La Jornada Semanal, 26 de julio de 1998
El poeta Jorge Valdés Díaz-Vélez, siempre pendiente del desarrollo de la poesía en los países con los que convive, escribió la nota introductoria y realizó esta antología de la lírica actual de Costa Rica. Gracias a sus esfuerzos, nos es dado acercarnos a una poesía novedosa y valiente. ``Cómo no amar a este varón tocado con piel de albaricoque en la cadera'', nos confiesa bellamente Ana Istarú.
En el horizonte de las letras latinoamericanas que se observa desde México, es difícil percibir la poesía que hoy se escribe y publica en Costa Rica. Su escasa difusión fuera del Valle josefino -a excepción de la obra de unos cuantos autores- la delimita en un margen difuso, ignorado a veces, que impide apreciar su vigorosa diversidad y las afinidades múltiples que guarda con la lírica de otros países de la región.
En la construcción de un espacio propio, los poetas costarricenses se han afincado en una tradición fresca, configurada por escritores como Joaquín Gutiérrez, Isaac Felipe Azofeifa, Fabián Dobles, Alberto Cañas, Eunice Odio o Yolanda Oreamuno. Sus búsquedas y hallazgos los han mantenido atentos, además, a la creación de autores que han ejercido una notable influencia en el resto de Mesoamérica, al igual que en América Latina en su conjunto.
El ensayo de Carlos Cortés y los textos seleccionados de entre la obra de seis poetas reflejan la proximidad y pertenencia que la escritura costarricense tiene en el ámbito de nuestra cultura. Por su trayectoria y sin atender a los reconocimientos nacionales e internacionales que han merecido casi todos ellos, han sido elegidos poemas de Alfonso Chase, Osvaldo Sauma, Lil Picado, Mia Gallegos, Ana Istarú y Luis Chaves.
Son seis voces de tres distintas generaciones y tendencias que actualmente coexisten y discurren por registros diferenciados para dar continuidad a una tradición que, a partir de su propio impulso y desde su aparente insularidad, aspira a reconocerse en el otro como su semejante.
Al igual que otras muestras antológicas, ésta es breve y por tanto incompleta, aunque centrada en la presencia que tienen los autores dentro del panorama de las letras recientes de Costa Rica.
Su belleza sólo expresa
el equilibrio entre la nariz y el
labio.
El gesto, entre cínico y amable,
lo convierte de pronto
en un anciano,
a pesar de sus escasos veinte años.
Todo el
sentido de su vida descansa
en la particular armonía de su
rostro
y el cuerpo admirable
que ahora reposa sobre el
codo.
Como si un genio maléfico le rozara,
todo su encanto se
desvanece
en esa sonrisa que le transforma
en una máscara de sí
mismo,
descarnando la solidez de su estructura
en una milésima
de instante.
Espiga taciturna, leve sombra,
pequeña alondra ciega,
te miraste
en las aguas del que amabas
y sólo pudiste ver, flotando en
ellas
-entre ínsulas de musgo y lentas ramas-
el pálido cadáver
de tu rosa.
Fernando Pessoa
El amor
además
es un pájaro ciego
y sin embargo
es un espejismo de la esperanza
una brújula
descompuesta
en medio
del desconsuelo de las ciudades
sobre un cielo de cartón
yo
le he visto
sobrevolar a tientas
la geografía del
desengaño
los litorales baldíos de la ausencia
yo le he
visto
picotear inútilmente
las orillas del fuego
no hay silencio que no lo convoque
uno siempre se
cansa de estar solo
uno siempre se inventa un abrazo
que por lo
pronto venza al espanto.
cansada de ordenar latas de garbanzos.
de caer dormida sobre torres
de calzoncillos.
de julio iglesias inmortalizado en la radio del
vecino.
ella mira su reflejo en la ventana.
se manosea las
tetas. toca sus ganas de vivir.
y comprobando que ambas
guardan
la rigidez reglamentaria.
le saca chispas a los tacones.
suelta
la música de su pelo.
sale de la casa.
como quien entra al
mundo pateando puertas.
y con un revólver en la mano
Narciso no era bello ni hermoso.
No tuvo por dentro un auriga,
Lo hallé muerto,
El eco no lo pudo salvar
Lo embriagó su propia
pequeñez,
su rostro en el otro rostro.
No halló la
paradoja,
la secreta lámpara,
los jaspes,
el centro de luz
entre sus cejas.
ni la espada para vencer al
tigre,
ni bebió de la tórrida, altiva respiración de los
dragones.
como las flores remotas que desconocen su
origen
y su aroma
de la muerte
de la embriaguez,
de su
oscura bastardía.
La suavidad del pan que no ha nacido
sostiene sus caderas,
un
lomo terso de venado,
la curvatura del melón,
altas mejillas
donde escribió
su adiós final la espalda.
Cómo no amar a este
varón
sentado en sus dos lunas,
volcado como un río sobre el
lecho.
Amo su boca tocada por la abeja,
amo sus higos
apretados,
amo esta órbita doblemente dulce:
detenidos ocasos
sus dos nalgas,
oh gloria de la esfera, las dos copas
en que lo
habrán vertido un día.
Su grávida ternura me devuelve
a las
cosas más terrenas.
Los ángulos equinos, el traje circular del
universo.
Cómo no amar a este varón tocado
con piel de
albaricoque en la cadera.