Para muchos historiadores y cronistas de la Ciudad de México el 18 de julio de 1325, es la fecha en que Tenoch determina su fundación, obedeciendo los designios del Dios Huitzilopochtli, en voz del sacerdotes principal Cuauhtloquetzqui.
Se trata de un hecho de la más alta significación histórica pues es el punto de partida de lo que con el tiempo se convertía en la ciudad más poblada del mundo y que hasta hace apenas un año, después de casi siete siglos, empezó a vivir experiencias políticas propias de un modelo democrático.
Sin embargo, pocos son los ciudadanos que tienen presente este importante dato en los anales del calendario cívico cultural, pero hasta donde sabemos tampoco el gobierno celebró o difundió debidamente este acontecimiento, que se vincula a nuestra historia e identidad, donde el 6 de julio de 1997 forma ya parte del devenir de la ciudad capital.
Probablemente el 18 de julio como tal se obnubila en la memoria histórica porque la luminosidad premonitoria de aquel día de 1325, se apega ante el carácter luctuoso de esa misma fecha, sólo que de 1872, con motivo del deceso del gran Benito Juárez.
Han pasado siete siglos que merecen ser conocidos y reconocidos por todos, especialmente por quienes vivimos en el Distrito Federal. No se trata de organizar un insípido y simplón acto conmemorativo. Hay en todo este deslumbrante pasado gestas heroicas, edificaciones que incluso son patrimonio de la humanidad, obras de nuestros grandes artistas que conforman un acervo impresionante y en fin testimonios de momentos cruciales de diversas generaciones que marcaron profundamente su historia y su cultura, con grandeza de espíritu y compromiso frente a sus ideales y aspiraciones.
Pero también es preciso extraer lecciones de la adversidad, de los errores y omisiones de quienes han detentado el gobierno, así como las tragedias y catástrofes que han tenido como escenario la Ciudad de México, para consumar el ciclo que ya concluye e iniciar en mejores condiciones el siglo que viene.
De las primeras crónicas, a nuestros días, se aprecia la devastación progresiva, la falta de planeación, el caos urbano y la destrucción crónica de los recursos naturales. La otrora ciudad de los Palacios, ahora con la mancha urbana de sus adefesios arquitectónicos y también dolorosamente, con sus niños de la calle. Ciudad de explosiva violencia y deterioro social, donde su más recientes víctimas son tres adolescentes violadas por policías del cuerpo de caballería, que tan sólo por este criminal acto debiera desaparecer y no asentarse más, sacrílegamente, en las inmediaciones de Tláhuac, tierra y sociedad que merecen un mejor destino.
Nuestros primeros cronistas, en síntesis que publica Don Artemio del Valle de Arizpe, nos hablan de otra ciudad ``Ciudad de quietos lagos, con flotantes jardines; de altos y múltiples teocallis de piedras talladas con minuciosa gracia; con palacios y casas llenos de la rotunda masa de los vergeles, ya bajos, ya elevados en los pisos altos; con calles bulliciosas, radiantes, que cruzan canales sobre los que se tienden los múltiples puentes de maderas labradas y por lo que va la lentitud de las piraguas, barquetas y canoas, llenas todas de las vistosas mercaderías de la tierra; veréis cómo sus calzadas son anchas, de dos lanzas jinetas, y sombreadas, verdes, frescas... y envuelta toda ella en las claridades de una atmósfera que exalta más el azul de los cielos y la blancura de los nevados volcanes. Oiréis fluir armoniosas y claras, en manso ritmo de canturia, las pláticas de las gentes, que vienen y van incesantemente por las calles, por las plazas, por las calzada, urgidas por sus menesteres y desempeños; que suben y bajan las graderías de los templos con ofrendas de flores, de aves, de frutas, de joyas y perfumes''.
Sólo con una fuerte voluntad política y social podríamos revertir los males de la ciudad, pero es posible y aún tenemos tiempo para hacerlo. Este aniversario debería ser un nuevo punto de partida para reflexionar, valorar, decidir y actuar.
Por ello, más allá de fecha, días y calendarios, que son importantes, debe imponerse nuestra mexicanidad, el orgullo del origen y la conciencia de que podemos labrar el futuro, como lo hicieron nuestros fundadores, pero mejorando nuestro destino con base en la sabiduría de la línea histórica y con un nuevo punto de partida que se llama democracia.