El viernes 10 de julio, a las 10 de la noche, el corazón del Bosque de Chapultepec estaba lleno de luciérnagas. Recostado en el tronco de un árbol viejo, admiré a esas heroicas creaturas del reino animal que cumplían alegremente su obligación de brillar. Lo hacían entre los árboles de un bosque malherido y en una ciudad devastada por el crecimiento enfermo. En ese momento, sentí que nada contaminaba el aire, los pulmones, las gargantas, los ánimos y los humores de los vapuleados habitantes de México-Tenochtitlan. Ibamos en una nave hecha por todos los participantes rumbo a la ``Cura de Espantos'' organizada por el Taller de Investigación Teatral de la UNAM que dirige Nicolás Núñez. êbamos rumbo al inframundo en busca de nuestros huesos viejos y polvosos. Queríamos regresar con ellos al mundo real y dejar atrás los miedos y los espantos que ``hacen que se nos escape el alma del cuerpo''. Nos guiaban los muchachos y muchachas del taller y Helena Guardia señalaba el rumbo con el estandarte apacible del señor Quetzalcóatl. La técnica del taller (el maestro Grotowski dirigió sus primeros pasos) se ha visto acertadamente enriquecida por la presencia de la tradición teatral representada por Shakespeare y Calderón, y por los textos de Dante, Sade y Paz. Al final pedí a los actores que, al día siguiente, dieran a las luciérnagas todas las miradas de admiración que merecen nuestros hermanos de los otros grupos zoológicos que sobreviven en la antigua y amada ciudad del Tlatoani, los muy pocos jerarcas y caciques, algunos artistas y la inmensa multitud de los macehuales. Predomina la asimetría como siempre, como siempre, el miedo nos ensucia el esqueleto, nos desorienta la calaca. Por eso necesitamos ``curarnos de espantos''.
lírico, Odysseas Elytis Este número de nuestro suplemento se llena de la luz del Egeo que brota de la prosa escrita por Odysseas Elytis para acercarse con precisión mayor al corazón de la poesía. Una foto de Elytis con gorra negra de marino y frente al Egeo que rodea la isla de Lesbos, nos regresa la figura del poeta muerto el año pasado en su casa del Kolonaki ateniense. Las traducciones de estos textos escritos por Elytis en su plena última juventud, son del poeta y ensayista mexicano, afincado desde hace muchos años en Exarjia, Francisco Torres Córdova. Años y más años, toda la admiración y todo el afecto fueron invertidos por Francisco para lograr estas versiones de rara perfección. Trasladar la hermosa y complicada sintaxis de Elytis al español es una tarea bellísima y llena de peligros. Francisco nos entrega cuentas excelentes. Pronto publicaremos una prosa poética perteneciente a otro texto de Elytis, Las muchachas. Los dos serán publicados por el CNCA y El Tucán de Virginia próximamente. Torres Córdova realizó estas traducciones gracias a una de las ya beneméritas becas del FONCA. Publicaremos, además, un texto de Ioulita Iliopoulu, la poeta que acompañó a Elytis en sus primeros últimos años y en la hora del último viaje, y otros poemas inéditos de Miltos Sajturis, Takis Varvitsiotis, Titos Patrikios y Tasos Denegris, escritores en plena producción y portadores de la antorcha que Elytis dejó prendida y en la mano del alférez muerto en el frente de Albania.
