La Jornada Semanal, 26 de julio de 1998
Historiador, periodista, miembro del IFE y riguroso lector, Zebadúa hace un pormenorizado examen iconográfico, léxico e historiográfico de las distintas lecturas sobre el episodio social más relevante del país desde enero de 1994.
La figura de Marcos pensativo, encapuchado, con cananas cruzadas sobre el pecho, sentado sobre el tronco caído de un árbol en el claro de la selva, ha dejado -en la fotografía original de Antonio Turok (1994)- una imagen indeleble de un desafío popular al moderno Estado mexicano en el fin de siglo. Desde el levantamiento de los zapatistas, el 1¼ de enero de 1994, la política mexicana cambió irremediablemente: la izquierda se redefinió, el ejército se desplegó sobre el territorio del estado de Chiapas, los acuerdos y negociaciones en la capital del país se volvieron más complejos y delicados, y la globalización fue puesta de cabeza.
Pero el efecto político más profundo del surgimiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) parece mejor reflejado en una fotografía mucho más reciente de Pedro Valtierra en las afueras de X'oyep, en Chenalhó, en la que un grupo de mujeres indígenas intentan empujar hacia atrás una valla de soldados fuertemente armados instalados alrededor de la fuente de agua de la comunidad. La desproporción de fuerzas entre ambos grupos que se percibe en la imagen, sin embargo, resalta menos que la determinación que tienen las indígenas al resistir la ocupación de sus tierras.
Lo que ha cambiado en Chiapas es que ``ahora hay esperanza'', le dijo el obispo don Samuel Ruiz al historiador John Womack, Jr., en una entrevista reciente.(1) ``Los indios ya no son objetos. Se han convertido en sujetos de sus propias vidas. Ya no ven las cosas, mundanas o divinas, como lo hacían antes. Y han dicho `No, ya no estamos al margen'. Solían hablar en eufemismos, para no lastimar los sentimientos de nadie más, el orgullo de nadie. Ahora hablan directamente, abiertamente, como sujetos de sus propias vidas. Están diciendo: `Miren, después de quinientos años de miseria y opresión, los indios todavía están aquí, presentes y dispuestos a que se les tome en cuenta. Y se han organizado'.''
A poco de que inicie el siglo XXI, los indígenas se han convertido, directamente o por intermediación del EZLN, en sujetos de la historia política del país. Un logro tardío, no sólo en relación con los quinientos años que han transcurrido desde la Conquista, sino incluso con unas cuantas décadas, desde que en 1968 -se argumenta reiteradamente- se inició una apertura social y cultural de alcance nacional. A fin de cuentas, los indígenas representan cerca del diez por ciento de la población mexicana. Lo que es incuestionable ahora es que esta omisión histórica ha sido remediada (al menos parcialmente) desde 1994.
El principal triunfo del EZLN es haber colocado, a pesar del cerco político-militar en el que se le ha encerrado, el tema indígena en el plano de discusión nacional y, de manera significativa, en el plano internacional también: en la actualidad hay un intenso debate sobre los derechos, las condiciones de vida, la cultura e incluso la identidad de los indígenas y los pueblos indios.
El desafío zapatista ha producido una intensa actividad literaria, plástica e informativa. Se ha alimentado así también una contienda en el ámbito cultural por preservar o ganar legitimidad y autoridad moral. La imagen de Marcos, primero, y, después, de los indígenas como actores de su propia historia, han sido ya objeto de -según una cuenta personal- 124 libros sobre el EZLN y/o la rebelión en Chiapas y el proceso de negociación de paz. De estas publicaciones, 47 son mexicanas y el resto principalmente de países europeos y de Estados Unidos. Los zapatistas han sido fotografiados y entrevistados una infinidad de veces. También se han producido un número significativo de videos sobre los distintos aspectos del conflicto, entre los que destacan los trabajos de Carlos Martínez, quien, a lo largo de muchos años de trabajo en Chiapas, ha podido documentar gráficamente la problemática particular de varias comunidades indígenas de los Altos, el Norte y la Selva. En uno de sus videos, Militares ocupan el campamento de refugiados en X'oyep, Chenalhó (1998), la imagen, que también captó la cámara de Pedro Valtierra, cobra movimiento y se extiende en una historia intensa y conmovedora.
