José Blanco
Alienados

La nación vive uno de sus trances más agobiantes e inciertos. La política es como nunca un revoltijo de ramplón pragmatismo convenenciero. Está normalizándose no el método democrático sino el oportunismo a plena luz del día. El PRD, echando desplantes de obsecuente a principios morales en la política, halla del todo normal un proceso como el del Modelo Monreal: todos pueden olvidar de manera fulminante el pasado, incluido el inmediato pasado, si a ``las partes'' les resulta conveniente.

El tránsito entre los partidos no requiere aclaraciones, explicaciones sobre tan libérrimo tráfago político. Ahora tenemos comunistas y panistas perredistas, priístas perredistas, perredistas y panistas priístas, priístas panistas, panistas priístas, y algunos de estos frankensteins puede ser, sin problemas, zapatistas y proguerrilleros. Y es que nadie requiere, ni nadie le exige a nadie, coherencia ideológica alguna; deciden las conveniencias personales y grupusculares. Nadie parece dueño de sí; todos se hallan enajenados a la miopía, a la inmediatez, al bolsillo personal, al podercito de aquí o allá. Nadie trabaja por un proyecto para la nación. Esta es la pedagogía social y política que los políticos y sus partidos están impartiendo tenaz y cotidianamente a la sociedad. Los frutos en el mediano y largo plazo no deberán sorprender a nadie. La cosecha no será distinta de la simiente que los partidos están sembrando con la alegre irresponsabilidad engendrada por la alienación colectiva partidista.

En la economía las cosas no están mejor. Profundamente alienados por el fundamentalismo neoliberal en la política económica, los policy makers son, sin haberse enterado aún, más papistas que el Papa. El domingo pasado con escándalo y sin sorpresa nos enteramos que, de acuerdo a un estudio del Banco Mundial, somos parte del exclusivo club de los doce que concentran al 80 por ciento más pobre del planeta.

El modus operandi de la economía mexicana de hoy produce, por necesidad, pobreza y desigualdad. Las genera cuando la economía está en ``franca recuperación'' y, como es de esperarse, las produce en mayor medida cuando se va a pique. Con el agravante de que irse a pique está también garantizado por ese mismo modus operandi.

Hoy las estimaciones más optimistas de crecimiento sostenido en el largo plazo para la economía mexicana no rebasan el 4 por ciento anual. Más allá del hecho de que la economía está imposibilitada bajo sus actuales bases de operación para generar crecimiento sostenido, una tasa de 4 por ciento, aún si se diera, sería del todo insuficiente para superar el extremo precarismo de la tan grande proporción de la sociedad en condición menesterosa. Ello sería así aún suponiendo -cosa que no existe-, una persistente política de redistribución del ingreso.

Al estar impedida de generar crecimiento sostenido, la economía no puede alcanzar en el mediano plazo ni ese raquítico 4 por ciento de incremento anual del producto y, por tanto, nos espera sin escape ser un socio cada vez más conspicuo del club de los doce con más andrajosos y alfeñiques en el planeta. Un cambio drástico lo impediría, pero no está en la cortedad de las propuestas opositoras.

Desde fines del siglo pasado hasta los años cuarenta de la presente centuria dominó el ``modelo'' de crecimiento ``hacia afuera''. Hoy como entonces volvemos a tener una economía dual, con un sector exportador exitoso, que es en gran medida un enclave externo con muy tenues relaciones con el resto de la economía.

El crecimiento de las exportaciones ha sido hasta espectacular, pero también el de las importaciones. Por ello este sector apenas aporta a la configuración del crecimiento de la economía como conjunto. El crecimiento proviene de la exigua, tecnológicamente desamparada economía orientada al mercado interno. Esta procura la mayor parte de los empleos, todos mal remunerados. De otra parte, la proporción de la sociedad que ni en este sector de la economía puede participar es tan grande como su miseria; gran parte de los indígenas entre otros. Es así que esta economía produce sin desmayo pobreza y más pobreza. Y riqueza y más riqueza para unos cuantos.