Antonio Peña

Carencias en la investigación oceanográfica

Durante las últimas semanas, la oceanografía mexicana se ha vuelto un tema interesante para los medios de comunicación. Esto es bueno salvo que, desafortunadamente, como suele suceder en estos casos, las noticias no ofrecen información verdadera ni amplia, ni se recaban opiniones de diferentes fuentes que pudieran presentar una imagen veraz, amplia y balanceada de la situación.

Recientemente (no suelo leer los periódicos), me entero de que al menos en dos notas se ha hecho mención a mi persona como director del Instituto de Ciencias del Mar de la UNAM; por ello, debo hacer algunas aclaraciones.

En verdad México, no la UNAM, ha descuidado su investigación oceanográfica siempre, no sólo los últimos siete u ocho años. Puedo demostrar que durante los pasados 10 años la única institución que ha invertido fondos para mantener los dos buques oceanográficos más importantes del país ha sido la UNAM; gracias a ello, diversos grupos de otras instituciones del país han podido realizar algunas de sus investigaciones. La UNAM ha tratado de convencer al Conacyt de que apoye los proyectos oceanográficos; se ha buscado el financiamiento con que se contaba hasta hace 10 años, por parte de Pemex y el Instituto Mexicano del Petróleo, que con sus cuadros de investigadores y técnicos realicen sus exploraciones. Se ha buscado la ayuda de la Secretaría de Marina para apoyar indirectamente, mediante la construcción del muelle y la base del Justo Sierra, en Tuxpan, las actividades de uno de los navíos en beneficio de la investigación oceanográfica. El reciente cambio de los buques a la Coordinación de Vinculación pretende obtener más recursos no sólo para la UNAM, sino para mantenerlos en mejores condiciones, y al mismo tiempo sostener y asegurar la investigación, equiparlos mejor e inclusive prever su reposición futura, pues nadie parece haberse tomado en serio que esas embarcaciones no son eternas.

Sería infantil negar la ignorancia que el país tiene sobre sus mares. México requiere cartas batimétricas cada vez más detalladas; series periódicas de datos sobre las temperaturas, las variaciones de la acidez, salinidad y otras características fundamentales de nuestras aguas. Necesitamos, con mucho mayor detalle, conocer las corrientes de nuestros mares y la ecología de sus seres vivos. Falta mucha investigación que nos responda lo que ocurre en nuestros mares y nuestro clima, hasta por razones de seguridad y soberanía.

En cuanto a la investigación, se ha invertido mucho en saber qué hay; en numerosos estudios se han definido especies no descritas antes en nuestros mares y se han descubierto también especies nuevas. Falta calcular cuánto hay, sus interacciones, por qué hay más de unas que de otras; podemos aspirar inclusive a manipular o controlar las poblaciones. Urge realizar numerosas investigaciones para explicar las interacciones que van desde el conocimiento del plancton (seres microscópicos, base de esas cadenas alimenticias) y de unos a otros organismos, hasta llegar a las especies no sólo de interés comercial, sino visto desde el punto de vista social, las que nos alimentan.

Urgen amplias investigaciones sobre el comportamiento de esas cadenas en nuestros mares tropicales. Necesitamos conocer en forma ordenada y sistemática las características del mar, los cambios en el año ante El Niño, La Niña u otras anomalías que se presenten en el comportamiento del mar; de otra forma no podremos ni acercarnos a la posibilidad de predecir nuestro clima. Podríamos evitar así pérdidas de vidas, bienes y miles de millones de pesos en daños; deberemos analizar los fenómenos naturales con la mira de llegar a predecirlos en el tiempo y el espacio. Deberemos saber cuánto pescar y evitar agotar las especies, para que sigan reproduciéndose y nos ofrezcan desarrollo sustentable. Debemos aceptar que sabemos muy poco. No debemos conocer la temperatura del mar y sus cambios sólo tomando datos de las imágenes de los satélites de otros países, que aparecen en las redes electrónicas, para saber qué es lo que pasa más abajo. Nos centramos en la contaminación de nuestros cuerpos de agua, pero no desarrollamos la química marina. Nos urge buscar los productos naturales y tal vez propiedades curativas de los organismos marinos.

Pero ¿quién va a realizar esos estudios? ¿Quién nos va a decir qué sucede en el mar y, en el largo plazo, qué podemos esperar de él, noble, generoso, al tiempo que a veces terrible? Hay necesidad de centros de investigación. En México existen poco más de 100 investigadores oceanográficos registrados en el SNI, y se pretende ilusamente que investiguen nuestra zona económica exclusiva que, de seguir así, pronto ya no lo será. Saquemos la cuenta: cerca de 3 millones de kilómetros cuadrados, divididos entre 200, a cada uno le toca investigar unos 20 mil kilómetros cuadrados.

¿Con qué se podrán realizar los estudios? Los presupuestos de las universidades y centros de investigación se reducen cada año en términos reales; ya de por sí la investigación oceanográfica, en especial la de los mares, requiere presupuestos altos por los gastos de los buques. Es urgente que México decida que invertir en esa investigación no es sólo justo, sino fundamental para el país.

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