Arturo Arango es un fagocitósico y atento lector de los signos que conforman el imaginario cubano, dentro y fuera de su literatura, a casi 40 años del Moncada. Aquí el autor nos habla de la herencia de la literatura cubana y de quienes desde la isla hablan del quehacer poético aunque siempre como adjetivo de la pasión.
¿Con qué aspectos de la tradición de la literatura cubana coincide tu obra? ¿Te sientes cercano a la sensibilidad de algún grupo?
-Pertenezco a un grupo literario que empezó a conocerse quizá tardíamente, a principios de los ochenta; se trata de la promoción de los nacidos del año cincuenta al cincuenta y cinco, aunque tengo la esperanza de que la obra de unos y otros se diferencie considerablemente. Es en su mayoría un grupo de narradores, y nos unen sobre todo propósitos literarios. Empezamos a escribir casi todos a mediados o fines de los años setenta, cuando la cultura cubana, el país en su conjunto, atravesaba por lo que se ha dado en llamar el ``Quinquenio Gris'', que en realidad es mucho más que un quinquenio y es un periodo de dogmatización muy fuerte, que tuvo su reflejo contundente en la cultura.
-¿Qué puntos tocaba esa dogmatización?
-Por una parte, una exclusión de toda mirada crítica sobre la realidad cubana contemporánea. Estoy casi seguro de que esto no era un punto explícito, pero sí era absolutamente real. Una reacción homofóbica fuerte. Fue el momento; bueno, había una resolución del congreso donde se planteaba que las personas ``que tuvieran una relación con el público'' debían ser personas que ``ayudaran a la educación de la juventud'', etcétera. Con lo que los homosexuales quedaron excluidos totalmente de la vida pública. Esto fue muy fuerte, sobre todo en el teatro. Había muchos prejuicios contra la llamada penetración cultural extranjera, incluida la música cantada en inglés, por ejemplo. Hubo dos instituciones cubanas de larga trayectoria en ese momento en favor de la cultura, y de posiciones mucho más heterodoxas, mucho más abiertas, como la Casa de las Américas y el ICAI, que sí mantuvieron una línea quizás un poquito atenuada en algunos casos, pero una línea que contradecía los presupuestos del Congreso de la Educación en los casos de cultura. En Cuba en los años setenta se vio un excelente cine europeo: Godard, Wajda, todo esto se estrenaba; el cine más crítico de los países socialistas se veía en Cuba. Hay un ejemplo muy claro: una película como Cenizas y diamantes fue estrenada en Cuba, y en cambio la novela nunca fue publicada ahí, porque había cotos de acción y de poder a los que afectaba, por supuesto. El Quinquenio Gris termina en el año del 76.
-¿De qué modo reaccionan los escritores al Quinquenio? ¿Se ve eso reflejado en las obras de ese periodo?
-Mira, es que nosotros nacimos dentro del Quinquenio Gris. Yo hice mis estudios universitarios del 73 al 77; el Congreso de la Educación de Cultura fue en el 71, cuando era un estudiante preuniversitario. La huella del Quinquenio Gris es parte de nosotros, sobre todo, primero, por la necesidad de romper desde dentro con estos presupuestos de dogmatización, y, luego, con la necesidad de ser muy solidarios unos con otros para librar cada vez más batallas que fueran ampliando los marcos de la cultura.
Hay dos líneas fundamentales que son las que nos marcan. Primero, el recuperar la visión crítica de la realidad cubana; así, puedo pensar que un narrador acrítico, que se ha ocupado de estudiar la narrativa cubana contemporánea, ha fijado un tipo de narrativa para los años setenta que sería la aupada por el discurso oficial, a la que llama la ``narrativa del cambio'', en el sentido de que la única contradicción posible dentro de las obras es la contradicción entre el pasado prerrevolucionario, capitalista y ``malo'' y el presente socialista bueno, luminoso hacia el futuro, etcétera. Así que nosotros, por una parte, tratamos de recuperar otro tipo de visión crítica, de volver a hablar otra vez con fuerza y con un sentido analítico más que crítico, incluso, de lo que estaba pasando en Cuba. Tratamos de que la literatura operara en su reino y no fuera instrumentalizada por la política y por la ideología. De ahí proceden muchas obras que recuperan lo fantástico, la fabulación y el absurdo; hubo otras donde hay reflejos muy fuertes de la realidad cubana contemporánea e incluso algunas más que unen estas dos posibilidades.