Las opiniones y el análisis histórico, político y periodístico sobre el zapatismo siguen creciendo. Para fortuna de futuros historiadores del movimiento, varios intelectuales se han dado a la tarea de registrar, recolectar y resguardar los principales hechos y el conjunto de documentos que han producido, primero el levantamiento armado y, después, las negociaciones políticas en las que participa, activamente o en silencio, el EZLN. Así, por ejemplo, están, entre otros, los libros de Luis Hernández Navarro (Chiapas, la nueva lucha india), Adolfo Gilly (Chiapas, la razón ardiente), y Julio Moguel (Chiapas: la guerra de los signos. Del amanecer zapatista de 1994 a la masacre de Acteal), en donde los autores analizan diversas facetas del conflicto; así como la serie de varios volúmenes, EZLN. Documentos y comunicados, editados por Era, en donde se recopilan los principales textos zapatistas.
El trabajo de Luis Hernández Navarro incluye diversos ensayos sobre la relación entre el movimiento indígena, el EZLN y la sociedad en su conjunto. El libro de Adolfo Gilly sitúa la rebelión en Chiapas en el contexto de las luchas agrarias en la historia de México. Julio Moguel reúne sus artículos publicados (principalmente en La Jornada) a lo largo de cuatro años, en los que analiza en detalle las primeras negociaciones de paz en San Cristóbal, los acuerdos de San Andrés y el rompimiento del diálogo como resultado de la ofensiva gubernamental contra el EZLN. Otro libro más, Crónicas intergalácticas, recoge los planteamientos programáticos que se hicieron en el Primer Encuentro Intercontinental por la Humanidad y contra el Neoliberalismo, celebrado en el verano de 1996 en Chiapas.
Los anteriores trabajos permiten seguir el desarrollo del enfrentamiento entre el gobierno federal y el EZLN, conocer sus raíces a través de años de continuos conflictos de carácter local, y constatar la presencia de los zapatistas en el debate político nacional e internacional en los años posteriores al levantamiento del 1o. de enero de 1994. ``La colección de documentos producidos por el propio EZLN'', escribe Antonio García de León en el prólogo del primer volumen de la colección Documentos y comunicados, ``refleja, en su enorme variedad y tamaño, en su particular estilo, lo acelerado de los tiempos que se iniciaron en 1994, el trastocamiento de un devenir que se halla profundamente comprimido y en donde se han quemado varias etapas militares y políticas a gran velocidad.''
La publicación de textos zapatistas representa una contribución editorial muy valiosa, como fuente de información actualizada y como prueba de la riqueza de los planteamientos que se han hecho en el transcurso del conflicto sobre una diversidad de asuntos relacionados con el derecho y la cultura indígena y, en general, de la política nacional. Se han editado libros sobre prácticamente todos los principales actores de esta historia y los momentos más críticos del conflicto: está, por ejemplo, el libro publicado por La Jornada Ediciones, Chiapas, el alzamiento, donde se recuperó la historia -a través de la cobertura que hizo el periódico- de los primeros días del levantamiento. El trabajo de Carlos Fazio, Samuel Ruiz: El Caminante, describe el recorrido que siguió el obispo desde su infancia en Irapuato, Guanajuato, cuna del conservadurismo católico, hasta los momentos en que, presidiendo la Diócesis de San Cristóbal, se convirtió en un elemento fundamental para la solución pacífica del conflicto. Como se lo comentó a John Womack, Samuel Ruiz llegó a Chiapas en 1961 para ``convertir a los pobres, pero ellos terminaron por convertirme a mí''. En su libro, Carlos Fazio se adentra en la personalidad profunda de este hombre que ha representado a la Iglesia en una de las regiones más complejas y complicadas del país.
