Las colectivas de escultura son menos frecuentes que las de pintura, instalaciones, técnicas mixtas, etcétera; ello se debe en la mayoría de los casos a un factor muy sencillo: las esculturas pesan, suelen ser frágiles y su transporte --realizado en parte con el apoyo de la empresa ATI-- debe ser especializado. La muestra 12 escultores finimilenaristas en México que se exhibe el Museo de Arte Moderno ofrece diferentes vertientes en la escultura llamémosle ``ortodoxa'' de hoy, a través de piezas --que salvo escasas excepciones-- no han sido mostradas en recintos públicos.
Los participantes fueron elegidos a partir del conocimiento de sus obras, concurrentes en muestras individuales en galerías o museos, en corredores de escultura o participaciones internacionales, de tal manera que la exposición intenta revalidar la trayectoria de los 12 maestros. Uno de los objetivos de la muestra es que los arquitectos, los urbanistas y quienes están a cargo de los proyectos de escultura pública en el DF y en los estados paren mientes en que las esculturas públicas no necesitan ser las efigies consuetudinarias, en la mayoría de los casos horribles o por lo menos intrascendentes que pueblan glorietas y parques y que --debiendo funcionar como señaladores-- lo que logran en ocasiones es convertirse en el hazmerreír de muchos. Esta cuestión viene de décadas o si se quiere hasta de siglos y no es privativa de México, pero aquí se cultiva en exceso debido a situaciones que en muchos casos pueden tener que ver más con la inercia o hasta con el lucro que con la estética o el urbanismo.
La muestra antecesora de la que hoy se exhibe fue una individual de Jorge Yáspik, efectuada el año pasado, que obtuvo muy buena crítica. El, por tanto, no participa en esta colectiva pese a que su presencia relevante es congruente con la de sus colegas.
La exposición se abre con dos piezas de Kiyoto Ota en madera, plomo y piedra, que se valen de la escarcha mediante aparatos especiales para crear unión de opuestos e idea de transición entre algo que de un estado físico pasó a otro. Las esculturas de formato grande de Antonio Nava en metal, arena, piedra y obsidiana persiguen algo similar bajo presupuestos muy distintos que tienen algo que ver con sus estudios sobre arte prehispánico y de otras culturas antiguas, sin que haya glosa alguna directa.
Las obras de Pawel Anasziewicz, dos de ellas monumentales, ofrecen una combinación de acero oxidado e inoxidable y juegan con los vacíos tanto como lo hacen con los macizos. Su coterráneo (ambos nacieron en Polonia) Xavery Woldky está en el extremo opuesto con sus obras en terracota (hay una en cantera) que aluden a la corporeidad, incluso mediante el tacto, sin recurrir a la mímesis. Todas las obras de la artista nacida en Grecia, Marina Láscaris, son de mármol de Monterrey, oscuro y reflejante, son orgánicas y tres de ellas erectas, es decir, podrían funcionar como columnas conmemorativas o dólmenes. Paul Nevin, que desde Guadalajara, su anterior sitio de residencia, llamaba poderosamente la atención por sus especiales configuraciones, utiliza el hierro soldado en obras que ofrecen diversidad de soluciones y cancelación de fórmulas. Nada tiene que ver su manejo del hierro con la manera en que Ernesto Hume maneja el acero soldado en configuraciones geométricas muy ajenas, por ejemplo, a la manera como Sebastián utiliza la cristalografía o la geometría modular.
Algo muy distinto plantea Hersúa en sus esculturas de aluminio soldado pintadas con esmalte de poliuretano. Logra no sólo yuxtaposiciones sorprendentes de planos (a veces los elementos se doblan sobre sí mismos, lo que parecería ``surrealismo volumétrico'') sino también propuesta colorística. Emilio Farrera construye con madera de fresno o de sabino, piedra, acero macizo y fierro.
Las piezas de Pablo Kubli parecen hechas para que Herr Würth, industrial y coleccionista alemán, las hubiese acogido en su museo de arte contemporáneo, tienen cierto parecido con las del colombiano Fonseca, pero sólo en el sentido de que son modulares y están armadas con tornillos y tuercas que funcionan como elementos estructurales. Las obras de Miguel Angel González, junto con las de Marina Láscaris y las de Nava ejemplifican el manejo actual de la talla. Son de mármol muy pulido, combinado con metal, recuerdan artefactos de ciencia ficción. Por último, Roberto Turnbull ofrece relieves adosados así como piezas exentas en madera, mármol y fierro, con pintura adherida en ciertas áreas estratégicas. De todos los artistas, es el único que introduce nota posmoderna en una muestra que sigue predominantemente los cánones del modernismo.