Andrés Aubry y Angélica Inda
Historia de Unión Progreso
A mediados de los ochentas, en sus tiempos de finanzas holgadas fragilizadas por un peso débil, la Unión de Uniones Pajal Ya Kac'tic, con la asesoría de don Adolfo Orive a los tzotziles, tzeltales, choles y tojolabales de sus integrantes, decidió invertir sus bonanzas en la compra de una finca. En generosa e inteligente planeación, los 3 mil padres de familia socios de la unión administrarían colectivamente el predio, cuyas actividades productivas serían, en el terreno, el laboratorio educativo de una universidad campesina. Una selección de ellos viajó varias veces a Europa, donde fueron recibidos por organizaciones campesinas solidarias, para iniciarse a una gestión popular de los recursos, producción y comercialización, así como establecer redes de intercomunicación y retroalimentación mutua. Los suscritos, con sus colaboradores de entonces, tuvieron el gran gusto de participar en la construcción de esta experiencia novedosa.
Los compas habían escogido la finca Trinidad, propiedad de los Pedrero, en el municipio de El Bosque, porque reunía condiciones pedagógicas en sus centenares de hectáreas: cafetales, frutales, potreros y ganado, bosques, cultivos de básicos. La familia de los amos puso el negocio en las manos de Elmar Seltzer, quien todavía no era gobernador del estado; las circunstancias políticas del área frustraron las intenciones de la unión: don Elmar regaló Trinidad a la CNC, la cual ha echado a perder sus instalaciones, equipo, beneficio de café, cultivos y ganado en un desmantelamiento hormiga de la explotación.
Pero la unión no se desanimó. Negoció en el mismo municipio otra propiedad de los Pedrero: Cucalwitz, célebre finca histórica en abandono, cuyo casco -la vieja casa grande, la residencia de gusto dudoso de los Pedrero con piscina y la capilla- se levanta a unos tantos metros del pueblo-mártir de Unión Progreso. Cucalwitz, como Los Chorros antes de ser ejido y hoy pueblo paramilitar, era otra finca ``criadora de mano de obra'', la principal razón de su abandono, pues las galeras de sus mozos no tenían otra utilidad que fijar una reserva de peones rentados a otras fincas en temporada de actividades agrícolas, y su casa grande, también rentada a otros finqueros, albergaba a peones de todos Los Altos, en su tránsito hacia los latifundios de los alemanes de Simojovel. Elmar Seltzer aceptó porque los 70 millones (de entonces) de la compra pagaban a la vez la finca en ruinas y aquella de Trinidad, para compensar sus bondades a favor de la CNC.
La cuenta les dolió a los compas, pero el proyecto de la Universidad Campesina encontraba en Cucalwitz algo de incentivo: una maravillosa experiencia pedagógica y estratégica que permitiría exhibir algo como la vitrina de una brillante explotación agrícola, renovada por campesinos sobre las ruinas de un fracaso técnico de finqueros. Algo más les motivaba: en proximidad de la finca existe una cueva con esculturas olmecas, y en sus terrenos que colindan con Plátanos, junto al río, un sitio maya clásico, contemporáneo de Toniná, con pirámides, estelas con fechas, altos relieves y juego de pelota. Fuimos los encargados de gestionar su exploración, con anuencia del INAH, organizando un seminario con campesinos, animados por prestigiosos arqueólogos. Pero allí descubrimos otro desastre: los amos de Cucalwitz habían hecho negocio con las ruinas, vendiendo sus riquezas (y mutilándolas cuando eran demasiado pesadas o grandes, para facilitar su transporte y multiplicar los clientes). Desde su abandono, era presa de negociantes de piezas arqueológicas tan armados como los narcotraficantes, a quienes los compas disuadieron con guardias de noche.
Se animaron tanto que, después de la compra, hicieron otra: la del ganado de desecho que allí vegetaba y que los Pedrero querían vender en baratillo. Al tomar posesión, rebautizaron Cucalwitz (cerro de las luciérnagas) como Kipaltik (nuestra fuerza).
