Los augures hacendarios salieron a la palestra para desazolvar las cañerías atascadas de la actualidad del país. Lanzaron la consigna a sus huestes: el 2000 será el de los aterrizajes suaves. Inauguran, de esta torpe manera, un horizonte ``asequible'' donde se descubran los soportes de una plataforma política que intentará sostener a la actual coalición en el poder. Sólo son cuatro los requisitos que hay que cumplir, únicamente cuatro y el futuro quedará apresado, nos dice el señor Martín Werner, ese personaje de todas las justificaciones inesperadas e irredentas.
Vigilar la cuenta corriente y el ahorro interno, sostener el régimen de flotación, mantener altas las reservas y conservar un perfil manejable de la deuda pública. Y ya está. Ahí está el antídoto para eliminar la vulnerabilidad de la economía.
Lo demás, incluyendo la injusticia distributiva, la paz en riesgo y la seguridad colectiva cancelada, la tambaleante productividad laboral, la estancada inversión social y su impacto en el nivel educativo de la población, el intolerable castigo a los salarios, el talento y la aventura empresarial tan ansiada, la administración expedita de la justicia como ideal truncado, el saboteo a la equidad democrática para el balance en la toma de decisiones, el control a la circulación de ideas y la falta de respeto a la disidencia, se corregirán por derivación obligada. ¡Faltara más! Los tecnócratas y sus aliados ya encontraron el eslogan adecuado y la fórmula precisa para desatar las esperanzas nubladas por un presente plagado de trampas y tonterías. Por la confianza que merecen tan probados funcionarios, se puede lanzar el grito de ¡Mexicanos!, enfoquen el futuro sin temores ni cortedades, menos con envidias y dejen que los prohombres develen el rumbo seguro del porvenir.
Con una visión tan ``generosa y fundada'' no habrá nada que enturbie la ruta precisa. Se descubre ante los mexicanos el método asequible para asentar una plataforma electoral firme y que mantenga a raya a los demonios de las rupturas y las fugas de divisas tan catastróficas aunque conjurables a la menor provocación. Pero para apresar tal imaginario habrá que borrar de la memoria varios impedimentos que alimentan la desconfianza ya tan acendrada como esparcida.
Uno es la incapacidad para conducir una fábrica nacional que sostenga un crecimiento mayor al escuálido 3 por ciento (PIB) que se prevé, si es que en los dos años venideros se rescata lo perdido en los primeros. Otro es el acelerado cuan extendido empobrecimiento de los sectores medios y los grupos ya de por sí marginales. El crecimiento de la informalidad en la economía y sus repercusiones en los ingresos fiscales, ya tan cercenados, es el siguiente obstáculo que acorta las reales expectativas. Pero si no son suficientes entonces habría que recordarles su errática conducción del conflicto chiapaneco al que ya es mejor calificar como la guerra de Zedillo. La moribunda reforma del Estado que se aleja. O la manifiesta incapacidad para diseñar y llevar a la discusión abierta e informada la siempre aplazada reforma fiscal integral que fondee un gasto e inversión pública estancada desde hace años.
En fin, una colección de trabas y problemas no enfrentados y menos resueltos que la actual administración acarrea como un pesado fardo de casi fatalidades que imposibilitan las expectativas de un futuro como el que enuncian. El rescate del sistema de pagos es inaplazable, previene Gurría. Mientras más se tarde en reaccionar para su compostura mayor será el costo, amenaza. ¿Y para la pobreza qué, para el analfabetismo y la desnutrición cuál es la urgencia, señor secretario, que permite dilatarlas? ¿Es factible un crecimiento con tales bolsones de atraso? ¿Es posible continuar con la debilidad de los ingresos gubernamentales y sostener el desarrollo? ¿Se puede ser cómplice con el aparato de trampeo electoral disfrazado de programas sociales y aspirar a un progreso sin deformaciones? ¿O hay un sinnúmero de tareas en realidad impostergables pero siempre subordinadas a los asuntos que a los hacendarios y sus amigos banqueros les importan? Pues claro que sí, decían en privado y ahora también en público.