La Jornada Semanal, 2 de agosto de 1998


Gonzalo Celorio


La triple insularidad


Escritor de innegable filiación cubana, autor de Amor propio y Ciudad de papel, ensayista y promotor de la cultura, Gonzalo Celorio es actualmente director de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, donde imparte un curso, ya clásico, sobre literatura cubana. Su visión de conjunto sobre lo que ocurre en materia literaria en Cuba es una invitación a rehacer los caminos postlezamianos.

Pasaron ya los tiempos de Lezama Lima y Alejo Carpentier, cuando la literatura que se hacía en Cuba, desde la marginalidad o desde la representación oficial, se identificaba plenamente con el país de procedencia y era, Revolución de por medio, la heredera legítima de la rica tradición de José María de Heredia, Cirilo Villaverde, José Martí, Julián del Casal. Hoy en día, el creciente prestigio del exilio cubano, debido en alta medida al fin de la guerra fría y a la consecuente globalización, y la cada vez más marcada insularidad política de Cuba, que se sobrepone a su insularidad geográfica, han provocado que la narrativa cubana que en la actualidad se escribe fuera de Cuba sea más conocida y reconocida que la que se escribe adentro. La del exilio, acaso porque se remite, por su propia condición, al paraíso perdido en que Cuba se transfigura merced a la nostalgia, es la narrativa que se identifica con el país y con su tradición literaria, mientras que la narrativa que se escribe en la isla suele ser considerada, sin que se le conozca suficientemente, como inhibida o panfletaria. Hay, pues, además de la geográfica y la política,Êuna tercera insularidad, la de la literatura.

Ciertamente, los nombres de Guillermo Cabrera Infante, Severo Sarduy, Reinaldo Arenas, Eliseo Alberto, Lichi, o Zoé Valdés, por citar sólo algunos entre los más afamados, representan la literatura cubana en el mundo editorial. Poco se sabe, en cambio, de la enorme pujanza literaria de los escritores que han permanecido en Cuba, a no ser la de aquellos que de algún modo han podido burlar la triple insularidad y se han hecho acreedores a diversos reconocimientos internacionales, como Dulce María Loynaz, prácticamente desconocida fuera de Cuba hasta que obtuvo, a los ochenta años de su edad, el premio Cervantes en 1992; Senel Paz, que ganó el premio Juan Rulfo de Radio Francia Internacional en 1990 con su relato El lobo, el bosque y el hombre nuevo, cuya versión cinematográfica -Fresa y chocolate-, de la que él es el guionista, le dio renombre internacional, o Leonardo Padura, que obtuvo el Premio Café Gijón 1995 por su novela policiaca Máscaras, que fue editada por Tusquets en el 97. Recientemente, la misma casa editorial publicó la novela Tuyo es el reino, de Abilio Estévez, que ha sido tomada por la crítica española, hiperbólicamente, como un renacimiento de la literatura cubana. Y es que esta obra, configurada por una sucesión de imágenes líricas que se despliegan en torno a los personajes que habitan un espacioso lugar llamado La Isla, permite una lectura alegórica en la que los críticos españoles seguramente vieron los signos de la disidencia política y la trataron como una novela del exilio -del exilio interior en este caso-, más que como una novela escrita adentro que simplemente practica el ejercicio de la crítica, como tantas otras. No deja de ser curioso que hoy por hoy la narrativa de afuera sea reconocida por su contenido político cuando precisamente por su contenido político con frecuencia fue descalificada la de adentro.

No es la intención de estas páginas valorar la narrativa cubana interior en detrimento de la exterior, en la que se cuentan tantas obras de trascendencia y valía indiscutibles que admiro profundamente, sino sólo señalar que la literatura cubana que se escribe en Cuba tiene una gran vitalidad y se inscribe, tanto o más que la de afuera, en la vigorosa tradición literaria cubana, sin duda una de las más ricas del continente. Muchos de los escritores que han cobrado resonancia fuera de Cuba hicieron parte de su obra en la isla, si bien algunos sólo desarrollaron ahí la fase inicial de su producción, que después completaron fuera, como Guillermo Cabrera Infante, que recuerda en el exilio, con vívida nostalgia, La Habana de su adolescencia, una ciudad tan irrecuperable como su propia juventud; otros, en cambio, ahí llevaron a cabo la parte sustancial de su producción, como Reinaldo Arenas, que escribe en Cuba su desbordante obra narrativa, ciertamente en condiciones de persecución y clandestinidad, para escribir, después del Mariel, en Nueva York, Antes que anochezca, un testimonio estremecedor que se vuelve testamento cuando pone al mismo tiempo punto final a su obra y a su vida en 1990. Otros más parece que al salir de Cuba dejaron en la isla su fecundidad narrativa, como Norberto Fuentes, que hasta donde entiendo no ha publicado en el exilio nada comparable a sus obras de interior. Hay también quienes salieron de Cuba sin ánimo detractor y en el exterior produjeron obras que se empeñaron valerosamente en establecer un punto de vista equidistante entre Cuba y Miami, crítico pero no disidente, como Eliseo Alberto, si bien la lectura que se dio a su sobrecogedor Informe contra mí mismo rompió el equilibrio que la obra misma proponía y la balanza se inclinó hacia un lado para que el libro se ubicara en la literatura del exilio, a cuya nómina pertenece de lleno la novela Caracol Beach con la cual ganó, junto con Sergio Ramírez, el codiciado premio Alfaguara.

