La Jornada Semanal, 2 de agosto de 1998


Philippe Sollers


Esa consternante voluntad
para normalizar el sexo


En una época, los guardianes de las buenas costumbres recomendaban que se tuviera cuidado con el chocolate, pues era un brebaje despertador de las concupiscencias. La píldora milagrosa prolonga los entusiasmos, pero éstos, dice Sollers, dependen sobre todo de ``lo que nos pasa por la cabeza''. En fin... cada quien su píldora, su fantasía y su chocolatito (¡cuidado, eminencias anticondónicas!).

Yo estoy por el progreso y no me molesta para nada que se quiera tomar la Viagra. Lo único que observo es que este pequeño invento va a amasar enormes cantidades de dinero y que esta píldora viene a justificar una intensa miseria simbólica. ¡Qué fascinante vuelco de un siglo a otro! A finales del XIX, el sexo era considerado como algo diabólico, al punto de llevar directamente al infierno, de desestabilizar el poder. Una creación artística formidable, como por ejemplo Madame Bovary y Las flores del mal, se veía así condenada en nombre de la represión sexual. Un siglo después, mientras florece una literatura convencional, la censura golpea todo, salvo el sexo. Al contrario, se hace propaganda bajo todos los aspectos y se nos dice que no hay nada mejor que tener una erección y ser ``niagaresco'' -¡una fantasía de eyaculación bastante loca si se piensa en ello! He ahí lo que me parece sintomático de una concepción del ser humano como una serie de funciones animales, en la línea de todos esos artefactos para la reproducción artificial, contra la depresión, etcétera. Por qué no... Pero esas no son solamente técnicas de consuelo. Hay también dominio en esa consternante voluntad para normalizar la sexualidad, partiendo del principio de que todo el mundo tiene su oportunidad. La censura sólo ha cambiado de trinchera: hoy, está mal visto si uno no se siente verdaderamente dotado o si se quiere hacer otra cosa. ¡El sexo es obligatorio, señora! De hecho, no nos escapamos: después de la erección del falo mítico, uno intenta hundirlo, pero siempre resurge. De la hostilidad extrema a la adoración extrema, se permanece en la fascinación: ¡bien investido se halla ese horrible falo!

Lo que es interesante en ese dominio, no es saber si eso funciona, sino lo que ocurrió realmente -el verdadero erotismo proviene de allí. Que alguien que ha alcanzado su orgasmo nos diga de qué está hecho su goce. Pero, como siempre, no se puede formular realmente la pregunta. De hecho, la miseria sexual es mucho más grande de lo que uno se atreve a decir. Por tanto, todo el mundo debería saber que la sexualidad en general y los problemas de erección, en este caso, no dependen de una función solamente mecánica, sino también de lo que pasa en la cabeza. Desde este punto de vista, no hay ningún progreso y habrá siempre pocos individuos dotados para ese género de música. Se podría decir que estoy a contracorriente al afirmar que el sexo no es obligatorio, que todo eso no tiene ninguna importancia, que ni siquiera es tan interesante. Un discurso de indiferencia del que tengo conocimiento de causa: mi deseo, yo sé cómo procurármelo de una manera que no le pertenece a nadie más que a mí. Yo no escribo libros de obseso sexual, al contrario: yo escribo libros de singularidad. De la misma manera que no existen dos huellas digitales idénticas, no hay dos sexualidades semejantes, con píldora o sin píldora.

Traducción: Humberto Rivas

Tomado de L'événement du Jeudi.

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