Ocho días después del discurso de Simojovel, el doctor Zedillo está planteando, por medio de la Cocopa, el Plan Integral de Distensión para Chiapas. Es sabido que el primer discurso fue, como nunca, extremadamente belicoso. Allí se lanzó contra los protagonismos, los liderazgos mesiánicos y los apóstoles de la hipocresía, y afirmó que el ejército mexicano permanecerá en Chiapas para evitar enfrentamientos entre comunidades. Días más tarde, y siempre bajo el influjo de esas palabras, está presentando su plan de distensión.
A nadie se le habría ocurrido que el plan, seguramente ya preparado, fuera contrario a lo dicho antes. Muchos analistas pensaron siempre que después de lo dicho en Simojovel, el doctor Zedillo saldría con un programa integral para resolver, según sus peculiares cálculos, el problema chiapaneco. Así ha sido. Seguramente se trata de poner a prueba a la Cocopa y, si no sirve, como evidentemente no va a servir, sacarla del juego. Luego de que no se consiga ninguna respuesta a las grandes palabras, cualquiera se diría que no queda más que el zarpazo final. Uno se pregunta si no hay ya un costoso acuerdo con el PAN para lograr ese propósito, y más valdría que no fuera así. Hace ya muchos años que en el país no había un organismo como la Cocopa, que a medida que el Ejecutivo se retira de sus obligaciones básicas, subsiste fiel a sí mismo y tan a la medida como lo permiten las más difíciles circunstancias.
Ayer mismo, el secretario de Gobernación dijo que el ejército no saldría de Chiapas, sino que se quedaría allí para cuidar la aplicación de la Ley de Armas y Fuegos Explosivos y las instalaciones estratégicas como son las petroleras y las eléctricas. Salvo lo primero, que le permitiría andar por Chiapas entero, igual que por cualquiera otra provincia, se trata de que el ejército se reposicione de zonas estratégicas, que no camine de un lado a otro y que no patrocine hasta 12 grupos paramilitares, según el informe rendido a la Cocopa por el titular de la PGR, Jorge Madrazo Cuéllar. Finalmente, se trata de reconstituir un lugar en donde puedan volver a reunirse los representantes del gobierno (para saber, siquiera, en qué consiste el elevado papel conferido al actual Coordinador, que no habla sino en un solo nombre) y del EZLN.
Y, por último, habría que pensar en qué decirse, suponiendo que el encuentro fuera al fin y al cabo posible. El EZLN tiene ya una agenda, que es exactamente la misma del gobierno, sólo que sin una sola retractación. El gobierno, por su parte, dice estar dispuesto a dialogar ``pero no a costa de la legalidad ni de la integridad del territorio ni de la soberanía nacional'', según las palabras del doctor Zedillo en Simojovel. Que se nos diga, sin extravagancias, en qué es atentatorio el proyecto de ley formulado por la Cocopa, que en todo caso es un órgano legislativo, o en qué lo es el Convenio 169 de la OIT: porque ambas partes, y en esto estamos todos de acuerdo, lo someterían a los órganos de discusión nacional.
Sería muy conveniente que antes de dictar cualquier plan de distensión (si es que esta palabreja no significa exactamente lo contrario de lo que quiere decirse), el gobierno retirara su propia propuesta de la Cámara y que allí mismo se discutieran los acuerdos logrados. Según parece, a todo mundo se nos olvida que desde ese punto a esta parte viene precisamente el silencio de los zapatistas. Desde entonces, el gobierno puede y ha hablado mucho: es un largo monólogo frente al espejo. Es hora ya de que no engañe a nadie más y de que vuelva a partir de donde empezó.
En Chiapas el gobierno no quiere ojos ni oídos extranjeros --tan extranjeros como los nuestros en El Salvador, por ejemplo-- porque prefiere hacer lo que le plazca. Pero los ojos y oídos de la Cocopa son, hasta ahora, muy nuestros. ¿Qué hacer con ese plan, si es, mutatis mutandis, una copia del de Albores? Por el momento, se me ocurre que podrían ponerlo en el pico de un pájaro y esperar, esperar...