La derrota del PAN en Chihuahua le costará sudor y lágrimas al partido blanquiazul. Felipe Calderón ha dado una prueba consistente de madurez democrática al aceptar sin pretextos el resultado de las urnas, el esperado advenimiento de la era de la alternancia, pero en su propio partido, el PAN, ya se sienten vientos de fronda.
La serenidad de Calderón contrasta con la impaciencia del gobernador Vicente Fox, lanzado a ganar la candidatura a la presidencia sin atender a otros tiempos que los de su propia y personal agenda.
Fox es un panista atípico, más próximo al irreverente Clouthier que a Gómez Morín, el fundador. Despacha sin corbata, se tutea con la gente, no guarda las distancias, es tenaz, desinhibido. Siendo un gigantón, todavía calza enormes botas que lo hacen parecer aún más alto. Su actividad no tiene límite. No conforme con gobernar su estado, gracias a un comité de amigos que lo apoya, se da tiempo para recorrer el país vendiendo su imagen. Las cuentas guanajuatenses están en orden y a la vista de cualquiera. Para todo tiene receta disponible, fácil sencilla, eficaz: no hay problema. ``¿Chiapas?: en media hora lo resuelvo''. Dicen que dijo. Algunos piensan que es un populista de derecha, aunque esta definición sea tan imprecisa como la ideología del gobernador.
Vicente Fox pertenece a esa generación de hombres públicos de la democracia que se sienten privilegiados portadores de valores ``universales'' por encima del espíritu de partido que inaugura la competencia electoral. Jamás pierden la ocasión de presentarse ante propios y extraños como ciudadanos químicamente puros, ajenos a la influencia de los intereses particulares, es decir, como indiferentes perfectos en el reino de las diferencias y la pluralidad. En cierta forma, son políticos que hacen política siempre negando la política. Renuncian a las ideologías, se aferran ``al centro'', pero no son ingenuos: allí donde izquierdas y derechas no existen, se abren las puertas al hombre providencial que todo lo alcanza con sólo afirmar que sí se puede, aunque para ello deba ofrecer un catecismo de principios eclécticos.
Gerente refresquero, lector de viejas novelas cristeras, promotor de la venta de Pemex, Fox se presenta a sí mismo como un sencillo empresario de tintes nacionalistas en la era de la globalización. Para lograrlo sostiene como divisa en esta materia una curiosa mezcla de voluntad gerencial e individualismo ranchero que inutiliza toda reflexión estructural sobre la economía y su futuro. ``Muchas de las decisiones erróneas que se han tomado en el país tienen que ver con la falta de democracia y la concentración de poderes en una sola persona, pero también resultan de la apatía de la sociedad y la ausencia de análisis crítico de los líderes de opinión y de los principales tomadores de decisiones de la sociedad.'' (en Internet)
El centrismo de Fox no es una pose, el lapsus recurrente de un político self made man, sino la expresión de ese providencialismo. Fox es panista, sí, pero su ilusión reiterada a lo largo de estos años es la de encabezar una alianza transpartidista, verdaderamente ciudadana, que pueda ``sacar a patadas al PRI de Palacio Nacional'', o algo así.
Esa idea elemental del cambio en México resurge una y otra vez en declaraciones y propuestas. Tal alergia a la idea de partido, acompañada por la confianza ciega en el valor del sentido común, suscita una extraña predisposición a olvidarse que en esto no va solo. Y eso puede traer problemas en el PAN. Por eso, la pregunta es si el PAN dejará que las aguas liberadas por Vicente Fox sigan su curso mientras Pancho Barrio se desdibuja como posible candidato. ¿Se resignarán los panistas históricos a leer estos resultados desfavorables como una victoria indirecta del inquieto gobernador guanajuatense?