El espacio de nuestras salas de concierto suele estar tan saturado de música decimonónica y aires nacionalistas, que no es fácil hallar sitio para la producción reciente de los compositores de México. En ese contexto, resulta especialmente saludable el hecho de que hace unos días se dio una feliz conjunción de tiempo, espacio, intérpretes y público para una ocasión musical interesante: la presentación en sociedad, por decirlo así, de los alumnos del taller de composición de Mario Lavista. El hecho de que un puñado de jóvenes pasantes musicales haya contado con la colaboración de un grupo estimable de intérpretes, un espacio como el Blas Galindo del Centro Nacional de las Artes y un público numeroso, no puede ser sino una buena señal. A continuación, una breve reseña de lo escuchado en la primera de dos sesiones.
Cadenza, para flauta, de Alexis Aranda. Obra abundante en digitaciones y sonoridades alternativas, de interválica sencilla y clara, buena expresión y fraseo, con interesantes armonías sugeridas.
Monólogo, para oboe, de Alejandra Odgers. Discurso directo, sencillo y claro. Un lirismo seco y serio, casi objetivo, muy sugerente. Interesantes apuntes de polifonía virtual.
Fantasía, para guitarra, de Israel Sánchez. Numerosos efectos y modos de producción sonora. Buen uso de los armónicos, en lo grave y lo agudo, interesantes planteamientos enarmónicos. Cierta carencia de un discurso orgánico y fluido, con alguna tendencia a la fragmentación.
Contrapunctus tonalis, para metales, de Alexis Aranda. Correcto ejercicio de estilo, una aproximación a Gabrieli y compañía. Se delata como moderno mediante algunas notas de paso impensables en el periodo aludido.
Senoides, para metales, de Felipe de Jesús. Enfasis en la formación del grupo instrumental y su distribución espacial. Buen sentido del pulso y el proceso constructivo, basado en especulaciones geométricas. Quizá un tanto mecánico, con un poco de miedo a la soltura y la flexibilidad.
Cuarteto de cuerdas, de Gabriel Pareyón. Una solidez de planteamiento, no del todo lograda en la realización. Aparente convivencia de discursos sonoros contradictorios en lo melódico y lo armónico. Llamativo por los numerosos eventos que ocurren en el ámbito del ritmo y la construcción melódica.
Dolor en mi, para guitarra y cinta, de Rodrigo Sigal. La más compleja y ambiciosa de las obras presentadas. Mundos sonoros múltiples y variados en la cinta grabada, polifacética y de difícil decodificación. Humor surrealista, buena escritura para la guitarra, creación de una poética muy sui generis. Apuntes de estética posmoderna.
Sonata scarlattiana, para dos guitarras, de Felipe de Jesús. Ejercicio de estilo con buenos logros. Las figuraciones guitarrísticas provienen de modo inconfundible del teclado de Scarlatti, todo lo demás es actual. Como escuchar a Scarlatti en medio de un buen sueño de opio.
Espíritu aventurero, para metales, de Alfredo Gómez. Una pieza básicamente tonal, de planteamiento y ejecución muy sencillas, de corte casi naive. Faltan aportes más propios y originales.
Quinteto de metales, de Marcelo Gaete. Notablemente más sólida que las otras piezas para metales de la sesión. Buena distribución de los materiales en los instrumentos, y buenas texturas a lo largo de la obra.
Cartas, para metales, de Laura Corona. Pieza de sonoridades secas, quizá ásperas, en una búsqueda todavía no exitosa de sonoridades propias. Interesante sustitución de la segunda trompeta por el flugelhorn en dos secciones de la obra. Falta solidez en la elección de los registros instrumentales para la claridad de la voces. Mejoría sensible en la última parte de la pieza.
Además de ser claro el evidente beneficio que representa para esos jóvenes compositores el ponerse en contacto temprano con los intérpretes profesionales y el público, la sesión sirvió para la deconstrucción de un mito. La crítica ha dicho en varias ocasiones que nuestros maestros de composición suelen crear clones de sí mismos, y Mario Lavista ha sido particularmente señalado en ese sentido. La variedad y divergencia de lo escuchado en ese concierto demuestran que tal mito no es más que un espejismo. Sí, hay huellas del maestro en algunos de los alumnos, pero nada más. Ojalá que esas sesiones hayan producido la indispensable y benéfica retroalimentación para los jóvenes compositores, y ojalá que este tipo de audiciones, con alumnos de otros maestros, se vuelvan costumbre y no excepción.