Elba Esther Gordillo
Una lectura de las elecciones

La cada vez más compleja trama social, producto del profundo cambio en la composición demográfica y social que bien reflejan los datos del Consejo Nacional de Población, y la presencia de problemas frente a los cuales la sociedad no quiere permanecer pasiva, nos obligan a revisar los resultados electorales.

Los resultados del domingo 5 de julio han generado diversas interpretaciones. Para algunos analistas --insertos todavía en el ambiente del Mundial de futbol-- el marcador es: PRI 2, PRD 1, PAN 0. Es una manera de verlo. Para otros, al margen de los resultados ``gruesos'', vale la pena intentar un análisis más sofisticado tomando como modelo a Chihuahua.

¿Qué hay detrás de los resultados: 497 mil 231 sufragios para Patricio Martínez; 417 mil 71 para Ramón Galindo? Una mixtura de variables. En principio, un partido que se atrevió a innovar, que se abrió a la ciudadanía, que rearticuló sus relaciones con los actores sociales y los sectores productivos. Un partido que hizo de la competencia interna, una fórmula de unidad que no dejó fracturas insalvables. La elección ``primaria'' nos permitió tomar la delantera, focalizar la atención social en el proceso, sacudir y movilizar la militancia y legitimar y posicionar a nuestro candidato.

Un partido que se enriqueció con la dura experiencia de los últimos años, que sumó fuerzas, que desplegó a sus militantes en el trabajo duro de promover y defender el voto. En Chihuahua es evidente la manera en que desde la derrota de 1992, el PRI fue recuperando terreno. Baste recordar la mayoría en el Congreso del estado lograda en las elecciones locales de 1995.

Junto al partido, factor esencial fue el candidato: Patricio Martínez demostró que, además del sustento social y de la credibilidad que le daba su paso por la alcaldía de la capital del estado que gobernó con eficacia, tiene una clara inteligencia política, entiende las nuevas condiciones de la competencia, se expresa con un discurso fresco y directo e identifica correctamente su entorno y a la población. Por eso privilegió el acercamiento con jóvenes y mujeres.

Pero, como es sabido, de alguna manera el elector también expresa su evaluación sobre el desempeño de quien concluye su mandato. En el caso de Chihuahua dos problemas acuciantes parecen haber desgastado al gobierno local: el de seguridad pública (cuya más grave expresión es el asesinato de más de cien mujeres en Ciudad Juárez) y la presencia creciente del narcotráfico.

¿Qué debemos aprender de esta elección? Que es crucial hacer de la nominación el reconocimiento a la presencia real de los aspirantes en su demarcación; que quienes aspiren a disputar puestos de elección popular deben contar, además de un amplio respaldo social, con una biografía política y personal que avale su pretensión, y con un lenguaje directo, sin dobleces, que le llegue a la gente. Es evidente el hartazgo con el viejo estilo de hablar sin decir, con la voz engolada y tono solemne. Debemos aprender también que se debe ofrecer, en vez de una propuesta general y vaga, una que tenga contenidos aprehensibles por cada grupo sociodemográfico o regional. En resumen, poco y mucho: respetabilidad, prestigio, amarres, ideas.

Los partidos tienen como razón de ser conquistar el poder por medios legítimos y para impulsar un modelo de sociedad. Sería un error mayúsculo asumirla como una búsqueda pragmática de cargos públicos, que prescinde de valores e identidades. La eficacia política ayuna de compromisos éticos puede traducirse en un legado lastimoso: ganar poder y perder partido y proyecto.

Otro error sería no entender el fenómeno como un proceso que tiene principio, pero carece de final. Si se considera que el triunfo es para siempre o que fue el resultado únicamente de una estrategia electoral con éxito, se dejará de percibir el fenómeno con la integralidad que tiene, por las diferencias que hay entre los mexicanos por la región en la que viven, el tamaño de su localidad, la edad, el sexo, las categorías socioprofesionales y económicas y, por supuesto, por los referentes históricos y culturales.

Sin que la política deje de ser emoción esencial para llevar adelante un proyecto de nación, es necesario entender qué pasó en el contexto de elecciones más competidas, más concurridas y paradójicamente más tranquilas, menos polarizantes de la vida social. Con la emisión de los resultados finales, la tarea para los partidos apenas comienza.

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