-La mayoría tienen un tono realista. ¿Hay alguna, digamos, ``deliberada'' decisión de elegir ese registro para tratar estos asuntos?
-Las obras de carácter mágico fueron predominando más tarde, con el paso de los años. La primera visión literaria de Cuba de cada uno, y de casi todos nosotros, fue la visión realista, lo cual tiene que ver también mucho con la tradición del cuento cubano. Salvo Reinaldo Arenas, no hay apenas en los últimos 20 o 25 años, o no había hasta hace un lustro, obras que tuvieran una dotación deliberadamente fantástica y absurda, como la herencia de Arenas o de Virgilio Piñera. Lo que tuvo más influencia fue la literatura de lo que se llama ``narrativa de la violencia'': Heras León, Norberto Fuentes, Jesús Díaz, etcétera. Es una narrativa, más que realista, de filiación testimonial.
-¿Qué influencia tienen los escritores jóvenes de Lezama, Virgilio Piñera y Cabrera Infante? ¿Son estos, todavía, sus modelos literarios?
-Sí, yo creo que sí, sobre todo Virgilio y Cabrera Infante.
-¿En qué consiste esa influencia?
-La influencia de Virgilio está en recuperar una visión de lo absurdo de la realidad; yo creo que el absurdo, más que lo fantástico, es lo que está predominando ahora en ciertas zonas de la narrativa cubana.
-¿Y la actitud iconoclasta también?
-Hay un grupo de hedonistas que sí la tendría.
-¿Quiénes son los autores cubanos que eligieron quedarse en la isla y qué relación tienen con los que salieron de Cuba en promociones recientes?
-Los que se quedaron en Cuba... Bueno, en realidad, de las promociones recientes de escritores yo diría que los más importantes siguen estando en Cuba. De los nacidos en los cincuenta hacia acá, está, desde luego, Senel Paz, que es uno de los más conocidos, aunque, lamentablemente, por una sola novela. La primera zona de la obra de Senel es una zona que trata un tópico que ya parecía agotado, pero él logra darle una estilización, una belleza literaria notable, el mundo del campo, el dominio del campo cubano que es la revolución vital, no sólo social. Y luego está la obra más reciente, con un alto nivel de fantasía y de estilización del lenguaje cotidiano cubano, del lenguaje coloquial de la juventud de los años sesenta y setenta. Hay otro autor que a mí me parece muy interesante y es Reinaldo Montero, que tiene una obra un poco más vasta. Montero se ha propuesto escribir una serie a la que llama ``Septeto habanero'', no en el sentido de ser siete obras, sino siete personajes, que van de una obra a otra. Obtuvo el Premio Casa de las Américas en el año 85 con un libro que se llama Don Juanes, que también son historias de jóvenes en La Habana contemporánea, donde privilegia el juego con la palabra. Reinaldo es, como Cabrera Infante, un palabrero.
-¿Qué relación tienen con los escritores que se fueron recientemente? ¿Se leen entre sí?
-Mucho. Yo creo que casi todas las obras de los escritores que se han ido de Cuba están en Cuba; ha habido por parte de algunas instituciones cubanas un cierto seguimiento. Yo trabajo en una revista cultural cubana que se llama La Gaceta de Cuba, y la Gaceta se ha propuesto recuperar toda la cultura cubana reciente, no solamente la cultura que se hace dentro de Cuba sino la cultura de los que se fueron, y no solamente de los que se fueron siendo ya escritores formados, sino, sobre todo, de los que se han formado como escritores en el exilio.
-¿Ves alguna relación de tipo estilístico, alguna coincidencia formal entre estos autores de la diáspora cubana y los que se quedaron, o sientes que en lo fundamental se apartan estas dos literaturas?
