El encuentro que se inició ayer en Maguncia, Alemania, entre representantes de la sociedad civil colombiana y dirigentes del Ejército de Liberación Nacional (ELN), es uno más de los hechos que permiten albergar expectativas sobre el desarrollo, en Colombia, de un proceso de pacificación profundo e irreversible.
El primero de estos episodios auspiciosos fue el encuentro que se realizó el jueves pasado, ``en algún lugar de las montañas de Colombia'', entre el presidente electo, Andrés Pastrana, y el dirigente guerrillero Manuel Marulanda, jefe máximo de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).
La reunión, sin precedente en la historia política de América Latina, fue de inmediato recibida como un paso serio y sólido que habla de la existencia de una voluntad política de paz por parte de quien, en breve, sucederá a Ernesto Samper en el Palacio de Nariño. Debe subrayarse que, después de dar a conocer el encuentro, Pastrana ofreció ordenar el repliegue del ejército de cinco municipios del sur del país, en respuesta a una petición de las FARC, organización que demandó el repliegue militar como una forma de crear las condiciones necesarias para comenzar, en tales zonas, los diálogos pacificadores.
Otros datos esperanzadores que deben mencionarse son, por una parte, el anuncio de la instalación, el próximo 30 de julio, de una Asamblea Permanente por la Paz, una iniciativa impulsada por la Iglesia católica colombiana, que busca canalizar las propuestas de pacificación provenientes de la sociedad civil, y por la otra, el acuerdo alcanzado recientemente entre la Asociación de Concejos Municipales y la dirigencia del ELN para celebrar, el 18 de este mes, en todas las poblaciones del país sudamericano, un cabildo por la paz, el cual habrá de recoger, asimismo, las opiniones de la gente sobre las vías para desactivar la crónica violencia política que padece Colombia. Es significativo que tanto el mandatario saliente como el entrante han dado su respaldo a la participación de la sociedad civil en el arranque del proceso pacificador, actitud que también sienta un precedente continental en lo que se refiere a los esfuerzos de desactivación de conflictos armados.
En su conjunto, las acciones referidas indican el inicio de un proceso de pacificación que podría ser largo y tortuoso, pero que parece haber encontrado ya su carril político. Colombia podría encaminarse así, como antes sucedió en El Salvador y Guatemala, hacia una solución pacífica para la larga y cruenta etapa de la violencia política que dura ya más de tres décadas, y que ha causado ingentes pérdidas en vidas humanas y en bienes materiales.
Con la ayuda y la mediación internacionales, tal como sucediera en Centroamérica --en donde la diplomacia mexicana desempeñó un papel por demás útil, honroso y activo-- se podría encarrilar hacia la vida civil y la contienda política legal a regiones enteras que hoy están fuera del control del Estado.
En suma, se trata de esfuerzos de paz que merecen el apoyo de todos los que, en nuestro continente, creen en la paz y en la democracia.