Las jóvenes de Tláhuac ratifican cargos; los policías niegan todo
Humberto Ortiz Moreno Ť Gritaron pidiendo auxilio y nadie les hizo caso, pese a que estaban en pleno centro de Xochimilco, en la esquina de Guadalupe I. Ramírez y 16 de Septiembre. Era la noche del domingo 19 de julio.
A jalones y golpes, nueve uniformados las subieron en el camión azul marino de la Secretaría de Seguridad Pública. Habían sido secuestradas para padecer uno de los ultrajes más violentos que ha conocido la memoria de la capital, a manos de policías preventivos.
Y así como enfrentaron solas su calvario, solas también lograron escapar de sus captores por un resquicio de la malla ciclónica que rodea el cuartel policiaco.
No menos de 15 elementos del destacamento 18 del Agrupamiento a Caballo, ubicado en el Eje 10, del Pueblo de Santa Catarina, abusaron de Edith, la mayor, y violaron a las dos menores de 13 y 15 años, ininterrumpidamente durante cuatro noches y ellas, a punto del paroxismo, huyeron de los policías dejándolos en calzones dentro de la base.
Contenido en el pliego consignatorio al que tuvo acceso La Jornada, el relato de las tres jóvenes mancilladas por policías preventivos ubica, sin lugar a dudas, a sus victimarios detenidos hasta ahora, todos en tiempo y lugar durante los tres días que las tuvieron secuestradas.
A Pablo Mejía Duran, treintañero de mirada gélida y al parecer cerebro del ultraje, hombre delgado de físico que aparenta menos edad, las víctimas lo miraron con ``miedo, coraje y vergüenza'', porque fue el más cruel, según los testimonios de las afectadas durante la prueba de confronta.
``Mi cabo'', ``comandante'' o ``jefe Pablo'' le llaman sus ahora cómplices y antes subalternos. Y él, atrás de la rejilla de prácticas, dirigía, censuraba o aprobaba lo que decían los otros seis coacusados que declararon ayer.
En el curso de la diligencia surgieron nombres de otros mandos, como Rodolfo Mondragón, que estarían enterados de lo que hicieron.
En el pliego consignatorio las tres chicas narran con detalle y coincidencias las acciones a que las sometieron por lo menos esos 15 uniformados entre el domingo 19 y el jueves 23. Las obligaron a prepararles pollo a la mexicana, en chile pasilla, y picadillo, además de frijoles; a lavarles y plancharles la ropa, y a hacer las camas.
Pero ellos, en una estrategia aparentemente sincronizada, negaron todo y nunca vieron una mujer en su base, porque ``el reglamento lo prohíbe...''. Se negaron a ampliar su declaración y a contestar las preguntas de las partes. Ratificaron su dicho en la comparecencia ministerial antes de ser consignados.
El sábado pasado declararon ante el juzgado 47 penal los primeros ocho policías y ayer los siete detenidos posteriormente. Se dijeron inocentes, aseguraron no conocer a las tres muchachas y hasta confesaron, uno por uno, ser ``creyentes'', ``presbiterianos evangélicos'' o ``católicos'', según el caso.
Se dijeron ``servidores públicos'' cuando el secretario de acuerdos les preguntó a qué se dedicaban y declararon ingresos máximos de 2 mil 400 a 3 mil 500 pesos mensuales como integrantes del Agrupamiento a Caballo, en su destacamento 18 de Cerro de Santa Catarina. Todos, excepto Epifanio Bastian Santes, son casados y con hijos.
Por lo menos tres de ellos afirmaron estar ``francos'', o sea de descanso, cuando ocurrieron los hechos.
De todas formas, como el delito del que los acusa el Ministerio Público es calificado de grave, el secretario de acuerdos del juzgado 47 penal, Miguel Reyes Sandoval, les comunicó que no tienen derecho a la libertad bajo fianza.