La maestra Annunziata Rossi nos entregará muy pronto un artículo de Claudio Magris sobre los conferenciantes y sus víctimas. El mismo Magris incurre con frecuencia en el pecado mortal de ``conferenciar'', pero esto no le impide hacer el vejamen de la mortífera elocuencia que tantos daños ha causado a lo largo y a lo ancho de la historia. Conferencias literarias, históricas, políticas, sobre viajes, ``superación personal'' y artes de la vendimia, charlas sobre experiencias íntimas, sexualidad y, en el colmo de la perfección pecaminosa, conferencias sobre el arte de dar conferencias. Estos son algunos de los pecados mortales o veniales del ``arte (pecado para Don Claudio) de hablar en público y encantar al auditorio''. La última vez que hablé con Rafael Alberti me comunicó su preocupación por el avance de la edad: ``me duermo en las conferencias'', confesó avergonzado. ``Eso nos pasa a todos'', le contesté, ``el calor, la hora de la siesta, en fin...''. ``No'', replicó, tajante, ``me duermo en las que estoy dando''. Ahora tengo la idea de hablar con Magris para que complete su vejamen con una escena prodigiosa e ideal: conferenciante y público plácidamente dormidos en la sala del crimen. HGV
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La verdad está en el detalle, lo dijo Pascal. De la ampulosa generalidad podemos, y debemos, desconfiar. ¿Cuántas veces no es siquiera verdadera o falsa, puro escamoteo, gelatina verbal que no podemos asir? El humilde pormenor, en cambio, siempre es preciso. Puede ser desconcertante, puede encajar o no, puede ser falso, pero nunca es brumoso ni vago. Y ahí está, honrado e inescamoteable, conspicuo como piedra en el camino. El detalle es rayo de luz en la selva de la complejidad. Esto se comprueba en la necesidad de amansar la dura generalidad con ejemplos. Porque ejemplo es detalle. No es lo mismo decir ``sólo gente ilustre, crema y nata, vino a la fiesta'' que, sin decir palabra, mostrar la lista de invitados. La frase gorda y general oculta y manipula. La detalladalista, no. Otro ejemplo: podemos parlotear acerca de la tragedia griega en general. Pero esa entidad, la tragedia griega, propiamente no existe. Existen las obras particulares de los tres grandes poetas, es decir, ahí están las escenas y los parlamentos de las escenas. Lo interesante de la tragedia griega está en el detalle muy concreto de esos diálogos.
Porque cualquier cosa es interesante si la comprendemos en detalle, sea un diálogo de Acestis o la forma de actuar de una medicina o la acumulación de la deuda interna del país o la cría de truchas. No hay fragmento de realidad invencible en su sopor si penetramos en la entraña de sus pormenores. Hay grandeza en el detalle o pormenor, siempre y cuando sepamos apreciarlo en su calidad de detalle. Pero cuando el detalle intenta usurpar un lugar que no le corresponde en la jararquía explicativa, surgen graves anomalías, y aparece su miseria. Porque el detalle es detalle y no puede ocupar el lugar de lo esencial. La inteligencia funciona así, discriminando lo fundamental, lo esencial, de los detalles más o menos circunstanciales que lo visten. Veamos. El otro día imaginé un crítico que juzgaba mis cuadros diciendo: ``no pinta bien, pero, eso sí, pinta muy aprisa, qué bárbaro, qué velocidad''. Lo cual, tal vez es cierto, pinto aprisa, sumido en una deliciosa inconciencia y frenesí. Pero, claro, ¿qué mérito tiene esa velocidad? El elogio del crítico, al magnificar un detalle sin importancia alguna, sería un elogio descarriado. Veamos otro caso. Buñuel fingió un día que era guía del Museo del Prado. Se detuvo con un nutrido grupo de turistas americanos ante Auto de fe, de Berruguete y disertó muy serio: -Es una obra maestra porque en él aparecen ciento cincuenta personajes. Y, como todo mundo sabe, el valor de una obra pictórica depende del número de personajes que en ella aparecen. En esta delicada apreciación surrealista de Berruguete, que a mí me encanta, hay también un elogio descarriado. En los mejores ejemplares del género, el encomio encubre, en realidad, ataque y condena. Por ejemplo: ``el libro es cumbre poética: ya no se entiende absoltuamente nada de lo que