Hay en Cuba una magnífica generación de escritores maduros, que asumen la tradición literaria de Lezama Lima, Virgilio Piñera, Novás Calvo, Alejo Carpentier y que concurren en una ciudad a un tiempo pequeña y metropolitana, en la que es posible encontrarse, visitarse, leerse y donde el tiempo se pasa, igual que en todas las islas, recibiendo y despidiendo amigos, como dice Lichi. Es notable el conocimiento memorioso que tienen de la literatura a la que pertenecen, con todo y su trivia, y la avidez -no en vano insulares por partida triple- por la lectura de todo lo que provenga del exterior. Suelen viajar mucho al extranjero, aunque siempre sin dinero y a veces a países improbables. Tienen una formación literaria ``profesional'', gracias a la cual practican con igual destreza varios géneros, aunque su maestría, en concordancia con la tradición, destaca en la poesía lírica y el cuento corto, y son capaces, los más de ellos, de convertir sus textos narrativos en guiones cinematográficos. Publican por concurso, ya que la escasez de papel en este ``periodo especial'', que se ha hecho regular, ha restringido dramáticamente el número de títulos y el tiraje de las ediciones. De ahí que participen en cuantaÊcompetencia literaria se anuncie y que con tal inercia envíen sus manuscritos a cuanto concurso internacional aparezca en el azul del horizonte. Es tan grave la falta de papel, que Francisco López Sacha se sabe sus novelas de memoria y a la menor provocación te sorraja un capítulo con aliento de rapsodia. Tienen convicciones políticas, en unos más acendradas que en otros, pero nunca han practicado el realismo socialista ni cosa que se le parezca, y ejercen la crítica como la ejerce cualquier narrador, sin que sus ideas políticas necesariamente ocupen un lugar preponderante en sus obras. Es una generación, como todas, diversa en tonos, estilos, preocupaciones, temáticas, géneros, unidas, también como todas, en el deseo de ser diversa. Una generación de escritores que viven en las arduas circunstancias de La Habana, que colaboran con frecuencia en La gaceta de Cuba, publicación bimensual dirigida heroicamente por Norberto Codina, que pertenecen a la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), que reconocen el pródigo liderazgo de Ambrosio Fornet, Pocho, el hombre que más sabe de literatura cubana (dicen que si hay algún libro cubano que no haya leído Pocho es porque todavía no se ha escrito). Escritores que sufren las rudas condiciones de la triple insularidad, que tienen serias dificultades para alimentarse, para transportarse, para corresponder a la generosidad de los amigos extranjeros, para publicar, para leer, aunque se prestan los libros entre sí hasta que se acaban como si fueran pastillas de jabón.

Cuentos de algunos de estos escritores figuran en una antología organizada y prologada por Leonardo Padura y publicada por Difusión Cultural de la UNAM en 1993 con el título El submarino amarillo. En ella aparecen los nombres de Eduardo Heras León, mejor conocido como El Chino, Mirta Yáñez, Miguel Mejides, Francisco López Sacha, Senel Paz, Abel Prieto, que hoy se desempeña como ministro de cultura, Reinaldo Montero, que ocupa un lugar sobresaliente en la dramaturgia cubana, Abilio Estévez, Arturo Arango, todos los cuales viven en Cuba, y algunos otros que decidieron abandonar la isla, como Norberto Fuentes, Jesús Díaz, Reinaldo Arenas. Es una antología que da cuenta de la diversidad mencionada y de la alta calidad de los narradores en este género tan propio de Hispanoamérica y muy particularmente de Cuba, el cuento corto.

Difusión Cultural de la UNAM ha publicado, además, diversas obras de algunos de estos escritores en la colección ``Rayuela internacional'', que concibió y animó por varios años Hernán Lara Zavala y que a continuación comento brevísimamente:

De Senel Paz publicó su primera y hasta ahora única novela, Un rey en el jardín, que se refiere a los tiempos inmediatamente anteriores a la Revolución del 59, vistos y vividos por un niño enclavado en un mundo de mujeres, que ha hecho su reino en el jardín tropical que lo rodea. No hablo más de él porque es conocido en México, como dije arriba, por el relato El lobo, el bosque y el hombre nuevo, publicado por Ediciones Era, que es el antecedente directo de la película Fresa y chocolate. Me permito, sin embargo, destacar la importancia del cuento de Senel que figura en El submarino amarillo, titulado ``No le digas que la quieres'', que relata la primera experiencia amorosa de un muchacho y una muchacha el día que mataron al Che, y que es un modelo de perfección narrativa, que goza de los mismos atributos que su relato El lobo, el bosque y el hombre nuevo: la comprensión del mundo adolescente, la ternura, la credibilidad, humor.

