Margo Glantz
Mariana Frenk

Nunca he conocido a nadie más joven que Mariana Frenk. Su extraordinario sentido del humor, su insuperable memoria, su festiva y enorme erudición, su notable humanismo y una capacidad admirable de tolerancia, son cualidades que aun por separado parecen escasear en la mayoría de las personas y que en ella se han conservado de manera prodigiosa. Hace unos días estuve a verla con Esther Seligson y siguiendo su consejo no le llevamos flores; al verlas, dice Esther, Mariana se pone triste, le parecen la imagen concreta de la fugacidad, a ella que ha escrito un pequeño y bello libro intitulado Mariposa, eternidad de lo efímero; en cambio es una gran golosa y por eso le obsequiamos chocolates, mazapanes y galletas, golosinas que saboreó con delicada fruición y gozo de chiquilla. No cabe duda, a sus cien años, lo reitero, Mariana es la mujer más joven de México y quizá, pero no quiero exagerar y seguir abusando de la hipérbole, del mundo.

Nacida en Hamburgo en 1898, de origen bohemio, Mariana pertenecía a un judaísmo ilustrado de lengua alemana, semejante al del checo Franz Kafka o al del berlinés Walter Benjamin. Con los dos comparte su acendrado amor por la lengua alemana que muchos judíos sobrevivientes del nazismo dejaron de hablar en un acto de protesta contra el exterminio. Mariana deslinda con precisión, por eso dice que entiende a quienes repudian esa lengua, que sin embargo sigue siendo la suya y cuya tradición filosófica, cultural y literaria es sin duda vigente. Considero legítimo abjurar de un idioma porque lo habló Hitler y sus esbirros de la Gestapo, pero creo --con Mariana-- que la lengua puede sobrevivir a la barbarie, de la que ella tuvo que huir junto con su esposo y sus hijos para refugiarse en México en 1930. ¿No escribió Paul Celan en alemán? ¿No pertenecía como Herta Müller, la ganadora del Premio Impac 1999, a esa minoría alemana de Rumania? ¿No siguió hablando alemán a pesar de haber sobrevivido a Auschwitz?

Mariana, quien habla con perfección varios idiomas, entre ellos el inglés, el italiano y de manera grandiosa el español, no ha escrito su obra en alemán, aunque entre otras cosas haya traducido a Rulfo a esa lengua, una de las obras maestras de la traducción. Pues bien, ahora, a los cien años, Mariana ha escrito un libro de rimas en alemán, texto que en breve le publicará una editorial alemana.

En esa larga conversación que tuvimos con ella, y entre tazas de té y mazapanes, nos recitó algunas de las rimas, y gracias a que tanto Esther como yo hablamos --yo mal, ella bien-- el yidish, puedo recordar una en forma de haikú, misma que transcribo con gran imperfección:

``Allá enfrente está la nieve, vivir es doloroso''. Luego nos enseñó un álbum que contenía textos de sus hijos Silvestre y Margit, y de sus nietos y sus 27 bisnietos, indicándonos ¡con pelos y señales la edad y la ocupación de cada uno!

Mariana nos habló también de su desesperación, la imposibilidad que tiene de leer, esa actividad maravillosa; la de tener entre las manos un libro alejada enteramente de cualquier banalidad exterior. Y aquí recuerdo a otro de mis grandes amigos, Luis Cardoza y Aragón --quien como Mariana-- estuvo privado algún tiempo del gozo de leer por esa mácula que devora la visión, y recuerdo asimismo a mi madre.

Mariana nos cuenta que le leen en voz alta --como a Jorge Luis Borges-- y que una muchacha suiza amabilísima ha ejercido ese oficio durante varios meses, periodo durante el cual Mariana se hizo leer La muerte de Virgilio, de Herman Broch, lectura difícil de la que descansaba haciendo breves paréntesis de lectura en que Nietzsche era utilizado como distracción.

Y termino estas mañanitas dedicadas a Mariana, citando algunos de sus epigramas, ¿o son haikús?: ``No te juro eterno amor, pero ¿no tiene cada instante de amor su propia eternidad?'' ``Amigo, si a veces en horas negras, te sientes gusano, piensa que a lo mejor eres oruga y que algún día vas a volverte mariposa''. ``Maravilla de la vejez; eres cada día más tú misma''.