La fobia y el racismo que impregnan a la sociedad y a la legislación de Estados Unidos, y que encuentran a sus vícti- mas más inermes en los inmigrantes mexicanos, han obligado a estos connacionales a transitar por los caminos más inhóspitos y peligrosos para internarse en territorio del país vecino. Esta situación ha dejado como saldo -según cifras de la cancillería mexicana- 118 víctimas fatales por deshidratación, agotamiento, inanición, hipotermia y ahogamiento, 54 de ellas en Texas. Además de la persecución policiaca, las agresiones de grupos xenófobos, la discriminación laboral y cultural, la precariedad en las condiciones de vida y las tradicionales dificultades naturales, los trabajadores mexicanos que cruzan el río Bravo deben enfrentar ahora la adversidad de climas inclementes.
La irracionalidad política que impera en el país vecino y que ha promovido el endurecimiento de las medidas contra los inmigrantes, se combina, así, con la situación climática, y ha colocado a centenares de miles -o millones- de mexicanos ante una circunstancia doblemente cruel: por un lado, los desastres agrícolas causados por el calor y la sequía han hecho descender los niveles mínimos de subsistencia y se han convertido en acicate para que innumerables campesinos se vean en la necesidad de emigrar hacia el vecino país en busca de trabajo y, por otro, el tránsito de la frontera común se vuelve más incierto y peligroso. Ante esta situación, no deja de resultar indignante la hipocresía manifiesta en las publicitadas tareas de rescate, por parte de la Patrulla Fronteriza, de personas deshidratadas, dado que ese mismo cuerpo policiaco ha sido el instrumento de las autoridades estadunidenses para reprimir la llegada de indocumentados a ese país.
No hay forma de contrarrestar los fenómenos climáticos porque se trata de procesos que rebasan las capacidades científicas y tecnológicas existentes; en cambio, el acoso en Estados Unidos contra los trabajadores mexicanos obedece a una determinación humana que puede y debe ser revertida. La sociedad de ese país tendrá que hacer conciencia del enorme aporte que el trabajo de los indocumentados representa para su economía, la competitividad internacional de su agricultura y la condición misma de Estados Unidos como país multicultural.
Esta toma de conciencia deberá ser el primer paso para lograr la despenalización del trabajo migrante y que deje de considerarse delito la búsqueda de oportunidades laborales con el fin de garantizar la subsistencia. Las vidas que se están perdiendo en los desiertos del sur de Estados Unidos son, en buena medida, causadas por leyes y reglamentos migratorios hipócritas e inhumanos.