La Jornada Semanal, 26 de julio de 1998
Detrás del vaho blanco está la orden, la invitación o el
ruego,
Ahora que no hay nadie,
cada uno encendiendo sus señales,
centelleando a lo lejos
con las joyas de la tentación o el rayo del peligro.
Era una gran
ventaja trocar un sorbo hirviente por un reino,
por una pluma azul,
por la belleza, por una historia llena de luciérnagas.
Pero la niña
terca no quiere traficar con su horrible alimento:
rechaza los
sobornos del potaje apretando los dientes.
Desde el fondo del plato
asciende en remolinos oscuros la condena:
se quedará sin fiesta,
sin amor, sin abrigo,
y sola en lo más negro de algún bosque
invernal donde aúllan los lobos
y donde no es posible encontrar la
salida.
pienso que las cucharas quizá se hicieron
remos para llegar muy lejos.
Se llevaron a todos, tal vez, uno por
uno, hasta el último invierno, hasta la otra orilla.
Acaso estén
reunidos viendo a la solitaria comensal de olvido,
la que se traga
este fuego,
esta sopa de arena, esta sopa de abrojos, esta sopa de
hormigas,
nada más que por puro acatamiento,
para que cada sorbo
la proteja con los rigores de la penitencia,
como si fuera tiempo
todavía,
como si atrás del humo estuviera la orden, la invitación,
el ruego.