Los reportajes presentados por Georgina Saldierna y Elena Gallegos en La Jornada, respectivamente a fines de abril y esta semana, lo explican bien: Aguascalientes ya cambió. No es el mismo luego de haber experimentado --acaso emulando aquel famoso milagro mexicano de los años sesenta-- más de 20 años de intenso desarrollo, y una transformación radical en su dinámica económica, en su estructura, su tejido y su movilidad sociales, en su organización y cotidianidad política, en su actividad cultural e, incluso, en su vida y en su práctica religiosas. Hace ya varios años --de menos seis--, varios analistas de la realidad local señalamos que las resultantes de la modernización en Aguascalientes estaban por definirse, merced a la acción de dos ejes importantes de su desarrollo: el derivado de las actividades de fuerte tradición, y que justo era rescatar y alentar en sus aspectos más progresivos; y el vinculado a una creciente participación y un fuerte impulso de la inversión externa. Y como resultado de ello, se reconocía la sustitución del artesano y obrero tradicionales de las actividades agropecuaria, textil, bordado y confección, fundición metálica y ferrocarrilera, por un asalariado joven de mayor preparación técnica, modernizado y ligado a industrias nuevas de alta tecnificación como la automotriz, la eléctrico-electrónica y la metalmecánica, acostumbrado ya a las líneas automáticas de producción y al control computarizado de los procesos industriales; y, sin embargo, se trata de un asalariado joven agrupado en sindicatos controlados, sin vida sindical propia, corporativizados, sin duda claves en ese milagro local.
Junto con la profundización de las actividades comerciales y de servicios, esta nueva realidad conforma el Aguascalientes de hoy, en el que, sin duda, son válidos los indicadores de desarrollo económico y social presentados por el actual gobierno el pasado miércoles en una página completa de La Jornada, aunque justo y necesario es que no se oculte, por ejemplo, que pese a todo, los salarios locales siguen siendo inferiores al promedio nacional, incluso en las ramas de mayor dinamismo regional y, también a manera de ejemplo, que junto a empleos de alta calidad, existe un intenso proceso de changarrización, que hace aparecer a las grandes manufacturas industriales conviviendo con una multitud de establecimientos económicos precarios, de pocos y malos empleos, de muy bajos salarios, de ínfima capacidad técnica, financiera y comercial.
Esta es parte de una realidad contemporánea en la que se transforma aceleradamente el núcleo orientador del desarrollo regional. Los grupos locales han perdido capacidad de determinar las líneas básicas de ese desarrollo; y los grupos externos, por el contrario, han adquirido un enorme poder para influir en la definición de una nueva configuración económica, social y política regional en la que se tienden a repetir los vicios de las grandes concentraciones urbano-industriales de los años sesenta y setenta. Por eso la realidad del mañana dependerá mucho de las nuevas formas de convivencia de estos dos grupos básicos de la región. Pero también, como bien señaló el reportaje de Georgina Saldierna de fines de abril, existen elementos para una nueva base social y política de Aguascalientes, capaz de hacer un balance del impulso económico de los últimos años y de establecer y acceder a las perspectivas más bondadosas y virtuosas del futuro próximo. Así, y por fortuna, en esta hermosa tierra de la buena tierra y de la buena gente, se encuentran diversos movimientos juveniles de gran dinamismo reivindicador; grupos y organismos no gubernamentales que se unifican en una lucha intransigente por la defensa de los derechos humanos, por el respeto al medio ambiente y a la ecología; bloques sociales emergentes que alientan una política más clara y transparente; grupos de inspiración cristiana con intensa actividad sociopolítica libertaria; y luchadores sociales, periodistas, intelectuales y artistas que alientan una revisión crítica del milagro aguascalentense, insatisfechos con un impulso modernizador que pese a sus éxitos --o acaso como condición para ellos--, no sólo no ha sido capaz de rescatar y respetar los aspectos más relevantes de la tradición, sino que ni siquiera ha podido aglutinar e integrar las dimensiones más alentadoras de la transformación reciente.
Estos son algunos elementos de la realidad actual de un estado en el que este domingo se realiza una de las elecciones más competidas de la historia reciente, aunque --preciso es señalarlo--, acaso una de las más tristes, por la pobreza de programas y perspectivas mostradas por un candidato oficialista cuya campaña se ha concentrado en atacar a sus oponentes, y que llegó con muchos años de retraso y sin ideas específicas a esa posición; por una propuesta panista centrada en el ataque al partido oficial y orientada, sin duda por la matriz de que abreva, al ejercicio personalista e intimista del gobierno, a estas alturas regresivo y radicalmente insuficiente; y, finalmente, por una alternativa perredista improvisada y a todas luces incompleta e inviable. Y, sin embargo, preciso es participar y fortalecer este ejercicio electoral en el contexto de una lucha por el desarrollo creciente de la vida democrática. E impulsar la realización de un balance del desarrollo reciente y la definición de las líneas anheladas para el futuro, comprometiendo al futuro gobierno, no sólo a una gestión honesta y pulcra en el manejo de los fondos y las decisiones, sino a la realización de ese balance crítico del desarrollo regional y al diseño participativo de las líneas de rectificación, construcción y reconstrucción del Aguascalientes de mañana.