dice, no hay música ni ritmo y la torpeza alcanza profundidad abismal''. Es fácil detectar una apreciación descarriada, pero no tanto generalizar su forma ni su tipo de error. Se trata, desde luego, de lo opuesto a una apreciación inteligente y útil. Pero estos juicios desviados no son sólo inútiles; la transgresión puede ser más profunda e inquietante cuando nos traslada suavemente a la locura. La locura asusta y marea. Observemos esta apreciación descarriada: El filósofo alejandrino más interesante es Ammonio Saccas, cuyo nombre quiere decir ``cargador de sacos'' (mecapalero, digamos), que murió en 243 d.C. Es el más interesante por ser el menos conocido de los grandes neoplatónicos, y ya se sabe que en tanto menos conocido es un pensador, más atractiva es su figura, y de él no ha llegado hasta nosotros ninguna de sus obras ni tampoco tenemos la menor noticia de su doctrina, aunque por desgracia, sabemos que fue maestro de Longino y del mágico Plotino. Hay algo en esta noticia que no es meramente tonto, sino suavemente lunático y demencial. ¿Qué es? Yo creo que una falta de percepción de lo esencial: un detalle trivial se eleva a factor decisivo. Lo que tiene de tonto es que no ve el bulto; lo que tiene de lunático es la percepción deslumbrante del detalle. Los detallitos pueden ser peligrosos: el desdichado que cree en una conjura de perseguidores es virtuoso en el manejo de pormenores. A veces es cosa de grado. Si digo ``he estado pensando en para qué tienen cola los perros'', está bien, es una perfecta meditación darwiniana. Pero si digo ``no he podido dormir pensando en para qué tienen cola los perros, necesito saber, es urgente'', ya hay rareza manifiesta.
El parque de las maravillas Prácticamente todo el mundo ha escuchado hablar de los prodigios de Microsoft y de Apple, y en general nadie duda que la revolución cibernética y su popularización se debió en buena medida a esas dos corporaciones. No obstante, la aparición de las computadoras personales se debe en gran medida a un tercer protagonista. En 1970 la corporación Xerox creó sus laboratorios en Palo Alto, cerca de la universidad de Stanford (a un paso de Silicon Valley, que en aquel entonces tan sólo era conocido como South Bay), a los que bautizó como Palo Alto Research Center o PARC (http//www.parc.xerox.com/parc-go.html). Xerox temía que la aparición de las computadoras y las ``oficinas sin papel'' podían ser el fin de su negocio, por lo que decidieron invertir en investigación y desarrollo. En aquel entonces la idea de una computadora personal pertenecía exclusivamente al ámbito de la ciencia ficción y nadie en la industria se atrevía a considerar el asunto con seriedad. En una era en que la computadora servía únicamente para hacer cálculos y procesar datos, un grupo de científicos iconoclastas y rebeldes, liderados por Bob Taylor (de quien hablamos en entregas anteriores respecto a la creación de Internet), se propusieron reinventar la computación, desde los microcircuitos hasta software, con el fin de ``aumentar el intelecto humano''. El lema de Taylor era: ``Construye lo que uses. Usa lo que construyas.'' Las poderosas influencias A principios de la década de los setenta, antes de que aparecieran Apple o Microsoft, los científicos de PARC inventaron la primera computadora personal, la legendaria Altos. Sus hazañas no pararon ahí; lejos de ser ese su único gran logro, para comienzos de los ochenta, ya habían sentado las bases teóricas, y creado prototipos útiles, de las interfaces gráficas actuales (con ventanas, iconos y menús desplegables), el mouse, la impresora láser, la red local de área (LAM), el correo electrónico y el procesador de palabras (que mostraba en pantalla el texto de la manera exacta en que sería impreso), entre otras cosas. Steve Jobs, el cofundador de Apple, quedó muy impresionado de su visita a PARC, y en cuanto volvió a sus oficinas se puso a esbozar lo que sería el exitoso sistema operativo de sus máquinas. Bill Gates también visitó PARC y, aunque tardó un poco más, creó el universalmente famoso Windows. Perder la ventaja No era la primera vez que Xerox se lanzaba en una empresa revolucionaria. Cincuenta años