-A veces tenemos la sensación, ante obras como la de Agustín García, de que ya hay una visión de Cuba que empieza a ser externa, para nosotros estereotipada, enrarecida, aunque quizá sea tan verdadera y legítima como la que tenemos nosotros. Incluso cuando se trata de ciertos tópicos de la realidad cubana y del lenguaje, a nosotros nos resultan externos. Habría otros escritores, pienso quizás en Carlos Victoria, que tienen mucho que ver con la promoción nuestra, que recuperan la intimidad, la vida menor del individuo. Pienso en Reinaldo Montero, pienso en Miguel Mejides, que es otro narrador muy interesante, y pienso en mí mismo: hemos derivado en los últimos años en una literatura que va buscando la metaforización de la realidad, sobre todo por la vía del absurdo, como te decía antes, de lo fantástico; una literatura de la intimidad y del deslumbramiento.
-¿Qué piensas de la obra literaria que es recibida como fenómeno editorial?
-Eso depende. Mira, el fenómeno editorial de Senel Paz me parece legítimo; me parece que es un escritor de muchísimo talento; lo único que yo lamentaría de él es lo que hace ahora. Con todo, es una persona que trabaja con mucho cuidado, que es muy paciente en su trabajo, que revisa constantemente y que no abandona una obra hasta que no está absolutamente convencido de que ahí está todo lo que él quiere hacer. Es una actitud que yo respeto. Otro escritor cubano que parece que en este momento, por las noticias que nos han llegado, ha tenido o está teniendo un éxito editorial considerable en España es Abilio Estévez. Abilio publicó un primer libro de cuentos hace unos cuantos años; después se dio a conocer sobre todo como dramaturgo. Es un dramaturgo que marcó la escena cubana de los años ochenta y noventa con piezas muy bien escritas dentro de un teatro que estaba desdeñando el texto y apegándose todo a recursos corporales y escénicos. Abilio recuperó el valor textual del teatro con obras realmente preciosas, a veces excesivamente literarias, tal vez. Y la obra más reciente de Abilio, La noche, fue Premio Tirso de Molina en España, está publicada ahí, y es una obra sobre el poder, una obra desoladora que tuvo éxito rotundo con el público en Europa y en La Habana. Abilio acaba de publicar en Tusquets una novela que se llama Tuyo es el reino, que al parecer acaba de ser presentada en España, tuvo un anticipo en la Feria de Frankfurt y todo indica que Tusquets ha apostado con fuerza por un trabajo tan literario como este.
-¿Crees que aporte algo a la literatura el hecho de que existan estos fenómenos de masas? ¿Nuevos lectores, nuevas formas de leer y escribir o una expectativa y una recepción distintas?
-No; ninguna aportación. Yo, cuando era muy joven, trabajé como promotor literario en una provincia y aprendí, por ejemplo, que para iniciar a las personas a la lectura, si escoges la novela policiaca, condenas a esas personas, que se quedan siendo lectores de novelas policiacas. Esa pretensión de que un día empiezas a leer novelas policiacas y después lees otra literatura es falsa: el lector de bestsellers es siempre lector de bestsellers, y claro que la mercantilización de la cultura crea expectativas de lectura. A los cubanos de mi generación nos ha costado muchísimo trabajo publicar libros fuera de Cuba. Y ahora que lo estamos haciendo, hay expectativas creadas de un modelo que sería más o menos el siguiente: obras que necesariamente tienen que tratar de la realidad cubana contemporánea, que tengan un carácter crítico y que parezca que en Cuba tendrían dificultades políticas. La pregunta que le hacen a uno es si esto se publicó en Cuba, si tiene un poco de humor -porque se supone que el cubano es un tipo simpático, que se ríe, que baila, que tal- y, como la realidad cubana es tan extraña, entonces por ahí tiene que haber un poco de absurdo, o de real y maravilloso.
-¿Y qué papel desempeñan en esto los medios? ¿Crees que estén cambiando nuestra forma de leer la realidad?
-Mira, lo que pasa es que el caso cubano es muy extraño, porque los medios de comunicación en Cuba no tienen nada que ver con los del resto del mundo. Así que es difícil pensar que los medios de comunicación hoy en Cuba estén cambiando nada. Yo te diría que incluso es al revés: la prensa más interesante en Cuba es el periodismo cultural. Es el más abierto, el más polémico, el que se parece más a la realidad cubana, mientras que la prensa cotidiana, o política, como tú quieras decirle, es una prensa que no tiene nadaÊque ver con el país. Lo que ocurre en los periódicos y en la TV en Cuba, hoy, es ficción.