José Luis Pinedo Vega
Río Santiago, deuda ecológica
Contrariamente a su matización de ciudad de primer mundo, Guadalajara impunemente ha condenado al río Santiago como vía de evacuación de sus drenajes. La contaminación vertida es tan grave que el río está actualmente en un grado de degeneración de consecuencias verdaderamente alarmantes.
El problema no se reduce a la contaminación del suelo y subsuelo causada por las aguas negras, la contaminación del aire es igualmente alarmante. En la vecindad del Santiago es visible una densa capa de aerosoles o partículas en suspensión que se desvanece aproximadamente a 200 metros del nivel del río y que invade completamente la barranca o cañón que lo confina. La dispersión de la contaminación es tal que el intenso olor putrefacto que emana se percibe a un kilómetro de distancia, lo que es indicativo del grado o poder de dispersión de los contaminantes orgánicos, virus y bacterias en forma de aerosoles.
En menor proporción, la nube de aerosoles debe contener una gran diversidad de compuestos químicos que conjuntamente con las bacterias y los contaminantes orgánicos se incorporan paulatinamente al agua y al suelo por precipitación y absorción, a los seres vivos por inhalación e ingestión -en el caso del hombre y los animales- y por absorción -en el caso de las plantas.
La contaminación de las aguas aniquila paulatinamente su fauna y flora, en especial vuelve irrecomendable el consumo de pescado, por el enorme riesgo de transmisión de enfermedades (como la cisticercosis);esteriliza progresivamente la tierra, por la difusión y filtración de contaminantes en el subsuelo, etc.
La deuda ecológica es entonces de graves consecuencias por sus efectos degenerativos y el detrimento sobre múltiples especies y habitantes vecinos al río. Ciertamente, la gente sigue viviendo allí (seguramente carente de otra opción), aparentemente adaptada a esas condiciones de vida o ignorante de su deterioro progresivo y los riesgos potenciales. Sin embargo, en las últimas tres décadas el microclima ha cambiado drásticamente y nadie puede argumentar que allí o en lugares similares (este no es el único río sometido a tal suerte) se vive en condiciones de vida sanas respirando e ingiriendo bacterias, microbios y contaminantes químicos.
Tarde o temprano debe asumirse, en proporción directa al consumo o contaminación del agua, esa enorme deuda ecológica. Guadalajara, y en general las ciudades que desalojan aguas negras a los ríos o lagos, deben hacerse cargo de sus desechos. Esos recursos de ninguna manera le pertenecen a la generación actual.
Las soluciones que evitan la contaminación a futuro representan una inversión importante, son poco lucidoras en el terreno político, pero existen y son accesibles. Ello implica implantar exigencias tales como el reprocesamiento de las aguas negras y su confinamiento o entubamiento durante todo su trayecto hacia la planta de tratamiento (evitando filtración en el suelo y dispersión en la atmósfera). La descontaminación de un río es un enorme reto.
En los países del primer mundo el costo del agua incluye el de reprocesamiento, que indudablemente es más elevado que el simple bombeo (que cuando mucho es lo que se paga en México). Ninguna sociedad, ni siquiera las que se dicen avanzadas, están suficientemente maduras como para ser sensibles a los problemas ecológicos. Por eso hasta en el primer mundo la inducción de una conciencia ecológica se tiene que forzar mediante la participación financiera de los consumidores. Debiera de aceptarse que en México en general, y en Guadalajara en particular, no puede ser de otra manera.
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