BALANCE INTERNACIONAL Ť Eduardo Loría

Las crisis financieras

Hace unos días el secretario de Hacienda advirtió que la tradicional crisis de fin de sexenio podría volver a ocurrir si no se aprueban las reformas financieras que permiten la conversión de los pasivos del Fobaproa en deuda pública.

Dijo que todos los demás factores de riesgo se han resuelto con las políticas y los mecanismos que ya operan. Afirmó que el actual sistema de tipo de cambio flexible evita su apreciación real y, por tanto, cancela la especulación con las reservas internacionales.

El asunto de mayor importancia nacional, aparte de ver en quién va a recaer el pago de ese enorme pasivo, consiste en saber lo que va a seguir en materia de reforma financiera y su interconexión con el resto de la economía.

Por principio de cuentas, hay que señalar que las crisis financieras son cada vez más frecuentes en todo el mundo, pero especialmente en los países subdesarrollados, que con el fin de modernizarse y entrar al Primer Mundo, emprendieron intensas reformas neoliberales. En América Latina, los primeros en hacerlas fueron los países del Cono Sur en los años setenta. En general los resultados fueron desastrosos y, quizás con la excepción de Chile, ningún otro país ha logrado recuperarse posteriormente. El camino seguido por esos países fue muy parecido, y el gobierno mexicano también lo hizo con especial esmero, aunque muchos años después.

El consenso intelectual señala que el eje explicativo de esos fracasos económicos radica en los graves errores cometidos en el sector financiero. Las demás reformas parece que cumplieron importantes funciones en favor de la productividad y de la eficiencia micro y macroeconómica.

Respecto a las reformas financieras, es evidente que los gobiernos sobreestimaron las bondades y casi despreciaron los riesgos que implicaban las liberaciones intempestivas de esos mercados. Invariablemente, los resultados fueron los siguientes: los valores de los activos, especialmente los de la bolsa, crecieron exponencialmente; hubo enorme permisividad regulatoria que generó triangulación de créditos y muchos bancos se pusieron al servicio de grupos económicos muy poderosos; se elevaron las tasas de interés internas, así como la afluencia de capitales internacionales, por lo que el dinero en circulación, el otorgamiento de créditos y la demanda crecieron de manera importante. Todo ello generó burbujas especulativas que elevaron los precios de los bienes inmuebles. Los tipos de cambio se sobrevaluaron notoriamente y las crisis de balanzas de pagos fueron el final de estos éxitos liberalizadores.

Los mercados financieros presentan diferencias y riesgos como ningún otro. Por un lado, el bien que intercambian es dinero (que concretiza riqueza generada previamente en otros mercados) por promesas de pago a futuro. Por ello, la tasa de interés representa un precio muy distinto al de otros mercados. Si este precio aumenta puede significar que el riesgo de pago y, por tanto, de quiebra, es mayor, por lo que el mercado estará más lejos de despegar. Cuando esto ocurre, la regulación se hace indispensable, pero no sólo de coyuntura, sino de largo plazo, ubicada en todo un proyecto de desarrollo nacional, no sólo del mercado individual.

Por otro lado, como ningún otro mercado, sus desequilibrios o sus ajustes se transmiten al resto de la economía con particular virulencia. Eso es lo que explica que nuestro país no haya podido resarcirse de los costos de la crisis financiera, aun cuando los demás mercados no hubieran estado en desequilibrio.

Al menos estos puntos son los que deben discutirse. Su amplia ventilación y el logro de acuerdos nacionales serán cruciales, entonces sí, para crear certidumbre y evitar otra crisis financiera de fin de sexenio. Con ello, las tasas de interés y el tipo de cambio dejarán de ser los indicadores de la especulación y del anuncio de la crisis.