Entre mañana y el miércoles, la juez María del Refugio Méndez Hernández dictaría, lo que consideró seguro el fiscal Salvador López, el auto de formal prisión a los indiciados.
Y esta es, reconstruida en el pliego consignatorio, la historia real de los hechos conforme a las declaraciones de las jóvenes de 18, 15 y 13 años de edad:
El pasado 19 de julio, a las 22:30, las muchachas caminaban por la calle de Guadalupe I. Ramírez, esquina 16 de Septiembre, en pleno centro de Xochimilco, cuando vieron aparecer frente a ellas un camión de la SSP, color azul marino, con policías a bordo.
Del vehículo bajó un uniformado, que ahora se sabe es Pablo Mejía Durán, para preguntar a las jóvenes: ``¿Dónde se encuentra la avenida México?'' A su modo, ellas trataron de explicar, pero no conformes los policías pidieron: ``Mejor llévennos''. Las chicas aclararon que tenían prisa y se negaron.
En eso, bajaron otros uniformados y a jalones las subieron. ``Gritamos mucho, pero nadie hizo nada''. Las metieron en la parte de atrás del camión y se pusieron en marcha.
Circularon por el rumbo de Nativitas y luego hasta Tulyehualco, dejando personal en el camino. De los nueve que había al principio, sólo quedaron cinco que las llevaron al agrupamiento 18 de Cerro de Santa Catarina.
Nada valió para las muchachas. Al llegar al cuartel ``el comandante Pablo'' y sus secuaces con placa y uniforme las aventaron a la pileta donde toman agua los caballos. En ese momento se introdujeron otros cuatro policías y entre todos arrancaron la ropa a sus víctimas.
Así, desnudas, las condujeron al dormitorio colectivo con 10 literas. Ya eran aproximadamente las 00:30 del lunes 20. Allí las encerraron mientras ellos cenaban. Pasaron 20 minutos y los nueve las trasladaron a otro cuarto con cama individual para intentar mancillarlas.
Dieron las 8:30 y entraron al lugar otros tres policías, quienes entre amenazas y malas palabras las volvieron a arrojar a la pileta con agua. Ya eran las 10:30. El calvario parecía eterno.
A las siete de la noche arribaron al destacamento otros tres uniformados que las obligaron a hacer las camas. Por fin, a las 23:30, se acostaron ellas en uno de los cuatro dormitorios, pero sólo para que entonces dos hombres se introdujeran al cuarto para abusar de ellas.
El martes 21, a las 8:00, seis policías más llegaron para cubrir el siguiente turno. ``Estas mujeres son del otro turno, así que no las podemos dejar salir, porque nos las dejaron encargadas y no queremos tener problemas con esos sujetos...''.
Por ello, las obligaron a prepararles pollo a la mexicana para desayunar y después los abusos continuaron contra las dos menores. Hasta entonces Edith, la mayor, había sufrido de abuso pero no la violaron.
Llegaba el momento de salir de allí. Aprovechó que los policías encabezados por Pablo Mejía abusaban de sus amigas y se encerró en el ``archivo'' desde las 23:30. Entre las 2:30 y 3:00 del miércoles 22, salió del cuarto y encontró a las chicas llorando, aterradas. Seis sujetos habían hecho lo indecible con ellas.
Ya para el 23 en la noche, la de 18 años pudo librarse a patadas de sus agresores y entonces, aprovechando que todos estaban en calzoncillos, salió corriendo por la puerta y encontró, providencialmente, un agujero hacia la tierra en una esquina de la malla ciclónica que rodea el destacamento. Se escabulló por allí. Corrió y se subió al mismo camión donde las secuestraron. Allí esperó.
Inspiradas por su amiga, las dos menores saltaron por la puerta del baño y localizaron el mismo hueco. Escaparon y subieron al vehículo. Entonces huyeron hacia la carretera en donde un taxista las auxilió y las llevó a su domicilio.