Néstor de Buen
Los viejos tiempos

Adolfo López Mateos ha sido, sin la menor duda, uno de los hombres más contradictorios en el quehacer social. El comienzo de su gestión parecía señalar una cierta tendencia a favorecer al sindicalismo democrático en perjuicio de la CTM y sus colegas. Eran los tiempos en que don Fidel vivía la mitad de los sexenios parando las estocadas y la otra mitad riéndose de los fracasos de las gestiones presidenciales en su contra. El fenómeno se repitió a lo largo de los años, con el mismo resultado.

Pero López Mateos, frívolo en todo, no tardó en arrepentirse de su amor ingenuo por la libertad sindical y con base en los evidentes errores del sindicato ferrocarrilero -una serie de paros imprudentes en Semana Santa (1959)- organizó la represión más feroz que han sufrido los trabajadores en nuestro país, que también le tocó a Filomeno Mata, un periodista ilustre, y al pintor de la ternura y de la fuerza: el inmortal David Alfaro Siqueiros. Estaba en vigor entonces el delito de disolución social.

Casi al principio de su mandato, López Mateos encargó a su secretario de Trabajo, Salomón González Blanco, la preparación de una nueva Ley Federal del Trabajo. La dirección de la tarea recayó en Mario de la Cueva, con quien colaboraron Cristina Salmorán de Tamayo y Ramiro Lozano, presidentes, respectivamente, de la Junta Federal de Conciliación y Arbitraje y de la Central de Conciliación y Arbitraje del Distrito Federal.

Contaba el maestro De la Cueva que al concluir el proyecto el presidente no se atrevió a presentar la iniciativa por miedo, inexplicable, a que no la aprobara el Congreso de la Unión. Sin embargo, sirvió para sus espectaculares y muy poco eficaces reformas constitucionales al 123. Además se le presentaron problemas de mucha magnitud; entre otros, la primera etapa del paro médico y el proyecto quedó en el olvido.

En 1968, la deuda de gratitud de Díaz Ordaz con el movimiento obrero que no había provocado un solo día de huelga durante el drama estudiantil llevó al mandatario a rescatar el proyecto. Se incorporó a la comisión Alfonso López Aparicio y con algunos cambios, ninguno importante, el 1o. de mayo de 1970 entró en vigor la nueva ley.

Quedaron dos asignaturas pendientes. La primera, la reforma del procedimiento laboral que no se quiso hacer en ese momento y que tuvo que esperar diez años. La segunda, de mayor importancia, la cancelación del corporativismo ya entonces insoportable. Pero los agradecimientos a los corporativos no eran propicios a ese cambio que habría terminado con el gran negocio de los contratos colectivos de trabajo de protección. Además, estaba en pleno vigor el intercambio de lealtad por posiciones políticas: diputaciones, senadurías y gobernaturas. Más valía man- tener vivo el romance.

La reforma, en su presentación pública, no fue espectacular. Al concluirse el proyecto, se discutió por separado con representantes empresariales, a los que no se hizo mucho caso, y con representantes del corporativismo, a los que se hizo demasiado caso, y cuando llegó el momento se promulgó despertando más inquietudes académicas que sociales. A nadie le molestaban demasiado las primas nuevas (antigüedad, dominical, vacacional) o las nuevas prestaciones (dos días más de descanso obligatorio y un poco más de vacaciones y el aguinaldo) y lo que sí inquietaba: el sistema corporativo, quedó prácticamente igual que en 1931.

A 28 años de distancia, el tema procesal, con la reforma valiente de 1980, ha sido superado. Tal vez habría que hacerle mínimas correcciones. Pero la deuda pendiente sigue siendo el tratamiento del derecho colectivo. Las resistencias, por cierto que compartidas por sindicatos de todos los colores, no sólo los corporativos, son cada vez más notables.

Estamos viviendo un momento interesante. Pero ya no son las cosas iguales que entonces. El llamado movimiento obrero no gana elecciones. Los motivos de agradecimiento ya no existen. ¿Podremos hacer entonces honor, en materia colectiva, a nuestro artículo 123 y al convenio 87 de la OIT que consagran la plena libertad sindical? ¿Los respetaremos? ¿Ganarán la batalla los tigres de papel? No falta mucho para saberlo.