En negociación ardua con los dirigentes de la unión, quienes optaban por soluciones tecnológicas sofisticadas y costosas, terminamos por convencer a los compas de escoger medios más ecológicos (gestión del espacio agro-silvi-pastoral), más reapropiables por campesinos (apoyándonos en su gran saber vegetalista) y más económicos (para saldar rápido la deuda de la compra del ganado moribundo). Nuestra opción era modular y sistémica: sacarle jugo a las sabias prácticas campesinas, para reconstruir el paisaje de las 350 hectáreas de la finca; regeneración de bosques (por sus intercambios simbióticos con las milpas, por su riqueza en recursos, madera, abono orgánico, especies forrajeras para alimentación del ganado en tiempos de secas, el que, a su vez, redituaba abono a los demás cultivos); diversificación de recursos (extendiendo la lógica popular de cultivos asociados: potreros con bosques, frutales, cafetales y monte para ``no poner todos los blanquillos en la misma canasta''); y racionalización de la ganadería, definiendo y asignando al animal su lugar en los agrosistemas y en la sociedad rural, es decir campesinizándola, apartándonos de las prácticas destructivas de los finqueros. Este nuevo paisaje, ya palpable dos años después, era la vitrina de la Universidad Campesina, y sus potreros, hatos, parcelas, cafetales, vergeles y bosques eran ya sus laboratorios.
El proyecto hizo salivar a otros campesinos de la cuenca (quienes habían conquistado progresivamente 2 mil hectáreas de otras fincas: Jardín, La Estación, Las Mercedes, etcétera) hasta que, muy pronto, se presentaran los ex mozos acasillados de la finca Trinidad, suplicando posada porque la CNC no les dejaba dónde vivir. La Unión, gustosa, los aceptó, con tal que le entraran a la experiencia, lo que aceptaron con ganas. Su entusiasmo y la globalidad del proyecto incitaron a don Adolfo Orive (hoy coordinador de asesores de la Secretaría de Gobernación) a idear otro: aquél de un poblado indígena digno y funcional, con viviendas-modelo sin dejar de ser campesinas, con distribución del espacio doméstico adecuado a las prácticas chiapanecas, con materiales manejables por sus habitantes (y efectivamente construyeron ellos mismos casas y pueblo). Esta nueva población de ex peones tomó el nombre de Unión Progreso, por haber sido originado en la Unión Pajal y por adherirse al proyecto progresista de la Universidad Campesina.
El pueblo constaba de 27 casas; 26 de ellas fueron destrozadas y desalojadas por policías el 10 de junio. Su tienda, su biblioteca, sus animales y sus parcelas fueron saqueados. Los que regresaron en ataúdes de segunda mano con piernas o brazos ajenos e irreconocibles habían sido embarcados como los 104 bovinos de Unión Progreso a la hora de su venta: como ganado salieron en buena salud, como ganado amarrados en las camionetas, como ganado retornados muertos, en canal como carne de ganado. Su pecado fue ser fieles como nadie a su obstinado turno en los cinturones de paz del diálogo de San Andrés.
Entre muertos y vivos refugiados en el monte están campesinos-estrellas, ayer asesorados por don Adolfo y nosotros. En 1990 habían sido, bajo la animación de los agrónomos Alain Retiére y Pierre-Yves Guihéneuf, los redactores del Manual de ganadería tropical para campesinos (Inaremac-Unión de Uniones Pajal Ya Kac'tic, S.C. de Las Casas, 1990, 240 pp.). En el prólogo, Adolfo Orive los homenajea escribiendo estas líneas: ``Estos productores estudiantes (de la Universidad Campesina), pusieron en práctica durante varios años y aprendieron (muchos de ellos sin saber leer) lo que ahora ha sido sistematizado en este manual''. Esta gesta tecnológica campesina está también cronicada en otro libro con comité editorial de 85 ganaderos tzotziles, animado por Jan Rus: Kipaltik (Inaremaac, 1990, tzotzil-español, 41 pp.) que Unión Progreso consideraba su biblia y que, además, fue compuesto dentro de su escuela, junto a las 27 casas de don Adolfo. Los dos libros fueron destruidos con la biblioteca de este pueblo modelo, estimada ``subversiva'' por la policía estatal.
El discurso oficial afirma que su solución, que va a las causas del conflicto, es la inversión productiva para desarrollar a marginados. En la realidad concreta, lo que se ve, es que los blancos selectos de las operaciones de pacificación estatal son precisamente inversiones campesinas con logros de desarrollo sin dependencia, los cuales los habían sacado ya de la marginación y hasta conectado con el mercado internacional. Las cenizas de Unión Progreso tienen otro paralelo en Los Altos: la brillante cooperativa tzotzil-tzeltal de café orgánico de Majomut, con ventas millonarias en dólares, desmantelada por quienes ``restablecen el estado de derecho''.