Marcelo Zepeda Bautista

Fuego y manejo de recursos forestales

Los incendios forestales de esta temporada llamaron la atención de propios y extraños, tanto por su intensidad y magnitud, como por sus repercusiones sociopolíticas; unos a favor, incluso con inserciones de apoyo en algunos diarios, y otros en contra. Pero todos conscientes -espero- de la necesidad de modificar alguna normatividad, políticas públicas, programas gubernamentales y prácticas de manejo y aprovechamiento de los ecosistemas forestales del país.

El fuego, elemento natural que permitió la evolución del hombre y ha estado ligado a muchas de sus prácticas agropecuarias en todo el mundo, también auxilia a los ecosistemas forestales en sus ciclos evolutivos. Sin embargo, quemas y quemazones, así como fuegos e incendios no son lo mismo. Un incendio en el caso forestal es un fuego descontrolado en bosques y selvas.

El fuego es renovador tanto ecológica como antropológicamente, y uno de los cuatro elementos naturales por excelencia; ello no puede llevar a algunos investigadores, que ven los árboles y no el bosque, a cuestionar si es correcto plantearse como meta en México detener los incendios forestales (La Jornada, Lunes en la Ciencia, 15/06/98).

El más mínimo sentido común indica que si hay que detenerlos deberá plantearse, en todo caso, cómo inducir el uso del fuego en los bosques, a través de quemas controladas o prescritas, para utilizarlo como una herramienta más para el manejo y aprovechamiento racional o sustentable, como gusta decirse actualmente, de los recursos forestales del país, y no como un elementos de destrucción.

Tan ligado está el fuego con algunos bosques que en el caso de los llamados pinos de cono ``serotino'', como el Pinus patula, la semilla no se libera de las estructuras anatómicas que la producen, si no hasta que el fuego estimula su apertura e induce su liberación; cae al suelo en condiciones de nodrizamiento por parte de algunas yerbas y arbustos, ligados también al fuego, que protegen a los brinzales (arbolillos) en sus primeras etapas de desarrollo.

Eso no significa que se deba permitir que los bosques se destruyan mediante incendios forestales u otro tipo de siniestros sólo para que se cumplan los ciclos de la naturaleza.

El hombre ideó hace ya más de 300 años lo que genéricamente se conoce como ``manejo de recursos forestales'' para pasar de la conducción de los bosques a través del tiempo a cargo de la naturaleza, a su manejo planeado, a cargo del hombre.

Ciertamente, los largos ciclos de cultivo de los bosques hacen que los resultados, buenos y malos, de decisiones silvícolas actuales se aprecien muchos años después, pero ya se han manejado y aprovechado muchos bosques en todo el mundo como para que ahora se quiera culpar hasta al apóstol del árbol por no haber sabido suficiente ecología o sido un graduado en ecología forestal o silvicultura, pues primero se imputó la situación prevaleciente al fenómeno de El Niño.

En los dos escritos publicados en Lunes en la Ciencia, relacionados con los incendios forestales (Dante Arturo Trejo, lunes 27 de abril; Cuauhtémoc Sáenz y Fernando Carrillo, lunes 15 de junio), no se cuestiona el hecho de que la administración de los bosques en México haya estado a cargo del gobierno -con sus prácticas, usos y costumbres- desde el principio del siglo y hasta 1994. Tampoco la situación económica de aquellos que viven en la llamada ``pobreza extrema'' -ni qué la generó- y habitan algunos de los bosques. Ni se busca la explicación en la ganaderización del país, que lleva a los pastores a usar indiscriminadamente el fuego para inducir la brotación del ``pelillo del pasto'' en grandes extensiones para tener más forraje.

Menos se piensa en que el sistema de torres contra incendios forestales y la red de radiocomunicación para su prevención y sofocamiento oportuno, otrora a cargo del Estado mexicano, fue prácticamente desmantelada, ni que la liberación absoluta de los servicios técnico-forestales, inducida por la Ley Forestal de 1994, transfirió implícitamente la salvaguarda de los bosques a los campesinos que viven en ellos y combaten los incendios sin los conocimientos y los medios necesarios, llegando al extremo de pagar con su propia vida lo que para algunos sólo son fenómenos naturales.

Comentarios a:

[email protected]