En el transcurso del conflicto zapatista se hizo evidente que el reclamo sobre los derechos indígenas también exige, del mismo modo, un lugar para las mujeres indígenas. Los dos tomos que editó Rosa Rojas, Chiapas, ¿Y las mujeres qué?, hacen esta pregunta relevante. Y, mediante aportaciones de varios autores, coloca a las mujeres como uno de los actores del movimiento zapatista.
Algunos de los episodios del conflicto chiapaneco en que participó la Comisión de Concordia y Pacificación del Congreso de la Unión pueden conocerse a través del libro de Juan N. Guerra Historia personal de la Cocopa: Cuando estuvimos a punto de firmar la paz en Chiapas. Se trata de la perspectiva de uno de los integrantes del grupo plural que participó durante varios meses de intensa labor en las negociaciones públicas y privadas entre el gobierno federal y el EZLN en busca de un acuerdo que diera fin al conflicto. El testimonio de Juan Guerra refleja su frustración porque dicho acuerdo no se materializó en una coyuntura que parecía madura; y en vez de ello actualmente ``los conflictos tienden a desbordarse'', debido a que las ``expectativas que generaba la negociación y las posibilidades de un acuerdo de paz'' han desaparecido.
El impacto cultural que ha tenido el levantamiento del EZLN es resultado de un proceso propio localizado en Chiapas, pero con eco en otras regiones indígenas del país (y del mundo); un hecho histórico en el que se entrelazan conflictos por la tierra, lucha de clases y resistencias a la explotación económica y al dominio político. Se trata, pues, de un fenómeno cultural de dimensión internacional, con una historia política y social surgida de las zonas más marginales del estado de Chiapas.
Los elementos fundamentales del conflicto en Chiapas son más o menos compartidos por los autores de los libros aquí comentados. Es la historia de un encuentro -en un periodo de quince o veinte años- entre formas de organización de autodefensa de las comunidades indígenas y diversos grupos de ideologías de izquierda en los Altos, en el Norte y en la Selva de Chiapas. Para principios de la década de los ochenta los catequistas de la Diócesis de San Cristóbal y militantes ``revolucionarios'' de línea maoísta lograron conjuntar los esfuerzos organizativos de varias comunidades en una Unión de Uniones -una agrupación de producción agrícola. Poco después, activistas del FLN (Fuerzas de Liberación Nacional), de inspiración guevarista y organizados en Chiapas en un Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), comenzaron a asumir la iniciativa y el liderazgo entre comunidades de Las Cañadas, paralelamente a las redes establecidas por la Iglesia. La distancia más grande entre ambas organizaciones la marcó desde un principio la disposición armada del EZLN, que, para principios de los años noventa, había agrupado a cerca de diez mil indígenas y gozaba de influencia sobre un número amplio de comunidades por cuya lealtad competía, sin embargo, con otras fuerzas; más significativamente, con la propia Iglesia católica.
En octubre de 1992, durante las protestas por la conmemoración de los 500 años del descubrimiento de América, la nueva fuerza organizada de las comunidades indígenas se manifestó en San Cristóbal. En mayo de 1993, como consecuencia de la localización de un campamento guerrillero por una unidad militar en la sierra Corralchén, el gobierno mexicano conoció el carácter armado de la resistencia local. Y el 1¼ de enero de 1994, otra vez en San Cristóbal, el mundo entero recibió la noticia de la rebelión de los indígenas chiapanecos en contra del Estado mexicano. Desde entonces la política nacional no ha vuelto a ser la misma. Como representante de ``la causa indígena'', el EZLN se ha convertido en un actor político por sus propios méritos y, además, en un catalizador de amplias fuerzas sociales democráticas y de izquierda. La voz individual de Marcos y la voz colectiva de los indígenas han llenado un espacio político y cultural, antes monopolizado por el Estado, con sus propias imágenes, ideas y discursos.
