Conocí a Rodolfo Echeverría Ruiz hace muchísimos años, cuando era un muchachillo, hijo menor de mi amigo de siempre Rodolfo Landa, nombre de batalla en su actividad artística y sindical en la Anda. Con Rodolfo padre colaboré con entusiasmo en la asesoría laboral de la agrupación y años después repetí con Jaime Fernández en situaciones muy curiosas: el emplazamiento a huelga, que estalló, del Setanda contra la Anda. En los hechos, un sindicato dentro de otro sindicato.
Rodolfo hijo, años después, fue mi alumno en la Facultad de Derecho. Recuerdo una intervención suya extraordinaria, a petición mía mal intencionada, para explicar la notable contra- dicción de su partido, que pretendía ser revolucionario y, además, institucional. Nada fácil de entender.
Admiré su tesis de licenciatura denominada Política y sindicatos en México (UNAM, 1968) que he citado en otras partes, en la que hace una crítica evidente del corporativismo. Después seguí sus pasos como subsecretario del Trabajo, alto funcionario en Pemex y, en los últimos años, embajador en Madrid. Durante unos cuantos meses, León Felipe, su hijo, entonces pasante de derecho, colaboró en nuestro despacho.
No me extrañó entonces que hace unas semanas Rodolfo me haya enviado las bases de la constitución de la Corriente Renovadora que intenta devolver al PRI su olvidada preocupación por la justicia social. Se trata de una serie de documentos muy interesantes en los que se asienta el propósito, coincidente según dicen con la Declaración de Principios del partido, de fortalecer la soberanía nacional, la consolidación de nuestra identidad cultural y ``la inequívoca determinación de redistribuir la riqueza y el ingreso''.
Los documentos envuelven una clara autocrítica y la conciencia de que siendo México un país diferente, sin perjuicio de conservar la ``herencia histórica de la Revolución Mexicana'', resulta indispensable ingresar ``en serio y a fondo, a los ámbitos de una democracia en verdad modernizadora de la política y la economía y de nuestra vida social y cultural''.
Reafirma el grupo su lealtad al PRI, que definen como su casa, pero conscientes de la necesidad de revitalizarla y renovarla. Declaran su propósito de ``multiplicar sus espacios democráticos interiores para que todos nuestros compañeros expresen con libertad sus críticas y propuestasÉ'' lo que se dirige hacia la libertad de debate, el activismo interno y, no podía ser menos, la disciplina de partido, sin la que una organización política no tiene nada que hacer.
La lista de los fundadores es impresionante. Destaco los nombres de buenos amigos míos que integran la mesa de coordinación: Agustín Basave, Rodolfo, Gabino Fraga, Sergio García Ramírez, David Ibarra, Federico Ortiz Quesada y Luis Dantón Rodríguez. No tengo el gusto de conocer a Esther Koltenuk de Cesarmann ni a Jarmila Olmedo, pero por los de sus compañeros de viaje, no me es difícil suponer sus méritos. En la lista de miembros iniciales también hay otros nombres relevantes.
La pregunta que queda en el aire es si ese propósito de renovación, indispensable por cierto, contará con el tiempo necesario para enderezar una nave que presenta más vías de agua que esperanzas de flotación. Entre corrientes democráticas, críticas y ahora renovadoras, lo que parece evidente es que el PRI ha llegado a una situación tal que va a resultar más que difícil volver a los viejos caminos de la justicia social, hoy cancelados por medidas financieras empobrecedoras y, lo que es peor, dictadas desde las alturas bancarias del exterior. Hay, en la economía, demasiado neoliberalismo como para tener esperanzas de un regreso a lo social.
La intención es espléndida. La esperanza: la décima octava asamblea general de delegados, a celebrarse este mismo año.
¿Los resultados? A partir de la nómina del grupo, tendrían que ser excelentes. Pero me temo que el enfermo está ya demasiado enfermo. No creo mucho en las curas milagrosas. Sin embargo, me gustaría equivocarme.