Las lluvias no llegan a la ciudad, nuestras áreas verdes de por sí insuficientes desfallecen en la sequía y la reforestación se retrasa como se nos informó recientemente al haberse sembrado sólo un millón seiscientos mil árboles, de los diez millones que tiene programados el gobierno de la ciudad, aunque seguramente se cumplirá la meta.
La ya larga temporada de sequía que transgrede preocupantemente las estaciones climatológicas, debe igualmente aleccionarnos, no sólo en términos de que hace falta una cultura ciudadana que asegure el cuidado y la protección de parques y jardines, sino que, mejor aún, genere otros nuevos espacios verdes. Nuestra gris realidad se expresa en que tenemos 3.5 metros por habitante en lugar de los 10 o 12 metros cuadrados que debiéramos tener, según la recomendación de la Organización Mundial de la Salud, o sea un déficit de 60 por ciento en cuanto espacios verdes.
Es en verdad impostergable alcanzar estos parámetros, pues tienen ya un alto significado por su relación con la salud (física y mental), pero mayor si se vinculan con una dimensión de carácter sociocultural, pues estos parques y plazas son espacios de convivencia y recreación, además de que forman parte de la identidad y cultura popular urbanas. No nos imaginamos nuestro entorno, por ejemplo, sin la Alameda Central dentro del Centro Histórico, o la Alameda de Santa María la Ribera con su quiosco morisco; o el Parque Hundido en las inmediaciones de la avenida Insurgentes, e incluso se promueve ya la posibilidad de convertir al Zócalo citadino en espacio verde.
Sin embargo, no todas las colonias o barrios disponen de un gran parque o alameda, por su considerable extensión, sino que muchas apenas cuentan con una reducida plazoleta arbolada y otras tantas carecen de una mínima área verde.
Otro problema se relaciona con el agua, cada vez más escasa en la ciudad de México, y que por lo mismo tendría que aprovecharse mejor para el riego de parques y jardines, bien sea a través del tratamiento de un mayor caudal de aguas negras o con una tecnología alternativa que aún no hemos aplicado racionalmente, instalando contenedores de aguas pluviales.
Por ello, un programa indispensable en el Distrito Federal sería que cada colonia o barrio contara con su propio centro de reunión pública al aire libre. De desarrollarse un trabajo en este sentido se contaría con un mínimo de 2000 parques.
Es evidente que este proyecto podría resultar un tanto costoso para el gobierno de la ciudad, especialmente por lo que se refiere al mantenimiento de estas áreas verdes, pero en ese caso podrían constituirse asociaciones de ``amigos de los parques'', como ya existen en algunas zonas, para asegurar la conservación y hasta una administración cogestiva vecinos-autoridades. Tan sólo basta mencionar en este renglón el ejemplar trabajo que bajo este esquema comunitario han realizado los vecinos que tienen sus viviendas alrededor del Parque México.
Así, tendríamos una ciudad mejor oxigenada, más armónica y atractiva, sin que la escasez de recursos fuera el impedimento para la consecución de una gran obra ecológica y social.
La ciudad no puede seguir acumulando más contaminación ambiental, visual y auditiva, por lo que se requiere de acciones diversas que la contrarresten. Ciertamente emprender una acción tan benigna como multiplicar nuestras áreas verdes no resolverá del todo el problema, pero no obtendrían efectos altamente positivos par a el mejoramiento del ambiente, de la salud pública, del bienestar social, frenar los estragos de la mancha urbana y conseguir una mejor calidad de vida para los capitalinos.