El programa zapatista tiene, fundamentalmente, un carácter reformista en torno a demandas sobre servicios públicos, tenencia de la tierra, remunicipalización y elecciones limpias. Pero su enorme poder de convocatoria y de difusión -al margen y en contra de los poderes oficiales- ha resultado ya sea cautivador, o bien repelente para intelectuales de todos los signos y colores políticos en una multiplicidad de países. Un número muy amplio ha sentido la necesidad de definir públicamente su postura en relación con el zapatismo; a prácticamente nadie le ha parecido un fenómeno sin trascendencia. Eso explica en parte la abundante producción literaria y gráfica sobre los zapatistas, y también el carácter pasional de algunas de las obras más importantes que han sido editadas o producidas sobre este tema.
La pasión más intensa la ha despertado el propio personaje de Marcos, quien, incluso a sus críticos más amargos, les resulta inevitablemente atractivo como dirigente político y símbolo cultural. De ahí la insistencia en llamarlo... Rafael Guillén. Es la manera de cuestionar implícitamente a Marcos como líder popular y de buscar socavar la legitimidad de su presencia entre y a favor de los indígenas.
En 1995, Carlos Tello (La rebelión de las Cañadas), en forma paralela a la revelación de la identidad de Marcos según el presidente Ernesto Zedillo, señaló por primera vez que el líder zapatista tenía un historial político tras de sí. Pero aun con la publicidad derivada de dicha información oficial, para la mayoría de los mexicanos Marcos siguió siendo Marcos. Al cabo de varios años de este fenómeno político y cultural, han aparecido otros libros con el propósito de desmitificar a Marcos buscando sustituir su imagen con la biografía -mucho más común- de un tal Rafael Guillén.
El libro de Carlos Tello parece evidenciar al menos un esfuerzo sincero por analizar las causas del levantamiento de los indígenas zapatistas. La desviación que sufrió su investigación inicial, encaminándose hacia los antecedentes políticos de los dirigentes mestizos del EZLN, se debió muy probablemente al peso que Tello le dio en la versión final a fuentes como Adolfo Orive, actual coordinador de asesores del Secretario de Gobernación -y alguna vez personalmente involucrado en la organización política de las comunidades indígenas de Chiapas. Buscar destruir la imagen de Marcos ha sido siempre un objetivo central de sus oponentes y detractores. Ha habido un esfuerzo por minimizar o ignorar los orígenes indígenas de la rebelión zapatista. Ya Yvon Le Bot, en Subcomandante Marcos, El sueño zapatista, había alertado sobre el hecho de que ``se ha querido reducir el levantamiento zapatista a una simple manipulación de un sector de la población indígena por parte de actores no indígenas''.
Quien explica bien las raíces de la guerrilla es Carlos Montemayor (Chiapas, La rebelión indígena de México), pues, a diferencia de Tello y de quienes lo han seguido por la misma ruta, Montemayor se había preparado política e intelectualmente para intentar entender la explosión armada de un grupo con bases sociales en las comunidades indígenas: ``Mis tareas como novelista me habían llevado a estudiar durante muchos años los movimientos armados en México. Pero mis investigaciones como lingüista me mostraron otro profundo rostro político de hoy: el del mundo indígena.'' Basándose en esos conocimientos, explica que movimientos como el de los zapatistas ``no empiezan de la noche a la mañana'', especialmente si cuentan ``con el apoyo de las comunidades indígenas de esa zona''. También Luis Hernández Navarro confirma en su libro que es uno de los intelectuales con mayor conocimiento de las organizaciones campesinas e indígenas en Chiapas y en el resto del país. Por ello, los ensayos que integran Chiapas, la nueva lucha india contribuyen a entender las connotaciones políticas más amplias que tienen los sucesos particulares que caracterizan a la rebelión zapatista. El conocimiento del contexto en que se lleva a cabo la lucha del EZLN le permite a Hernández Navarro hacer un análisis profundo de las distintas vertientes -política, social, económica e internacional- del conflicto en Chiapas.
