DIOS ES REDONDO Ť Juan Villoro
Juan Villoro, enviado, París, 5 de julio Ť El vuelo nocturno de Marsella a París era un enjambre de periodistas. Quienes tuvieron acceso a la disputada ``sección mixta'' ( la zona de nervios donde los gladiadores justifican sus heridas después de la contienda), se quejaban del silencio del equipo argentino y elogiaban el elocuente señorío con que perdieron los italianos. Las palabras que siguen a la derrota se han convertido en un subgénero del periodismo. Nuestro avión era una merienda para compartir sabrosas especulaciones: Ortega decidió el partido cuando se hizo expulsar, Passarella lo puso demasiado atrás, el técnico estaba obligado a impartir una conferencia de media hora sobre su estrategia... Los colegas de la televisión, satisfechos de haber concluido una jornada que empezó con las primeras campanas de París, bebían whisky con la relajada distracción de quienes le convidan tragos a su camisa. Los testigos de la prensa escrita aún teníamos que escribir notas de desvelo y en consecuencia nos dedicábamos a la actividad que revela concentración y deseos de que el avión no se mueva: chupar un bolígrafo. En eso estábamos, cuando el piloto entró en estado de blitzkrieg. Los bolígrafos fueron súbitos termómetros en las gargantas de los periodistas hasta que una voz exultante explicó lo que ocurría: en Lyon, Alemania iba perdiendo 0-1 y tenía un hombre menos en el campo.
Sólo un desplome germánico podía transformar al piloto en locutor de ocasión. La noticia tuvo la irrealidad del cielo hasta que regresamos a un planeta en el que, milagrosamente, el equipo de Vogts había perdido. Además, la derrota no ocurrió al compás de El crepúsculo de los dioses; los caídos no se despidieron con trompetas wagnerianas sino con un inclemente 3-0 en las espaldas. Es cierto que la novel Croacia es la consentida de los árbitros y que la expulsión del defensa alemán fue rigorista; también, que antes de ese lance, Alemania dominó el partido, pero nada puede impedir que las semifinales tengan a esta improbable invitada.
La repetición del partido terminó a las tres de la mañana. Por las ventanas de París salieron gritos de júbilo ante cada gol diferido. Más que el adiós de una oncena de atletas consumados, los franceses festejan no tener que enfrentarlos.
Croacia había sido descartada por los expertos por una sencilla razón: los uniformes de cuadritos no funcionan. Además, quienes atraviesan el campo envueltos en manteles de pizzería, juegan en demasiados países y son una puesta en escena de la balcanización. La prensa croata desconfiaba tanto de los hombres alineados por el técnico Blazevic, que los retó a enfrentarse a un equipo escogido por los periodistas. La selección de la prensa ganó 3-1.
Contra Jamaica lograron un vindicativo 3-1; sin embargo, el marcador fue bastante suave ante un rival acostumbrado a los huracanes de goles; contra Japón salvaron la cara 1-0, el mismo marcador con que perdieron ante Argentina, y contra Rumania triunfaron con un penal fantasma. Aunque Alemania llegó a este Mundial con un poderío vetusto, los apostadores de Londres la colocaban en cuatro lugar y a Croacia en doceavo (México, dicho sea de paso, arrancó en lugar número 20 en los momios).
El hombre que se educó en los trenes
Hay quienes piensan que el futbol se aprende en la escuela y quienes piensan que se aprende escapando de ella. Al primer rubro pertenece la selección de Holanda, adiestrada en la pedagogía del Ajax. Al segundo, pertenecen los intuitivos Owen y Ortega, que jamás sacrificarán la belleza por la efectividad. Estas son las civilizaciones del futbol; aparte están los regimientos amaestrados bajo una sola orden: el futbol es algo que se impide.
Bergkamp tiene la gélida elegancia de Beckenbauer, pero hasta ahora carecía de la fibra del líbero alemán. Su paso por el Inter fue una telenovela de la debilidad. Bergkamp fue sorprendido por su casero mientras lloraba ante las críticas de un periódico. La Gazzetta dello Sport se apresuró a escribir: ``el tulipán traicionado por su jardinero''. Bergkamp lucía indiferente en la cancha e hipersensible fuera de ella. En su contrato estipuló que sólo viajaría en tren porque le da miedo volar; alguien que no soporta bolsas de aire difícilmente puede lidiar con los sabuesos de la prensa y de las defensas italianas. Bergkamp consultó horarios de trenes y decidió vivir en Inglaterra. Pero las cosas cambian. En el Arsenal hizo una gran campaña y Francia 98 ha visto a un delantero que amenaza con volcarse al otro extremo (hay que preguntarle a Mijatovic cómo evoluciona el pisotón que le dejó en el vientre). Las refinadas lecciones que recibió en la escuela del Ajax, convirtieron a Bergkamp en un virtuoso de baja intensidad. Pero la vida le regaló otra aula. El centrodelantero de Holanda ha empezado a parecerse a los trenes que toma a todas horas.