Desde el ángulo de la ética, base de la nueva cultura requerida, el principal problema de México es la hegemonía de los habladores: mafia que se dedica a robarle a las palabras su sentido verdadero, y a usarlas como simple combustible para la simulación y el engaño. Su divisa es hablar y hablar hasta provocar el cansancio de la mismísima demagogia. Y cuando por fin se pasa al terreno de la acción, ésta camina en sentido opuesto al de la palabra empeñada. Por eso el México real, el de la inconmensurable riqueza cultural y física, es devorado por el México de los habladores. Hoy, devorado al punto del hipocricidio o muerte por demasiada incongruencia entre las palabras y los hechos, entre las promesas y los resultados, entre las envolturas y los contenidos.
Los habladores ya celebran su más reciente triunfo: rompieron el silencio zapatista en Chiapas. Pero en el pecado va la penitencia. Tras leer el último comunicado del subcomandante Marcos (texto íntegro en La Jornada del 17/VII/98), seguramente los habladores hubiesen preferido que los zapatistas continuaran (dizque) mudos. Una vez más, aquéllos han quedado desnudados como demagogos. Y una vez más han sido colocados en el terreno que más odian: el de la palabra cumplida con hechos y sólo hechos. Los cuatro largos meses de silencio zapatista fueron aprovechados para ``retomar la iniciativa'', propósito obsesivo de los guerreros parlanchines. Con el apoyo de no pocos medios de (des)información, lograron esparcir la idea de que nadie sino los zapatistas y su silenciosa ``intransigencia'' eran las causas de que el conflicto en Chiapas siguiera sin resolverse. Pues bien, la coartada del silencio zapatista se acabó, y de inmediato vuelve a aflorar el duelo de fondo: la palabra verdadera vs la palabra hueca, el diálogo fructífero vs el diálogo estéril, la negociación para el consenso vs la negociación para el engaño, la propuesta de paz vs la propuesta de guerra... la nueva cultura democrática vs la ya apestosa cultura dictatorial.
Si los malabaristas del discurso en verdad quieren la paz, de entrada tendrán que cumplir lo firmado en el primer acuerdo de San Andrés, referente a ``derechos (en verdad elementales) y cultura indígenas''. Afirman aquéllos que la iniciativa Zedillo, previa al silencio zapatista, ya cumple con ese acuerdo. Muchísimos otros dicen que no es así, incluyendo a la Conai (antes de disolverse) y a quien más importa para que precisamente haya un acuerdo de paz: el EZLN. En todo caso, para eso se creó una Comisión de Seguimiento y Verificación (Cosever) de los acuerdos alcanzados en la mesa de San Andrés. Pero ésta también agoniza (como antes la Conai y ahora la Cocopa) debido al guerrerismo, éste sí, consistente de los habladores.
Ante tanta incapacidad (por no decir evidente carencia de voluntad) para resolver el conflicto de Chiapas (en el fondo, el conflicto de todo el México moderno), algo tendrá que hacerse. Pero aquí aparece otro dogma fariséico de los habladores: ¡no a la mediación extranjera! ¡Preferible que México se destruya por completo, Acteal tras Acteal, a que se mancille nuestra soberanía! ¡Viva México-macho, aunque muerto!
Ciertamente es espinoso el tema de la mediación internacional en Chiapas. Pero también concita preguntas ya ineludibles, sobre todo ante la próxima visita al país del secretario general de la ONU, Kofi Annan. Para empezar: ¿en verdad los habladores del gobierno están preocupados por la soberanía de México? Respecto a la mediación en general, ¿por qué los habladores permiten no sólo la mediación sino la imposición de entidades extranjeras, tipo FMI, en asuntos tan conflictivos como el gasto público, el endeudamiento o la fijación de salarios? Y acerca de Chiapas en particular, ¿cuál sería el problema de una mediación constructiva a cargo de una entidad extranjera pero legítima como la ONU, máxime que los habladores liquidan, como han liquidado, todo esfuerzo serio de mediación nacional?
Lo más importante hoy es que la guerra en Chiapas, en vez de causar más muerte y desolación, sirva para construir un México tan pacífico como democrático. Y eso no se logrará con habladurías seudonacionalistas. Sólo se logrará cuando triunfe la cultura de la palabra verdadera, que en mucho es la cultura indígena. Mientras no rencontremos nuestra raíces indias, México será todo menos una nación en paz. Y eso se escuchaba hasta en el silencio zapatista.