Gustavo Viniegra González
Reserva petrolera: ¿ahorrarla o malgastarla?
Sufrimos ahora una crisis más. Los más altos funcionarios del gobierno federal nos dijeron muchas veces que nuestra economía ya no dependía del petróleo pero, ¡oh sorpresa!, los precios cayeron de 20 dólares por barril de petróleo (bp) en 1996 a casi 10 dólares y nuestra economía ha entrado en graves problemas de liquidez.
Lamentablemente, quizá no sea la última de las verdades a medias que nos han contado. Nos han dicho que las reservas petroleras son de 60 mil millones de barriles; con una economía que produjo en 1997 cerca de 388 mil millones de dólares y una eficiencia de 254 dólares por bp, la reserva teórica sería de casi 40 años (60,000 x 254 / 388,000 = 39.3 años).
Pero esa cuenta alegre no considera que la economía va a crecer y a exigir cada vez más petróleo para funcionar. Por lo tanto, si la economía crece a una tasa anual de 5 por ciento, es decir, se duplica cada 14 años, también se tendrá que duplicar el consumo de petróleo y esto resultará como las tasas de interés del famoso Fobaproa, pues para calcular la duración de un consumo que crece en forma exponencial se necesita usar logaritmos de la duración aparente de la reserva (digamos 40 años) corregida por la tasa de crecimiento de la economía. El resultado se acerca a sólo 20 años de duración de la reserva.
Para duplicar esa duración no hay más que de dos sopas: a) se multiplican las reservas en forma importante (se necesita cuadriplicarlas para que dure el doble la reserva) o b) se ahorra petróleo (se cuadruplica el rendimiento energético del producto interno bruto -PIB- hasta mil dólares por bp, que es el nivel de eficiencia de Japón o Suiza). Y tal parece que sería mucho más sensato ahorrar petróleo que malgastarlo, de modo que si queremos dejar un patrimonio petrolero a nuestros hijos debemos ser cautos en la forma como consumimos ahora nuestra reserva petrolera.
La estrategia maquiladora, de ensamble o franquiciadora, es un espejismo que finalmente se traduce en un bajo valor de la eficiencia petrolera de la economía, puesto que importa equipo, maquinaria y tecnología llave en mano con un precio muy alto (aparente o disfrazado), y para mejorar la posición financiera de las empresas se mantiene muy bajo el salario de los obreros y empleados, reduciendo los costos con recortes de personal.
A eso se le llama aumento en la productividad. Pero el valor agregado neto es bajo, aunque los productos elaborados sean novedosos y de alto precio y a pesar de que unas cuantas empresas ensambladoras o maquiladoras acumulan grandes capitales, pero con escasos efectos indirectos en la economía. En cambio, si una empresa local sigue el ejemplo asiático y asimila tecnología con recursos propios, logra recuperar una alta proporción de su valor agregado y ello le permite fomentar la capacidad del personal con aumento de los salarios para mejorar la calidad de los productos y competir más eficientemente en los mercados.
Además, fomenta la integración de redes de proveedores locales de productos y servicios que generan, a su vez, un efecto importante de tipo indirecto sobre la creación de empleos. Una razón evidente de nuestra baja eficiencia es que tenemos una tecnología atrasada que malgasta petróleo para producir bienes y servicios baratos. El resultado es: tenemos que exportar petróleo crudo a precios bajos para pagar deudas financieras y compras de importaciones a precios altos.
Por lo tanto, la solución no está en la especulación, en la estrategia maquiladora o de ensamble barato ni en la venta de materias primas sin procesar. Está en invertir en la educación, la ciencia y la tecnología para asimilar la tecnología industrial más avanzada y adecuada para nuestra industria y exportar productos manufacturados. Es como en la fábula de la hormiga y la cigarra: o quemamos alegremente nuestro petróleo o pensamos en el futuro, ahorrándolo para las épocas de escasez mundial.
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