Papa caliente, reordenar las rutas de microbuses en el DF, aceptan autoridades

Daniela Pastrana /II y última Ť Exentos de cualquier régimen fiscal, sin ninguna prestación de ley, ni más control que el que ejercen sobre ellos las propias organizaciones, los 30 mil permisionarios del servicio colectivo de transporte público organizados en 109 agrupaciones del Distrito Federal son la tarea más complicada para el gobierno capitalino en ese rubro, coinciden dirigentes, políticos y funcionarios.

``El asunto de los taxis piratas es nada más una parte del desorden, pero el problema más grave es el transporte colectivo, la reordenación de las rutas de microbuses'', afirma Alejandro Garay Ramírez, subdirector de Evaluación Técnica y Legal de la Secretaría de Transporte.

Y no es un tema menor. De acuerdo con un diagnóstico elaborado por la Comisión de Transporte de la Asamblea Legislativa en la pasada gestión, las organizaciones operan de manera anárquica, constituidas en ``pequeñas mafias familiares'' en las que prevalecen la corrupción y esquemas caciquiles.

``Nadie puede controlar a 30 mil concesionarios individuales, pero tampoco a 109 organizaciones que laboran anárquicamente'', asegura el panista José Luis Luege, presidente de la Comisión de Transporte en la pasada legislatura y quien sostiene, además, que ``está comprobado a nivel internacional que es muy difícil el control cuando la concesión está pulverizada''.

Y en opinión del ex asambleísta, el gobierno del DF sólo tiene dos vías: ``establecer un organismo público de transporte, como lo fue la Ruta 100, pero creando instancias que den un servicio adecuado, o bien ordenando las concesiones que tienen particulares para ordenar el servicio público''.

En cualquier caso, coincide Juan García Lagunas, presidente de la Organización de Dirigentes Nacionales de Transporte, y uno de los líderes cúpula de la ciudad, la reestructuración de las rutas de microbuses y el programa de transporte del DF es urgente.

Cerrar la válvula a la corrupción

El diagnóstico de la Comisión de Transporte elaborado por Luege es tajante: Hay que cerrar la válvula a la corrupción. Es urgente un cambio radical, con acciones de autoridad, en la estructura del transporte público. Asunto nada sencillo. Tiene una historia de vicios de casi 40 años.

Explica el panista: en la década de los 60 operaban 20 empresas de camiones que tenían la concesión por una determinada ruta y número de vehículos. Era el llamado pulpo camionero.

En tanto, los grupos de taxis eran identificados por la forma en que arreglaban sus vehículos: cocodrilos, cotorras. Después llegó el Metro (1968) y una década más tarde se concebiría el programa ``con mayor visión'' que se ha tenido: un plan maestro del Metro ligado a un solo organismo de transporte de superficie. Así nació Ruta 100.

Pero mientras la demanda de transporte en la ciudad de México crecía, la oferta de R-100 decayó en poco tiempo por los problemas administrativos.

Entonces comenzó lo que Luege califica como ``el pecado original'' del transporte en el DF: De manera espontánea, ``sin control y bajo un esquema de corrupción'', los taxis iniciaron un servicio colectivo. Y surgieron los peseros.

``En muy poco tiempo crecieron como hongos, como una plaga en la ciudad de México'', dice el ex asambleísta, y agrega: ``Es quizá un símil del ambulantaje''.

Se integraron las primeras agrupaciones. Los vehículos se transformaron, primero a combis, luego a microbuses. Hoy hay 30 mil en 109 agrupaciones con igual número de rutas.

``Por la forma en que fueron constituidas, las organizaciones funcionan en un esquema de pequeñas mafias familiares, en las que operan todo por debajo de la mesa'', sostiene Luege. Sin regímenes fiscales, sin pagos de ningún tipo de impuestos, sin prestaciones.

``Es un esquema mafioso, completamente corrupto'', asegura.

Microbusero a temprana edad

Rubén tiene 17 años y aunque no tiene licencia, ya maneja un microbús de la Ruta 3. ``No todo el tiempo --aclara--, sólo en algunas vueltas o los domingos que está más tranquilo''. A Rubén (que pide mantener su identidad en el anonimato), su hermano mayor le presta el vehículo para que vaya practicando y gane algo de dinero. Pero no es el único, desde hace tres años ``anda en la ruta'', ayudándole a cobrar a los choferes. Recuerda de niño haber visto las ``campales'' que todavía hace unos ocho años, cuando había combis, se daban entre los choferes de la ruta capitalina y los del estado de México por los límites de los territorios. ``Hasta se llegaban a quemar unidades'', recuerda.

Ahora, asegura, las condiciones han cambiado y ya no es el mismo control de los líderes --que en estos días deben renovarse--, pero aún se conserva el poder de dos o tres familias en la ruta.