Pablo Gómez
Tropezones

La temporada se caracteriza por los tropezones del gobierno de Ernesto Zedillo. Cada vez que se produce una iniciativa oficial -siempre con la peregrina idea de dejar las cosas como habían sido ya puestas-, el proceso de su realización se torna accidentado. Y es que existen vicios de origen: no se puede ya tomar decisiones como antes, pero el Presidente olvida a cada paso esta circunstancia, para después tomar contacto con la realidad, luego de haber tropezado.

Fobaproa y Chiapas son dos de los mayores problemas y ambos se manejan como si los operadores del gobierno fueran unos aprendices; aunque, en efecto, lo son, pero no por ser nuevos en la política sino por no conocer la manera como se hacen las cosas cuando la democracia empieza a despuntar.

El oficialismo mexicano está acostumbrado a negociar desde una posición de completa ventaja, es decir, con el propósito de que los demás admitan la decisión que de todas maneras se va a tomar o ya se tomó.

El Fobaproa nos muestra cómo el gobierno ha tratado los asuntos públicos del mayor interés nacional: se toman decisiones sin consultar con nadie y, después, se demanda la validación de los actos previos sin ofrecer la suficiente información. Así, el gobierno se niega a informar a quienes están convocados por el Presidente a convertir los pasivos de Fobaproa en deuda pública; encima de todo, sigue urgiendo a los miembros del Congreso a votar en favor de la propuesta gubernamental.

La conducta oficial sobre el problema de Chiapas nos muestra también el camino de los tropezones. Después de que el gobierno desconoce los acuerdos de San Andrés y, por tanto, agrede a los demás firmantes y genera una situación de rompimiento virtual del diálogo, exige al Congreso que apruebe una versión completamente cambiada del texto convenido con los rebeldes. Asimismo, el secretario de Gobernación desconoce en sus recurrentes declaraciones el carácter mediador de la Conai, hasta el grado de que ésta se disuelve. Entonces, el Presidente emplaza a los rebeldes a reanudar el diálogo sobre el tema de derechos y cultura indígenas que ya había sido concluido. Además, como ya no hay mediador, el gobierno le pide a la Cocopa que asuma ese papel, sin que se lo permita la ley. Finalmente, no se sabe si en el Congreso hay la suficiente mayoría para admitir la propuesta presidencial.

La política no se puede seguir haciendo como antes, lo cual tampoco significa, por cierto, que tiene que llevarse a cabo de manera completamente diferente. Los cambios en el país no son todavía de aquéllos que nos pudieran permitir hablar de una democracia, digamos, de medio pelo, pero tampoco son tan pequeños que supongan que nada ha cambiado.

Cada vez que el gobierno deba tomar una decisión importante, tendrá que consultar con otros partidos si no quiere seguir tropezando a cada paso. Tal consulta no significaría una declaratoria de rendición del Poder Ejecutivo frente a las oposiciones, sino sencillamente un reconocimiento de la realidad política nacional. El gobierno sería tanto más fuerte, a partir de ahora, cuanto sea capaz de llegar a acuerdos que le permitan operar sin grandes dificultades, aunque tenga que consentir las propuestas opositoras o parte de ellas.

Cuando el secretario de Gobernación -probablemente mal aconsejado por Covián Pérez a través de Salazar Toledano- le niega a los coordinadores de cuatro grupos parlamentarios de la Cámara -la mayoría de los diputados- el derecho a solicitar información oficial, alegando que sólo las comisiones tienen tal prerrogativa, oculta que ya había rehusado antes proporcionar copias de documentos a una comisión formal y enteramente legal de la Cámara de Diputados, como es la que se formó para hacer acopio documental y testimonial de 1968. Así, por un lado el gobierno usa la ley escrupulosamente y, por otro, la viola con todo cinismo.

En el gobierno, por lo visto, hay quienes siempre inventan argumentos para justificar cualquier conducta de sus jefes, pero eso ya no se vale, o se vale cada vez menos.

Entre tropezones del gobierno, las oposiciones, por su lado, ya debieran ser más activas; no tanto para empujar a su adversario y provocarle más caídas, sino para hacerle ver que antes de emprender nuevos pasos y arriesgarse a tropezar, podría sencillamente pensar.