Estamos en el periodo en el que se están cumpliendo 30 años de la cadena de acontecimientos que conformaron el movimiento de 1968, cuyo origen se encuentra en el medio estudiantil y que llegó a abarcar a sectores amplios de la población. Aunque las fechas más conocidas, y en las cuales se llevan a cabo actos conmemorativos, son el 26 de julio y más aún el 2 de octubre, pues en esos días hubo actos represivos, ese no es, en el fondo, el principal contenido de los sucesos que comentamos.
El contenido fundamental de ese movimiento, y de un proceso mucho más amplio que llega hasta nuestros días, es la democratización. Las demandas de libertad a los presos políticos y la disolución del cuerpo de granaderos, que era empleado para disolver manifestaciones, se amplió a otros ámbitos. Entre los efectos diferidos de ese movimiento, además de la dinámica propia del sindicalismo, se dio un movimiento por la democracia en las organizaciones obreras, que tuvo entre sus expresiones a los movimientos del STERM y de su tendencia democrática, el SUTERM, el cual junto con otros más llegaron a tener una influencia no sólo en el plano sindical, sino en planos sociales más amplios y en el político. Esto influyó, a su vez, en la primera reforma política del periodo reciente, en 1977.
Con el ánimo de abrir cauces políticos partidarios para evitar la politización del sindicalismo y, con ello, la pérdida del control vertical sobre el grueso de las estructuras sindicales, se abrió la posibilidad jurídica de reconocer legalmente a partidos y fuerzas políticas que hasta entonces vivían en una especie de semilegalidad. Se dieron algunos pasos hacia una representación proporcional parcial. Se calculaba que el sistema, sin perder control, podría canalizar así los ánimos democratizadores y, en general, una presión hacia el cambio que, poco a poco, crecía en el país.
Es obvio en nuestros días que esa expectativa sólo sería válida por un tiempo. Las elecciones de 1988 fueron un punto de referencia: a pesar de las irregularidades, el partido gobernante empezó desde esa elección a perder no sólo diputados de mayoría, sino también senadores y, en elecciones locales, gobernadores. La elección de 1997 marcó un nuevo cambio, cuando el todavía partido en el poder no pudo ya retener la mayoría en la Cámara de Diputados ni el gobierno, electo por primera vez, de la capital de la República. Las elecciones posteriores continúan siendo competidas, incluso en estados en los que poco antes había una enorme desigualdad entre el partido gobernante y los otros.
Aunque la forma como se mencionan estos hechos podría dar una idea de simple debilitamiento del poder, afortunadamente no ha sido el caso. La causa profunda de este proceso sigue viniendo de abajo, de movimientos reivindicatorios y democratizadores que se suceden y que, si bien a veces no logran sus objetivos inmediatos y explícitos, también están contribuyendo a una corriente más amplia y cuyos efectos sólo se miden cabalmente en el largo plazo. La dificultad de prever con precisión los resultados de la elección general del año 2000, cuando en el Distrito Federal se votará por primera vez en cinco urnas (Ejecutivo y Legislativo locales; Ejecutivo, diputados y senadores federales), no es más que un reflejo del hecho de que nadie puede controlar ya la elección ni la voluntad de los electores.
Desde esta perspectiva de plazos más largos, los 30 años del movimiento de 1968 nos llevarían a reflexionar sobre esta experiencia, no tanto en función del 2 de octubre o del 26 de julio, sino sobre todo de su desarrollo de conjunto, del cambio que durante esos meses se fue operando en una multitud de conciencias y del proceso que, con todo ello, se estaba abriendo.