Eduardo Heras León es el más viejo de este grupo de escritores y fue profesor de casi todos ellos en los talleres literarios que dirigía y que sigue dirigiendo. También fue artillero en la frustrada invasión a Bahía de Cochinos y varios de sus cuentos se refieren a la guerra, aunque su temática es más amplia o, mejor dicho, la condición guerrera del hombre emprende, en su narrativa, batallas de muy diversa índole. Es notable la economía verbal de El Chino, su eficacia narrativa, su contundencia.

Francisco López Sacha es un escritor verboso, gozador de la palabra y su dicción, formado en la literatura de Lezama y la músicaÊde Los Beatles. Es autor de un espléndido relato llamado ``Figuras en el lienzo'', en el que imagina el encuentro entre Zola y Martí la noche del estreno de Garín en La Comedia Francesa de París. Este cuento, como el de El Chino, da título al volumen publicado por la UNAM.

Arturo Arango es un escritor finísimo, cuidadoso, autor de dos cuentos memorables, además de ``El viejo y el bar'', que figura en la multicitada antología: una ucronía, titulada ``La Habana elegante'' en recuerdo de la revista modernista de Julián del Casal, en la que el día de la muerte del poeta se prolonga durante todo el siglo hasta que el poeta sucumbe, muerto de risa, como el último poema de Eliseo Diego, en la casa de Miramar del escritor Pablo Armando Fernández, entre los amigos que integran esta generación de narradores. Y ``Bola, bandera y gallardete'', que relata la persistencia de una anciana que decide quedarse en La Habana, sola, cuando llega el día en que la ciudad es evacuada por todos sus habitantes. Deudor de Cortázar, sus cuentos configuran situaciones improbables en las que subyace la crítica sutil y la realidad es vista con la objetividad que la distancia de la fantasía paradójicamente propicia. Estos cuentos se encuentran en el libro ¿Quieres vivir otra vez?, de la colección Rayuela Internacional.

Como Leonardo Padura es, además de tripulante, el capitán de El submarino amarillo, no puedo dejar de mencionarlo en estas apretadísimas páginas. Al igual que casi todos los de esta generación, es un escritor versado en varios géneros -la novela, el reportaje, el ensayo, la crónica, el guión cinematográfico. Su curiosidad periodística y su rigor investigativo lo han llevado a adentrarse en varios temas de la cubanía, desde la historia del ron y de la familia Bacardí hasta la tesis de lo real-maravilloso de Alejo Carpentier. Su novela Máscaras, como dije, se hizo acreedora al Premio Café Gijón de 1995 y, publicada por Tusquets en España, es accesible al público lector mexicano; sin embargo, ésta forma parte de una tetralogía, ``Las cuatro estaciones'', de novelas policiacas, dos de las cuales fueron publicadas en La Habana y no tienen circulación fuera de Cuba: Pasado perfecto y Vientos de cuaresma. La cuarta aún permanece inédita, pero será publicada en breve por Tusquets. Es interesante ver las modalidades que cobran en el escenario habanero las estructuras clásicas de la novela policiaca, simplemente porque la realidad social tiene peculiaridades que en la obra se vuelven centrales: el tipo de crímenes que se cometen, la omnipresencia de los Comités de Defensa de la Revolución integrados por vecinos de cada cuadra, que de alguna manera ejercen la vigilancia policiaca -y también política e ideológica- de la ciudad, las dificultades para abastecerse de los insumos necesarios, la práctica del trueque, la solidaridad vecinal, etcétera. Las novelas policiacas de Padura, que respetan la tipología propia del género, se vuelven otra cosa en el contexto de La Habana del ``periodo especial''.

También Difusión Cultural de la UNAM publicó recientemente en la misma colección una obra de Dulce María Loynaz, Fe de vida, que en principio es la biografía de quien fue su marido, Pablo çlvarez de Cañas, pero que acaba por ser una autobiografía más o menos reservada de esta mujer extraordinaria y aristocrática que vivió toda su vida en Cuba. Es, también, la biografía de La Habana durante el siglo XX, y muy particularmente del Vedado, que tiene la misma edad que la escritora.

Estas obras publicadas en México, que apenas he enlistado, pueden dar una idea, aunque sea somera, de la gran energía literaria de la Cuba de adentro, que, para ser reconocida y valorada, tiene la ímproba tarea de vencer la triple insularidad a la que se ha visto sometida.