Las elecciones japonesas del domingo pasado han decretado la derrota del premier Hashimoto y es probable que cuando se publique este artículo Japón ya esté buscando un nuevo primer ministro. El descontento del electorado tiene obvias razones económicas. En 1996 el PIB de ese país creció 3.9 por ciento --lo que parecía anunciar la salida del estancamiento económico japonés desde comienzos de la década-- para caer a menos de uno por ciento en 1997 y hundirse en una franca recesión que producirá probablemente un ``crecimiento negativo'' en 1998.
El Partido Liberal Democrático que gobierna a ese país desde hace medio siglo, con una breve interrupción, se encuentra ahora en una situación difícil, con el yen que sigue devaluándose y requiere periódicas inyecciones de ayuda internacional para evitar una caída descontrolada, un desempleo en aumento que ya llega a 4.1 por ciento, un sistema bancario sobrecargado de créditos inexigibles, un déficit presupuestal que asciende a tres por ciento del PIB y miles de empresas virtualmente bloqueadas entre deudas elevadas, exceso de capacidad y demanda insuficiente y errática. En los últimos meses la administración de Hashimoto ha intentado varias estrategias para volver a poner la economía japonesa en marcha: un plan para reforzar los seguros de depósito y ayudar a los bancos a cancelar los créditos inexigibles y un plan de estímulos fiscales orientado a reactivar un gasto menguante. Hasta ahora, sin resultados claros. Es posible que las medidas de Hashimoto hayan evitado una caída libre de la economía japonesa, pero evidentemente no han permitido superar un ambiente de inseguridad que ha dificultado la reactivación de los créditos bancarios y de los gastos de individuos y empresas. Hoy Hashimoto paga el precio de dificultades que su gobierno no ha sabido resolver.
Dejando a un lado las responsabilidades de Ryutaro Hashimoto, el mayor pecado de los gobiernos japoneses en los últimos años ha sido no entender que la economía del país se estaba acercando a un grado de madurez que hacía insostenibles a futuro las elevadas tasas de crecimiento del pasado. No haber entendido esto implicó mantener políticas de crédito excesivamente alegres y alentar estrategias empresariales con las mismas características. Japón se encuentra ahora en una difícil transición entre una economía que crecía a tasas de entre cinco y seis por ciento a otra que crecerá en el futuro entre dos y tres por ciento. Una transición cargada de riesgos y que no termina de cumplirse. El PLD de Japón fue por muchas décadas el partido de una estrategia exitosa de desarrollo y el instrumento de consensos sociales que no eran difíciles en un contexto de crecimiento acelerado. Pero las cosas están cambiando y no está dicho que el PLD será el instrumento más idóneo para guiar la transición del país a su cumplimiento.
Aparte las incógnitas políticas internas, hay cuando menos dos aspectos internacionales de la crisis japonesa que deben preocupar a todo mundo. El primero es que con una economía japonesa que no encuentra sus nuevos equilibrios, la situación internacional se hace objetivamente incierta y arriesgada frente a la posibilidad (actualmente improbable pero no inverosímil) de que Estados Unidos termine su ciclo de crecimiento iniciado en 1992 para entrar en una nueva fase recesiva. De ocurrir, una recesión de las dos principales economías mundiales podría tener efectos globales potencialmente muy serios, por no decir dramáticos. De ahí la necesidad de acelerar los tiempos de una transición económica peligrosa para Japón y para el resto del mundo. El segundo problema es que, sobre todo desde mediados de los años ochenta, los vínculos financieros y comerciales entre Japón y las economías de Asia oriental han sido un factor determinante en convertir esta región en el principal motor del crecimiento económico mundial. La economía japonesa necesita recuperar su crecimiento para que su mercado siga siendo un destino importante de las exportaciones de Corea del Sur, Taiwán, Malasia, Tailandia, etcétera. Es evidente que esto no puede ocurrir en un contexto de retroceso económico que, para empeorar la situación, presenta una devaluación del yen que afecta las exportaciones asiáticas a Japón.
Estos son los peligros. Así, la derrota de Hashimoto y su partido podría ser un factor positivo si acelera una búsqueda de políticas de transición de mayor eficacia y mayor consenso social.