. Evidentemente, y después de varios meses, los efectos de la crisis asiática comienzan a sentirse. Ya en mayo se había registrado un sustantivo incremento del déficit comercial estadunidense a casi 16 mil millones de dólares. No es fácil vender a economías en recesión y más aún cuando el Made in USA se encarece debido a la valorización del dólar frente al yen y a las otras monedas asiáticas.
Y sin embargo, la pérdida de dinamismo de la primavera no indica todavía un cambio drástico del ciclo. La economía estadunidense sigue en una oleada expansiva desde más de seis años y no hay al momento razones suficientes para prever una desaceleración en clave declaradamente recesiva. Las señas positivas persisten en una demanda doméstica que sigue creciendo, un desempleo que si bien lentamente sigue bajando y una inflación que viaja alrededor de tasas anuales de 2 por ciento. En su último informe al Congreso, el 21 de julio, Alan Greenspan, presidente de la Reserva Federal, señalaba la existencia de riesgos inflacionarios asociados sobre todo a la reducción del desempleo y al incremento de los salarios reales. Así que a Greenspan parecían preocupar más las señas de la inflación que de la recesión. El mismo funcionario señalaba incluso la posibilidad de incrementar los tipos de interés para reducir la demanda y enfriar la economía.
El cuadro de la situación es así fundamentalmente incierto. En estos momentos no se entiende si la economía de Estados Unidos necesite ser estimulada o frenada. Las señas son contradictorias. Lo que es evidente es que la demanda interna por el momento ha compensado la perdida de dinamismo de las exportaciones, pero una situación de este tipo evidentemente no es sostenible por mucho tiempo, sobre todo considerando el riesgo de un aumento excesivo de los desequilibrios externos.
Evidentemente gran parte del partido se juega en Japón, en la esperanza que el nuevo gobierno sea capaz de producir un clima de confianza que permita una recuperación de inversiones y consumos para 1999. Por otro lado, las señas que vienen de Europa tampoco son muy positivas. Aunque a lo largo de la primera mitad de 1998 en las principales economías de la región la inflación y las tasas de desempleo hayan registrado alguna tendencia a la baja (con una inflación generalmente inferior al 2 por ciento anual), también es cierto que en los últimos meses la producción industrial ha registrado una sensible contracción en Alemania e incluso tasas negativas en Holanda, Italia y Suecia.
Es evidente que la economía internacional se encuentra en un momento delicado debido a la persistente crisis asiática y, en esta situación, una caída recesiva en otras importantes economías mundiales podría tener consecuencias graves. Dicho de otra manera: el mundo no puede permitirse una recesión en Estados Unidos o en Europa occidental mientras, para usar la metáfora obvia, la bomba de tiempo japonesa y asiática no sea desactivada. De ahí que las actuales señas de debilitamiento económico en Estados Unidos, Inglaterra y Canadá, para limitarnos a las mayores economías, resulten preocupantes.
Añadamos a esto que si se inaugurara en la segunda mitad del año una clara tendencia recesiva en alguna economía importante fuera de Asia, el precio del petróleo podría contraerse aún más creando problemas serios a varios países en desarrollo altamente dependiente de sus ingresos petroleros. Y regresamos así al tema que está en el centro de las turbulencias potenciales de la economía mundial en este ciclo histórico: la necesidad urgente que los países de Asia oriental recuperen sus ritmos de crecimiento para que puedan subsanar sus estructuras bancarias y financieras y para que eviten que una eventual recesión occidental pueda convertirse en una depresión que podría producir un temblor de gran magnitud en el sistema de pagos internacionales.