antes, Chester Carlson inventó un dispositivo para copiar documentos en seco. En un tiempo en que el papel carbón satisfacía ampliamente las necesidades comerciales, dicho aparato parecía un desperdicio absurdo. No obstante, Carlson apostó por su idea y confió en un futuro donde las oficinas dependerían de la copiadora. Como todos sabemos, dicho invento fue un éxito y Xerox se volvió un imperio internacional. Por segunda vez, Xerox estaba a punto de transformar al mundo; no obstante, en esa ocasión, la empresa había perdido la versatilidad, flexibilidad y espíritu aventurero de sus orígenes; se había convertido en una corporación tradicional, conservadora y temerosa del cambio. Como ha dicho Manuel de Landa, paradójicamente las pocas empresas que se pueden permitir el lujo de invertir en investigación, son a menudo tan solemnes, piramidales y escleróticas que no pueden aprovechar sus propias innovaciones. Cuando en 1972 apareció un artículo sobre PARC en Rolling Stone, los ejecutivos reaccionaron violentamente a lo que ellos consideraron que los asociaba con la cultura del sexo, las drogas y el rock'n roll. Además, por parte de los directivos de la empresa había un rechazo a la idea de acercarse a una máquina con teclado: para eso estaban las secretarias. La empresa se portó indiferente hacia los inventos de PARC, perdieron la ventaja tecnológica, no protegieron su propiedad intelectual y no entraron en el negocio de la computación personal sino hasta 1981 con la Star (una versión mejorada de Altos, pero lenta y falible, que costaba más de 16 mil dólares). La Star fue un fracaso costoso y la empresa, temerosa de perder su liderazgo ante la creciente competencia en el negocio de las copiadoras, optó por abandonar ese mercado. Poco después, Jobs lanzó la computadora Lisa, cual padecía de muchos de los mismos males que Star, pero, a diferencia de los científicos de PARC, Jobs no tenía que rendir cuentas a un consejo severo e incrédulo, así que el gurú de Apple perfeccionó su invento y lanzó al mercado la exitosa Macintosh. A principios de los noventa, tanto Apple como Microsoft habrían podido comprar Xerox de haberlo deseado. Los nuevos parcs El ejemplo de PARC ha tratado de ser reproducido, tanto por Microsoft, que ha destinado grandes recursos a sus laboratorios, como por Interval Research (creada por el cofundador de Microsoft Paul Allen) y la misma Xerox, quienes se han comprometido a reinventar la corporación misma (``Las compañías más que ensamblar productos tratan de entender el mundo'', dice John Seely Brown, el director de PARC). La nueva generación de científicos de PARC afirman que esta vez están ``reiventando su propio entendimiento de cómo inventar el futuro'' y aseguran que en esta ocasión no van a volver a desperdiciar su ventaja. Naief Yehya
``Si el joven fuera piedra...'' Según Alí Ahmed Said Esber, Adonis, este verso del poeta preislámico Tamim ben Muqbal es una clave para entender la dimensión espiritual de la poesía árabe. Tras el sueño de una juventud sin accidentes asoma la percepción que la vida es un ropaje prestado. Este sentimiento se agudiza en la relación del poeta con su entorno: lugar del cambio imperceptible y permanente, el desierto es un territorio que se curva, se traslada, engaña, despista: espacio-tiempo, espacio-pérdida. Cualquier intento de volver al punto de partida representa la constatación de que nada permanece. Todo retorno es maléfico. Nacido en Siria y nacionalizado libanés, Adonis es uno de los grandes poetas contemporáneos y un experto en las literaturas de su lengua. Del libro Poesía y poética árabes recojo algunas imágenes que, como corredores de un laberinto hechizado, comunican con el universo poético de Ramón López Velarde, el jerezano que postuló una patria ``castellana y morisca, rayada de azteca''. Apunto unas cuantas referencias básicas para adentrarse en estos corredores. En el siglo XII, el pensador hispanoárabe Abentofail escribió una curiosa obra, El filósofo autodidacto, que por oscuros caminos influyó en El criticón (1651-57), del padre jesuita Baltasar Gracián. En uno de los capítulos de su libro, Gracián menciona con una especie de arrobamiento a los cómplices