Presas construidas por campesinos para vender agua, origen de la tragedia, acusan colonos
Raúl Llanos Samaniego Ť La noche del sábado, Serafín Ra-
fael Garduño tocó desesperadamente a la puerta de su vecina Ana Luisa Reyes para que abandonara la casa, pues la gente gritaba que la corriente de agua venía muy fuerte. ``Ella dijo que no, que ahí estaba más segura, y se encerró con sus tres pequeños hijos''. Hoy está muerta, al igual que su hija Jéssica, de 4 años, los otros dos, de apenas dos y tres años, están desaparecidos. Los cuatro fueron de las víctimas de la tromba que azotó el poblado de San Mateo Tlaltenango, en Cuajimalpa.
El cuerpo de Ana Luisa Reyes fue encontrado la mañana de ayer a un kilómetro de donde vivía desde hace un par de meses: el número 24 de la Carretera a San Mateo; en tanto cerca de 100 elementos de Protección Civil, del cuerpo de Bomberos y equipo especializado de buzos continúa con la búsqueda de los dos menores, se presume que el agua los arrastró hasta el Vaso de la Presa Santa Fe.
En algunas calles la escena es todavía patética. Bardas derrumbadas, vehículos semienterrados en lodo; colchones, sillones, ropa, caja con papeles que se confunde con las toneladas de escombros que son removidos por maquinas o por palas de vecinos, familiares o trabajadores de la delegación; camiones que cargan y descargan ininterrumpidamente.
Vasta zona de San Mateo Tlaltenango está localizada a las faldas de un cerro y se integran prácticamente en su totalidad por terrenos ejidales, heredados desde hace varias décadas a los descendientes. Hoy se han extendido las casas de ladrillo y varilla, sustituyendo paulatinamente a las de adobe. Hay asentamientos que desde administraciones pasadas se asentaron en los cauces de los ríos y arrollos y ahí levantaron precarias viviendas, muchas de las cuales cedieron a la fuerza de la naturaleza.
Hay gente que tiene más de 20 años de residir en el poblado, y nunca había pasado nada parecido. Ahora aseguran que los daños se debieron a los comuneros y ejidatarios que se han dedicado a construir presas y represas con madera y piedras, en lo alto de la zona para almacenar agua y luego vendérsela a pipas que la revenden en otros lados de la ciudad.
De ahí la fuerza del torrente y el porqué mucha gente perdió todo. Para algunos de los habitantes son entre 400 y 500 las personas que resultaron afectadas, que resultaron destruidos no sólo sus muebles, sino también su casa, pero a pesar de eso se muestra reacia a ir a los dos albergues instalados por la delegación Cuajimalpa, uno en el Deportivo Morelos -localizado a 25 minutos de la zona dañada--y otro en la capilla de San Juan Bautista, que forma parte de San Mateo Tlaltenango.
Esperanza Gómez, encargada de este último punto, comenta que están disponibles mantas, cobertores y alimentos para los damnificados, sin embargo ``nadie se ha querido quedar en este lugar. El sábado sí vinieron como 30 personas, pero estuvieron un rato y se fueron, prefieren estar con sus familiares. Entonces, nuestro apoyo sólo se está limitando a mandarles comida y agua''.
Un grupo de inconformes reclama al subdelegado de Desarrollo Económico de Cuajimalpa que ``la delegada vino nomás a ver; le dijimos que entrara a las casas para que viera los daños pero no quiso entrar, ni nos peló, yo creo que no quiso mancharse los zapatos''.
Primero en la mañana, después cerca de las 15 horas, la delegada en Cuajimalpa, Jenny Sealtiel, recorrió los puntos más afectados, pero eran más los que a su alrededor trataban de protegerla y conducirla por donde menos lodo había, que aquella que realmente ayudaba a los afectados.
Después el recorrido de Cuauhtémoc Cárdenas por la zona. ``Menos coordinadores y más trabajadores'', reclamó a grito abierto una adolescente al paso del jefe del gobierno del Distrito Federal.
``Nosotros lo apoyamos, ahora le pedimos que también usted nos ayude''; ``no nos falle, ingeniero, como nosotros tampoco le fallamos''.
Al final, hubo y se hizo el compromiso firme de la autoridad.