Hermann Bellinghausen
Los podios, mi rey

Noche. Media hora antes: -¿Era París? . -Qué va. El París que nos tocó ya no existe. Pero, pérate, eso le pasa a cualquier ciudad, no tienes por qué poner esa cara.

-Era París, no trates de vérmela.

-Déjate de...

-¿Quieres más? Va la botella, no te lo mereces, pero ten.

-¿Estás contenta?

-¿De qué?

-¿Cómo que de qué? Pues de ahora. De orita. De nosotros.

-¿Contenta, de nosotros? Era París, no te hagas. ¿Por qué tratas de engañarme? Tú siempre...

-Todo yo, todo yo, para eso estamos los hombres, para tener la culpa.

-Nunca aceptan. ¿Contenta, dices? De mí, la verdad no. De ti, quién sabe, pero si de mí yo no, casi que da igual. Siempre pareces instalado en el podio, aburres.

-¿El qué?

-El podio. El micrófono pegado a la boca. Si, todo tú. ¿Por qué tienen que ser así los hombres? Si no tiran línea les salen granos en las manos.

-¿Las manos?

-Por las puñetas que se hacen al hablar.

* * *

Media hora después:

-¿Cómo estaba eso del podio que decías hace rato?

-Es el símbolo del poder, no sé cómo nadie lo ha notado. Hasta la silla presidencial es cosa del pasado. El poder está en el podio.

-¿Queda vino?

-¿Te imaginas a Clinton sentado? Los presidentes de países y de empresas ya no se sientan.

-Será desconfianza.

-Los grandes anuncios se hacen desde el podio. Para que se vea la decisión. Los congresos, las conferencias. Las Sala Oval de la Casa Blanca es el huevo del podio universal.

-Y dice tu lugar común que los hombres hablamos puñetas.

-Los banqueros, los magnánimos, los magnates, los actores de Hollywood, los generales. ¿Dónde salen retratados, a ver? En el podio.

-¿Y las mujeres? ¿No usan el podio?

-También, claro. Pero no se paran igual. Los hombres tienen un estilo característico. Agarran el atril sobre el podio con una o las dos manos, se inclinan al frente para demostrar que les queda chico, hasta los más enanos. El síndrome de Napoleón. Encorvados como pajarracos.

-¿Y las mujeres?

-Ni me digas. Las mujeres del poder todas se portan como hombres, al menos delante de los hombres.

-Pero no se encorvan sobre el atril del podio. ¿O sí? No me he fijado.

-Es que a las mujeres no les gusta parecer demasiado grandes.

-Les dan vértigo las alturas.

-Nos dan vértigo pendejadas como las que estás diciendo.

* * *

Media hora más tarde:

-Se acabaron los cigarros, mi reina.

-Pos ni modo mi rey. A fumar colillas.

-¿No te quedará un marlborito? Te los acabaste tirándome tu rollo de los podios.

-¿A poco no?

-¿A poco no qué?

-¿A poco no son los tronos, las sillas presidenciales? Los podios de iglesia.

-Púlpitos.

-Eso.

-Puro poder.

-¿Qué?

-Los podios, mi rey.

* * *

A la mañana siguiente:

-Tons qué mi reina. ¿No quieres un podio?

-¿Lo pensaste? ¿Bien?

-Hasta tuve pesadillas. Me obligaban a pararme en un podio, un micrófono de caña era mi cetro, y tenía que hablar. Cada cosa que decía se volvía verdad. Era horrible. Pobre Dios, por eso el mundo es tan pinche. Imagínate que todo lo que se te ocurre se cumple.

-Pos conque se te ocurran cosas buenas.

-No se puede. No hay control. Siempre sale alguien maloso. Incluso uno mismo. Si te digo que soñé cosas, feo. Al Metro se le metían unos gusanos gigantes, las calles estaban como podridas y olían a madres y tenías que atravesarlas hundiéndote, y todos caminaban con asco.

-Y todavía amaneces preguntando que si quiero un podio. Pos yo qué te hice?

-Me diste la idea.

-Pero tú hiciste con ella lo que hiciste. No te dicté la pesadilla. No me eches la culpa del cochinero que traes dentro.

-Ay sí tú, muy limpia, muy santita. Y tú, ¿qué soñaste?

-Qué te importa. Nada.

-Eso es trampa.

-Anda, tómate el café.

-Tramposa.

-Se te va a enfriar.

-Tramposa.

-Mira quién habla. No era París, ya vi la fecha. No eres nadie para hablarme de trampas.