de la seducción femenina: ``Los mismos criados del alma la ayudan: los ojos franquean la entrada a su belleza, los oídos escuchan su dulzura, las manos la atraen, los labios la pronuncian, la lengua la vocea, los pies la buscan, el pecho la suspira y el corazón la abraza...'' También durante el siglo XII, en Provenza, un grupo de misioneros del Oriente anuncia un credo que cuestiona el dogma cristiano de la Encarnación: el catarismo introduce la idea de una radical ascensión hacia el mundo de la Luz, a través del sacramento místico del consolamentum o del sacrificio languideciente de los perfectos (endura). Hoy se sabe que el amor cortés, origen de la imagen occidental de la mujer, guarda una estrecha relación con el pensamiento de los cátaros, y que a la vez tiene raíces en el sufismo, la más genuina mística del Islam. En el siglo XIII, el murciano sufí Ibn Arabi concibió la idea de un Dios capaz de experimentar una infinita nostalgia de unión con su doble terrestre, el ``testigo humano''. La ascensión hacia la realidad comunicable de Dios se verifica mediante el recorrido de una detallada escala, con sus correspondientes ``moradas'' (el término empleado por Teresa de Jesús es de clara raíz sufí); la unión final se alcanza en forma de un gozoso deleite o ``saboreo''. En el mundo árabe, el pensamiento moderno comienza en el siglo II de la Hégira (siglo IX de la Era Cristiana) y penetra en la reflexión y el arte de Occidente a través de la poesía y la mística. Ese impulso aparece acompañado por una revisión de la cultura tradicional, en particular de las ideas religiosas. El contacto con la literatura española de la Edad Media y los Siglos de Oro basta para explicar la inquietante cercanía entre la compleja visión erótico-religiosa de López Velarde y una de las manifestaciones más tempranas del pensamiento crítico universal. Según Adonis, el cuerpo es el primer motivo de inspiración para el poeta árabe (``La realidad es cuerpo, pero vuélvelo, Amor, más pleno y más presente''), y cuando se dirige a la mujer con voz implorante ejerce un reemplazo del acto amoroso: penetra el macho a la hembra con enorme fuerza y al final descansa en sus entrañas, incapaz y débil como infancia. El poeta árabe identifica su deseo de muerte con la pasión, que lo hace abandonar la costumbre de la vida para encerrarlo en el delirio. Así, el amor tiene para él dos nombres complementarios: amor casto y amor carnal. El primero implica permanecer adentro, apegado al origen; el segundo supone una inmersión de los sentidos en el mundo exterior. Son las dos caras de una verdad primaria: el amor es un fuego que calienta y debilita. No hay amor sin pérdida. Para gozar con plenitud, el poeta debe asumir la sagrada fugacidad de la existencia. Dolor y muerte trazan el mapa de su paso por la vida; bajo su sombra se extiende cada día el imperio del amor. El deseo es una fuerza que transforma y un ejercicio de renunciamiento. De esta condición existencial nace lo que se podría llamar ``percepción del tiempo-destino'': una fuerza que todo lo toma y todo lo abate, un poder que avanza en movimiento horizontal hacia la pérdida. El poeta vive contra la persistencia del fracaso. El tiempo es uno de los mayores enemigos del poeta y del amante. Los amantes no son dueños de un tiempo, en el sentido habitual: poseen los instantes del deseo y del abrazo, nada más. Y estos momentos no fluyen como el agua: son esporádicos, como la inspiración y el vuelo místico. El amor adquiere un sentido sagrado, por eso lo rodea de una atmósfera de ritos ceremoniales. Y por esta alianza de la pasión religiosa y la profana consigue entregarse a la devoción del placer... Hasta aquí Adonis. Dejemos a López Velarde en diálogo con esta poética integral: ``Vive conmigo no sé qué mujer/ invisible y perfecta, que me encumbra/ en cada anochecer y amanecer.// [...] Dios, que me ve que sin mujer no atino/ en lo pequeño ni en lo grande, diome/ de ángel guardián un ángel femenino.// ¡Gracias, Señor, por el inmenso don/ que transfigura en vuelo la caída,/ juntando, en la miseria de la vida,/ a un tiempo la Ascensión y la Asunción!''
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