El EZLN se ha convertido en un catalizador y en un punto de referencia para amplias corrientes de descontento social y cultural -en México y en muchos otros países del mundo. Carlos Montemayor ha descrito (Chiapas, La rebelión indígena de México) cómo la aparición de la guerrilla zapatista implicó un ``reacomodo que también afectó el análisis político de gran parte de los periodistas e intelectuales''. El zapatismo escapa a cualquier definición sencilla, tanto de sus detractores como de sus simpatizantes, porque aparece como un movimiento fuera de tiempo -anacrónico y a la vez posmoderno. En las palabras de Yvon Le Bot: ``El zapatismo aporta más preguntas que respuestas, sin duda.'' Adolfo Gilly, por su lado (Chiapas, la razón ardiente), dice: ``la rebelión indígena de Chiapas ha sido tal vez la más explícita en su discurso, la más antigua en sus raíces y la más moderna en sus interrogantes''. En el libro Chiapas: El fin del silencio, de Antonio Turok, las fotografías de indígenas en escenas oscuras, profundas y solitarias resaltan dicho carácter atemporal, lo que le ha permitido al zapatismo atraer e, incluso, cautivar a intelectuales y ciudadanos comunes y corrientes en México, Norteamérica y Europa.
En la presentación de su libro, Antonio Turok describe desde su propia óptica este fenómeno: ``Chiapas: El fin del silencio refleja este mundo complejo y mi transformación dentro de él, desde mi visión inicial de una sociedad intemporal a la confrontación con las profundas realidades de la condición humana. Mi creciente desolación se veía reflejada en las calles, en los rostros de perplejidad, desamparo y temor. Anhelaba cambiar las cosas y al mismo tiempo detener el reloj: a partir de miles de fotografías he reunido un mosaico de imágenes que abarcan la vida cotidiana, algunas íntimas, otras históricas. Unas cuantas imágenes trascienden la estética y el estilo mientras que otras contienen un inevitable sentido del momento.''
Carlos Monsiváis, en un texto preparado para el tercer volumen de Documentos y comunicados del EZLN, explica que ``gracias al EZLN un sector amplísimo de la sociedad mexicana toma en cuenta la furia de un proceder racista, y examina la explotación monstruosa de los indígenas, enmarcada por el saqueo frenético de la naturaleza [...] El florecimiento de los mensajes utópicos, tan irreal como se exhibe o como lo sea realmente, es uno de los atractivos del EZLN.''
La presencia de los zapatistas, ya sea físicamente o por medio de imágenes gráficas o de libros publicados sobre ellos, ha representado un elemento extraordinariamente atractivo en un mundo de globalización y modernidad. Yvon Le Bot señala que el movimiento zapatista, al ``combinar identidad, modernidad y democracia'', se ha convertido en uno de los más poderosos desafíos a la globalización.
Las imágenes de indígenas (de Antonio Turok o Pedro Valtierra), el armamento primitivo de los militantes zapatistas, la sombra del Che en Marcos, el lenguaje posmoderno del EZLN y todo aquello que desde el 1¼ de enero de 1994 y hasta la fecha representa al zapatismo, ha logrado crear -en una combinación de elementos gráficos, culturales y sociales- un poderoso referente para los sectores más progresistas de la sociedad, tanto en México como en otras partes del mundo. Eso explica, en parte, la enorme cantidad de libros sobre Marcos, el EZLN y los indígenas de Chiapas que se han publicado en un periodo de tiempo tan breve, y que seguramente se seguirán publicando en los próximos años.
(1) ``A Bishop's Conversion'', en
Doubletake, invierno de 1998, traducción de EZ.
Quiero agradecer los comentarios y sugerencias de mis amigos
periodistas que conocen Chiapas, Juan Balboa y Guadalupe
Irizar.