Una cosa es lo que uno ve y otra lo que uno siente. La comodidad tiene que ver más con lo segundo, con lo que permite estar a gusto y con lo que es fácil y manejable. En cambio, lo agradable tiene que ver más con lo que uno ve. Complacer, contentar, gustar. Lo cómodo y lo agradable están emparentados cuando coinciden con lo que una misma persona siente y ve ante un espejo, por ejemplo, pero en la cama, a la hora de dormir, la única de las dos calidades que interviene es la de la comodidad.
Si la consigues, duermes, si no, das vueltas, te desesperes o no. Parece que el problema empieza cuando te detienes a pensar en él. ¿Por qué, sin embargo, a veces te detienes a pensar en él y, en cambio, a veces no? La incomodidad no se da siempre, y que sea arbitraria esta modalidad es lo inquietante, por desbaratadora que es de las horas de dormir. Los elementos desorganizadores suelen ser los brazos, los tobillos y las rodillas. La variedad de tamaños, estilos, formas y constituciones de las almohadas terminaron, creo yo, con los problemas que presentaban el cuello y la espalda, pero nada, ni siquiera los colchones duros, o los de clavos, o los de plumas, o los de agua, han modificado, para bien, la incomodidad introducida en la noche por los brazos, los tobillos y las rodillas. ¿Qué hace con ellos, cómo los acomoda, el que duerme cómodamente?
Lo que le funciona a uno, sin embargo, puede no funcionarle a otro. Cuestión ésta que desencadena una lista interminable de porqués sin respuesta definitiva. Y esto lleva a un insomne al tema de la preparación. Habría que ver si hay o no preparación que valga. ¿La hay para dormir, o también para esta actividad pasiva lo único aplicable es la práctica del ensayo y el error? Si esto es así, dormir es una contingencia más, una posibilidad que sucede o que no sucede, algo sujeto a las leyes de la fortuna, el destino o el azar; un albur, ajeno a lo que es fácil, a lo que es natural, a lo que es lógico; es decir, ajeno al principio de causalidad; es decir, algo cuya supuestamente inherente relación de causa y efecto está sencillamente hecha pedazos, reventada y rota; es una cosa que no es consecuencia de otra, y de ahí que penda, como desarticulada, de un cuerpo que no puede dormir.
Menudo problema éste del estorbo que pueden llegar a ser los brazos, los tobillos y las rodillas para quien, incauto, se detiene a pensar qué hacer con ellos a la hora de dormir, en lugar de dormirse, desentendido como debería estar de la menor amenaza a su sentido de la comodidad. En el siglo XVII las damas inglesas contaban con una ayuda de cámara que atendía en secreto las cajas con sus dentaduras, sus afeites y sus pelucas, pero sir Thomas Overbury no dice nada de si estas ayudas lograban acomodar los brazos, los tobillos y las rodillas de sus amas de modo que no les estorbaran, y esto pudiera permitirles conciliar el sueño.
Por alguna razón el asunto aflora cuando uno empieza a dormir con otro en una misma cama, cuando puede creer con buena voluntad que roncar llega a convertirse en arrullo para el otro, pero cuando nada lo convence de que con no pensar en el tema de los brazos, los tobillos y las rodillas conciliaría el sueño propio y dejaría de desorganizar el de su acompañante.
¿Hay preparación para dormir? Con una parranda, los padres creen que preparan a los hijos para el matrimonio; con una que otra lágrima, las madres creen que preparan a las hijas para el matrimonio; pero ni padres ni madres se han preocupado por preparar a sus hijos y sus hijas a encontrar la comodidad a la hora de empezar a dormir con otro. En las despedidas de soltero no sé qué experiencias transmitan los casados y divorciados al que despiden de la soltería, y en las despedidas de soltera las amigas de la novia le regalan costureros que la novia, por lo general, espera no llegar a necesitar nunca; o le aconsejan mantener a su futuro esposo bien alimentado, si su meta es conservarlo; pero, que se sepa, no hablan ni ríen del tema de la comodidad como factor esencial para dormir con otro en un mismo colchón, sea éste más ancho o más angosto, pues resulta evidente que el problema no está en el espacio, ni en la compañía, ya que está, según demuestran los hechos, en los brazos, los tobillos y las rodillas del miembros de la pareja que contrae la inquietud de la comodidad, quiero decir, la conciencia de la incomodidad.
O todo está en el abrazo, en lo que impide que sea continuo toda la noche, que no se interrumpa, porque, aunque reincida, su interrupción puede ser la responsable de que uno de los dos miembros de la pareja resienta el cambio, se sobresalte, despierte y piense que no sabe qué hacer con los brazos, los tobillos y las rodillas que repentinamente le estorban, que contradicen su sentido de la comodidad, y que han dejado de ser fáciles y manejables, han reventado y desbaratado la noche en su calidad de tiempo para dormir, de preparación para la vida.